Hace 100 años nació el hombre que se folló las buenas conciencias con historias de prostitutas, borrachos, embusteros y ladrones. Se llama Charles Bukowski y se pronuncia “El viejo indecente de la literatura”.
Escritor maldito, narrador excelso, fantoche vulgar, autor misógino, borracho ególatra, misántropo insoportable. Bukowski ha tenido tantos calificativos como mitos sin descifrar. No deja de extrañar que el pequeño Charles haya crecido en Baltimore, el mismo puerto de clase obrera que condujo a Edgar Allan Poe a los excesos y el delirio.
Hay un viejo dicho entre los libreros veteranos: El lector nunca se equivoca.
EL ENCANTO DEL OUTSIDER
Puede que Bukowski sea denostado entre la élite de críticos y escritores, pero sus libros no dejan de venderse generación tras generación. De hecho, La máquina de follar (1972), Mujeres (1978) y La senda del perdedor (1982) están entre los 10 libros más vendidos de Anagrama en México en los últimos años, de acuerdo con información que este sello editorial brindó a la OEM.
“Esos libros no paran de reeditarse desde los años 70”, explica Lluïsa Matarrodona, coordinadora de Anagrama en México. “Incluso sus obras son de las que más se piratean. Hemos encontrado muchas ediciones piratas de sus libros en México. Y aunque eso es perjudicial para la industria editorial, también es una muestra de que el interés por Bukowski nunca ha decaído”, comenta.
Si algo caracteriza a Charles Bukowski es su grado de accesibilidad. Su narrativa pulida, sencilla y bien construida resulta atractiva para los lectores más jóvenes, asegura en entrevista el escritor mexicano Bernardo Esquinca.
“Sus libros siguen vigentes porque nos cuentan las historias de los perdedores, e identificarnos con el perdedor siempre tiene algo de romántico. Hay un encanto en la admiración hacia los outsiders, hacia quienes se esfuerzan por ser mejores, pero no lo consiguen. Por eso los adolescentes se proyectan tanto en sus obras, porque ellos también se sienten fuera del mundo adulto y son forajidos en búsqueda constante de identidad”, explica el autor de Carne de ataúd (2016) e Inframundo (2017).
Que los adolescentes son ávidos lectores de Bukowski es un hecho más que comprobado. Hay bares con su nombre en Ciudad de México, Madrid, San Sebastián, Buenos Aires, Londres, Los Ángeles y Sofía. Su rostro garapiñado y arisco engalana las playeras de los jóvenes que, frenéticos, beben cerveza y fuman mariguana en los festivales de Coachella o Glastonbury.
Juan Carlos Guzmán tiene 30 años, es comunicólogo y lee entre seis y siete libros al año, el doble del promedio que lee un mexicano, según el Inegi. Una de sus primeras lecturas fue La máquina de follar, libro de relatos que conoció gracias a la recomendación de un amigo suyo de la preparatoria.
“Antes de Bukowski sí leía, pero no por gusto, sino por obligación escolar”, dice. “Y aunque ahora leo menos a Bukowski, me sigo identificando con su cinismo. Su humor me parecía de una honestidad inigualable. Recuerdo que, en las borracheras con los amigos, veíamos sus entrevistas en YouTube y nos moríamos de la risa con sus respuestas, que eran bastante inteligentes pese a venir de alguien tan borracho”.
No por nada muchos lo bautizaron como “el gurú de la embriaguez lúcida”.
NO APTO PARA OPTIMISTAS
Charles Bukowski se enmarcó dentro de lo que la crítica llamó el “realismo sucio”, una corriente literaria de la que también formaron parte John Fante, Raymond Carver, Richard Ford, Tobias Wolff y Chuck Palahniuk. Todos ellos hablaron sobre el fracaso del sueño americano y se interesaron por aquellos personajes marginales que nunca encajaron en el establishment.
Poco antes de morir, en su novela Pulp (1994), Bukowski escribió: “Yo tenía talento, tengo talento. A veces me miro las manos y me doy cuenta de que podría haber sido un gran pianista o algo así. Pero ¿qué han hecho mis manos? Rascarme las pelotas, firmar cheques, atar zapatos, tirar de la cadena de los retretes. He desaprovechado mis manos. Y mi mente”.
“De algún modo, Bukowski también fue su propio personaje. Siempre fue alguien que no se tomó tan en serio el éxito y que tenía claro que la literatura es un oficio que se ejerce y se aprende en solitario”, observa en entrevista el escritor Carlos Velázquez, cuyas obras también tienen altas dosis de cinismo.
El autor de Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972) conoció la fama muy tarde, hasta después de los 50 años. Antes, sólo había sido una estadística más en el Departamento de Trabajo de Estados Unidos. Fue camionero, lavaplatos, empleado de gasolinera y ascensorista. Todo dentro de la ciudad que lo forjó como escritor y como ser humano: Los Ángeles. El cantante Tom Waits sostiene que, si esa urbe hablara, recitaría un poema de Charles Bukowski.
Inspirado en la cotidianidad de las calles angelinas, el escritor retrató la condición humana de manera descarnada hasta el punto de evidenciar el desamparo en que vive tanta gente dentro del sistema capitalista, explica Velázquez. Y es que, de algún modo, el narrador estadounidense fue el retratista de una sociedad enferma que excluye a los pobres y a los débiles casi por default, dice.
Esquinca atribuye su vigencia a una patología social muy específica: “Mientras sigan existiendo desempleados, migrantes, pobres, olvidados, excluidos y pesimistas, sus libros siempre tendrán lectores”. Definitivamente, Bukowski no está hecho para los optimistas. Basta con recordar una de sus frases para saberlo: “La civilización es una causa perdida; la política, una absurda mentira; el trabajo, un chiste cruel. Entonces pensé que no era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!”.