Se podría pensar que alguien que escribe sobre violencia y narcotráfico tiene una vida agitada. El caso de Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) es diferente. Él se levanta a las seis de la mañana y se duerme a las diez y media. Es su rutina inviolable desde que era la joven promesa de la ingeniería electrónica. Pero una noche, encerrado en su habitación, escribió sin control. Sin advertirlo, los primeros rayos de luz cayeron sobre sus manos. Había escrito más de 100 páginas.
"Me quedé frío. No había dormido. Me pregunté qué había pasado con los relojes, qué había pasado con la Tierra. En ese momento supe que quería ser escritor".
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Aquella epifanía fue el inicio de una carrera brillante en el género de la novela negra. Con el tiempo, se volvió referencia obligada de la narcoliteratura, como muchos la llaman. Su más reciente novela, Ella entró por la ventana del baño (Alfaguara), es el pináculo de lo que comenzó en un aula de la carrera de letras hispánicas de la UNAM, en donde sus compañeros tenían 10 años menos que él.
La tarde del 17 de octubre de 2019 era una como cualquier otra. Un día más como presidente del Colegio de Sinaloa. Como casi todos los culichis, está acostumbrado a las ráfagas de cuerno de chivo. Pero aquella tarde fue especialmente cruenta: "Fue la primera vez que supimos que estábamos en guerra", recuerda.
Se refiere al Culiacanazo, como se conoce al enfrentamiento armado entre militares y el cártel de Sinaloa para capturar a Ovidio Guzmán López, hijo del que entonces era el capo más buscado por el FBI: Joaquín el Chapo Guzmán.
"Llegaron camionetas con armas largas disparando. Muchos huían, gritaban. Fue aterrador", recuerda Élmer Mendoza, quien se inspiró en ese momento para escribir una novela en la que los disparos y el erotismo dibujan un retrato violento de la condición humana.
Aquel 17 de octubre de 2019, el autor de Balas de plata (2008) abrió las puertas del Colegio de Sinaloa para refugiar a todas las personas que no querían acabar en la lista oficial de los daños colaterales. "Era la hora más concurrida, cuando los niños salen de las escuelas, los estudiantes caminan por las calles, oficinistas salen a comer. Todos nos escondimos en los cuartos del colegio. Fue algo muy parecido a estar en guerra. Una indefensión total".
Saberse vulnerable ante las balas le hizo recordar que la literatura, a veces, es tan efímera como la vida. "Si acaso dura un día más que el periodismo", asegura.
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