/ domingo 6 de enero de 2019

El objeto de la literatura no es la belleza sino la verdad: José Ovejero

Escribir es una válvula de escape, pero también una llamada de atención sobre el mundo en el que vivimos, afirma el poeta y dramaturgo español

Nacido en Madrid (1958), José Ovejero es un novelista, cuentista, poeta, ensayista y dramaturgo capaz de superar cualquier obstáculo literario con tal de inventar mundos extraordinariamente locos y feroces. De carácter afable y una mente brillante, Ovejero otorga a sus lectores el regalo de la confusión, de la subjetividad y de un libre albedrío a la interpretación de sus palabras para ahondar en el subtexto de sus narrativas y el deleite de sus aventuras.

La exploración y el gusto por los distintos géneros lo ha llevado al reto de enfrentar las reglas y las normas de los mismos para lograr la creación de maravillosas obras que han sido galardonadas con reconocimientos internacionales. Ha sido recipiente de Premios como el Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad, (2012) y el Alfaguara de Novela por La invención del amor (2013). En 2017 recibió el Premio Juan Gil-Albert de Poesía por Mujer lenta y en 2018 el jurado del XV Premio Setenil, compuesto por Luisgé Martín, Lola López Mondéjar, Basilio Pujante y Manuel Moyano, le concedió el galardón por su libro de cuentos Mundo extraño (Páginas de Espuma).

Otras de sus obras son Escritores delincuentes, Nunca pasa nada y Los ángeles feroces. En 2016 adaptó parte de sus relatos en la obra Qué raros son los hombres, en donde además participa como actor. Desde Tijuana hasta Madrid, nos ha concedido esta entrevista vía telefónica en una amigable conversación.

Entre tanto material viral y en medio de tantas noticias trágicas, ¿hemos perdido la capacidad de asombrarnos por las pequeñas cosas que nos rodean?

Yo creo que la capacidad de asombro sigue ahí, y si no siguiese ahí, creo que la literatura habría dejado de existir. Si seguimos escribiendo y seguimos creando arte en general es porque todavía tenemos esa capacidad de asombro en esas pequeñas cosas, como dice usted. Pequeñeces que de pronto nos llaman muchísimo la atención y nos ponemos a mirarlas en detalle. Es cierto que la mayoría de las personas vivimos en grandes ciudades llenas de prisas, de agobios, de información, de contactos, de estrés, lo que a menudo nos lleva a que se nos pase por alto de vez en cuando mirar las estrellas.

Ante las crisis y la podredumbre moral que muchas veces nos rodea, ¿sigue siendo la literatura una de las grandes válvulas de escape?

Sí, la literatura tiene una doble función. Tiene esa válvula de escape, esa especie de refugio ante una realidad que nos oprime. Creo que si la literatura fuese sólo una manera de escapar de la realidad sería incompleta e insuficiente. La literatura, aunque nos lleve a mundos de ficción, nos pone en contacto con nuestro mundo. A mí por lo menos es la literatura que más me interesa, esa que me lleva a otro sitio y sin embargo luego me dice; “Mira, esto es tú vida. Este es el mundo en el que vives”. Yo como escritor creo que utilizo bastante la imaginación y el poder de la ficción para crear mundos paralelos. Al final sólo me quedo satisfecho si tengo la impresión de que hay pasajes entre esos mundos de ficción y el mundo en el que yo vivo todos los días, donde vive la gente que me rodea. La literatura es una válvula de escape, pero también es una llamada de atención sobre el mundo en el que vivimos.

No te pierdas: Casa Guillermo Tovar y de Teresa, recinto de la historia que alberga más de mil piezas

Desde el otro lado de la mesa, ¿el escritor también se libera?

Pues es un modo un poco extraño de liberarse. Es verdad que hay una liberación. Si yo me siento a escribir porque hay algo que me da vueltas en la cabeza, entonces hay alguna zona de tensión que tengo que poner en palabras. Eso que se plantea como una liberación luego se convierte en una obsesión que te atrapa. Se da la situación paradójica; la paradura de la literatura es algo que te libera y que te encierra a la vez, que te atrapa en lo que estás haciendo en esos mundos que creas. Cuando terminas no sabes si estás más liberado o más atrapado de lo que estabas antes, por lo cual te pones a escribir otro libro. Es una cadena sin fin.

¿Cómo es el lugar donde escribe José Ovejero?

Yo me he acostumbrado a que el lugar donde escribo soy yo. Quiero decir que puedo escribir prácticamente en cualquier lugar; en un avión, en un autobús, donde esté. Al contrario de lo que se pueda pensar de un escritor bastante nómada, si tengo que esperar a ese momento mágico, a ese lugar maravilloso en donde yo escribo, escribiría muy poco y a mí me gusta mucho hacerlo. No tengo ese lugar. Ahora bien, cuando escribo en mi casa, que es en lo alto de un edificio, veo dos terceras partes de Madrid a mis pies. Eso suena un poco arrogante, como si la ciudad estuviese a mis pies, pero literalmente la ciudad está debajo de mí. Tengo ese paisaje de tejados que llegan hasta las montañas que rodean Madrid en un lado y el campo por el otro. Eso a mí me concentra. Normalmente mi escritorio está vacío y salvo que esté consultando unos libros o tenga unos papeles sueltos, levanto la vista, miro esos tejados y veo el atardecer.


Se dice que el cuento es intenso y la novela es extensa. ¿Cómo se define José Ovejero como escritor? ¿Novelista o cuentista?

Si veo mi producción en número de páginas soy más novelista que cuentista. Sin embargo he escrito 5 libros de cuentos, entonces está claro que es un género que me interesa mucho y que me ha interesado desde que comencé a escribir. Es verdad que durante 10 años no he publicado un libro de cuentos antes de Mundo extraño, pero eso no significa que no los escribiese. Escribía cuentos sueltos, de encargo o porque me apetecía, pero no tenía la impresión de estar trabajando para un libro de cuentos. Para mí un libro de cuentos es una especia de proyecto; lo mismo que construyes una casa o construyes una novela. Vas sumando cuentos para ese proyecto. A mí siempre me ha interesado mucho el género por lo exigente que es, por lo versátil y por las muchas posibilidades que te da para hacer cosas distintas. Yo me considero un cuentista, novelista, poeta, ensayista. Depende de lo que tenga en las manos.

Has escrito y montado una obra en 2016 llamada Qué raros son los hombres, basada en tus propios relatos...

Lee también: Qué hacer el primer fin de semana del 2019 en la CDMX

Bueno, soy yo quien ha hecho la adaptación de los relatos y soy yo quien actúa. Es una nueva faceta no solo para el público, sino también para mí. No lo había hecho nunca. Tiene que ver un poco con esta idea de que quiero contarlo todo y ser capaz de encontrar todas las formas de expresión posibles. Uno no puede contarlo todo y uno no puede expresarlo todo, pero a mí me gustaría acercarme al máximo a ello. El cuento te permite expresarte de una manera, la novela de otra, la poesía de otra y un día me dije, “Bueno, te has expresado siempre por escrito, ¿qué sucede si empiezas a expresarte con el cuerpo, con la voz, con la presencia, con un personaje?” Parecía que era una manera bonita de ampliar mi registro de llegar a sitios en los que no había estado.

Tienes un relato bastante peculiar en Mundo extraño. ¿Cómo nació el cuento Papá es un Perro?

¡Jájaja! Papá es un Perro es un cuento muy extraño efectivamente. Partió en realidad de un rechazo pues yo no quería escribir ese cuento. Me había dicho una editorial que estaba trabajando en una serie de escuelas en donde los alumnos habían elegido las palabras más bonitas, las que más les gustaban, y me pedía que escribiese un cuento con 50 de esas palabras. Te confieso, cuando me lo dijeron pensé que era una tontería, ¡jájaja! Pensé que era un juego tonto, no me apetecía en nada escribir sobre ello. Pero llegó una tarde en la que no tenía nada que hacer y me quedé mirando las palabras. Entonces escribí, ¡jájaja!, fui metiendo todas esas palabras intentando que no se convirtiese en un juego de meter palabras, sino intentando que el cuento fuese tan significativo como cualquier otro cuento. Al final me salió ese cuento tristísimo sobre este adolescente desubicado que mira a sus padres como si fueran alienígenas.

¿Es la interpretación el libre albedrío del lector?

Sí, eso es muy interesante. A menudo uno no sabe lo que ha escrito. Por lo menos en mi caso hay un montón de cosas de las que me doy cuenta cuando empiezo a hablar del libro, cuando me empiezan a hacer entrevistas y cuando tengo que presentarlo. Voy descubriendo cosas que yo al principio no había visto. Hay toda una parte de la escritura que es intuitiva. No está todo medido ni calculado. Ese es el primer descubrimiento. Y luego el descubrimiento de que los lectores interpretan cosas totalmente distintas de las que tú pensabas que estaban ahí. Eso es muy interesante porque creo que te vacuna contra la tentación de pensar que uno retrata en sus libros la realidad tal cual. El lenguaje tiene siempre un nivel de ambigüedad. Es curioso porque el objeto de la literatura no es la belleza sino la verdad. Sin embargo con la literatura nunca se puede alcanzar la verdad, es buscar siempre la manera de acercarse a ello sabiendo que no vas a llegar nunca y que tus lectores van a leer verdades diferentes. Es algo que al principio me molestaba. Luego me di cuenta que es inherente de que toda obra artística una vez terminada queda en manos de los demás y ellos deciden lo qué es.

Después de 10 años sin publicar cuentos, ¿cómo nace la idea de escribir Mundo extraño?

Partió de un deseo de experimentar sus límites. Me pregunté por qué el cuento, que se supone es un género en el que podemos experimentar, está sometido a tantas normas. Me di cuenta de que quería jugar con esas normas y romperlas. Hay cuentos en Mundo extraño en los que hay un montón de personajes, en los que la acción pasa de un lugar a otro, en los que no respeto esas normas del cuento y sin embargo creo que funcionan muy bien. En el cuento lo fundamental no es la trama ni los personajes, sino la atmósfera que creas.

¿Cómo ha sido tu experiencia en las editoriales independientes?

Sigue: El 2019 llega con buena oferta de arte

Yo he estado en grandes grupos. He estado en Alfaguara cuando pertenecía a Santillana y estoy ahí ahora que pertenece a PenguinRandom House. He estado en Grupo Z y en Grupo Planeta. Ahora estoy publicando en Páginas de Espuma y el resto de mi prosa en Galaxia Gutenberg, que también es una independiente. La verdad es que yo estoy muy contento de que tanto en Páginas como en Galaxia he encontrado a dos muy buenos editores muy interesados en su trabajo. Tienes la impresión de que hay un editor con un gusto concreto por la literatura y que defiende ese gusto y a sus autores. Trabajan de una manera más artesanal y menos sometida a una junta de accionistas.

Autores mexicanos que no pueden faltar en un biblioteca española...

¡Uf! Que dificil, ¡jája! Claro, inmediatamente uno piensa en los grandes nombres como Elena Poniatowska, Carlos Fuentes u Octavio Paz. Esos son los tres primeros que se me ocurren. Pero claro sería una pena también que no estuviese por ejemplo Juan Villoro, a quien aprecio muchísimo.

Nacido en Madrid (1958), José Ovejero es un novelista, cuentista, poeta, ensayista y dramaturgo capaz de superar cualquier obstáculo literario con tal de inventar mundos extraordinariamente locos y feroces. De carácter afable y una mente brillante, Ovejero otorga a sus lectores el regalo de la confusión, de la subjetividad y de un libre albedrío a la interpretación de sus palabras para ahondar en el subtexto de sus narrativas y el deleite de sus aventuras.

La exploración y el gusto por los distintos géneros lo ha llevado al reto de enfrentar las reglas y las normas de los mismos para lograr la creación de maravillosas obras que han sido galardonadas con reconocimientos internacionales. Ha sido recipiente de Premios como el Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad, (2012) y el Alfaguara de Novela por La invención del amor (2013). En 2017 recibió el Premio Juan Gil-Albert de Poesía por Mujer lenta y en 2018 el jurado del XV Premio Setenil, compuesto por Luisgé Martín, Lola López Mondéjar, Basilio Pujante y Manuel Moyano, le concedió el galardón por su libro de cuentos Mundo extraño (Páginas de Espuma).

Otras de sus obras son Escritores delincuentes, Nunca pasa nada y Los ángeles feroces. En 2016 adaptó parte de sus relatos en la obra Qué raros son los hombres, en donde además participa como actor. Desde Tijuana hasta Madrid, nos ha concedido esta entrevista vía telefónica en una amigable conversación.

Entre tanto material viral y en medio de tantas noticias trágicas, ¿hemos perdido la capacidad de asombrarnos por las pequeñas cosas que nos rodean?

Yo creo que la capacidad de asombro sigue ahí, y si no siguiese ahí, creo que la literatura habría dejado de existir. Si seguimos escribiendo y seguimos creando arte en general es porque todavía tenemos esa capacidad de asombro en esas pequeñas cosas, como dice usted. Pequeñeces que de pronto nos llaman muchísimo la atención y nos ponemos a mirarlas en detalle. Es cierto que la mayoría de las personas vivimos en grandes ciudades llenas de prisas, de agobios, de información, de contactos, de estrés, lo que a menudo nos lleva a que se nos pase por alto de vez en cuando mirar las estrellas.

Ante las crisis y la podredumbre moral que muchas veces nos rodea, ¿sigue siendo la literatura una de las grandes válvulas de escape?

Sí, la literatura tiene una doble función. Tiene esa válvula de escape, esa especie de refugio ante una realidad que nos oprime. Creo que si la literatura fuese sólo una manera de escapar de la realidad sería incompleta e insuficiente. La literatura, aunque nos lleve a mundos de ficción, nos pone en contacto con nuestro mundo. A mí por lo menos es la literatura que más me interesa, esa que me lleva a otro sitio y sin embargo luego me dice; “Mira, esto es tú vida. Este es el mundo en el que vives”. Yo como escritor creo que utilizo bastante la imaginación y el poder de la ficción para crear mundos paralelos. Al final sólo me quedo satisfecho si tengo la impresión de que hay pasajes entre esos mundos de ficción y el mundo en el que yo vivo todos los días, donde vive la gente que me rodea. La literatura es una válvula de escape, pero también es una llamada de atención sobre el mundo en el que vivimos.

No te pierdas: Casa Guillermo Tovar y de Teresa, recinto de la historia que alberga más de mil piezas

Desde el otro lado de la mesa, ¿el escritor también se libera?

Pues es un modo un poco extraño de liberarse. Es verdad que hay una liberación. Si yo me siento a escribir porque hay algo que me da vueltas en la cabeza, entonces hay alguna zona de tensión que tengo que poner en palabras. Eso que se plantea como una liberación luego se convierte en una obsesión que te atrapa. Se da la situación paradójica; la paradura de la literatura es algo que te libera y que te encierra a la vez, que te atrapa en lo que estás haciendo en esos mundos que creas. Cuando terminas no sabes si estás más liberado o más atrapado de lo que estabas antes, por lo cual te pones a escribir otro libro. Es una cadena sin fin.

¿Cómo es el lugar donde escribe José Ovejero?

Yo me he acostumbrado a que el lugar donde escribo soy yo. Quiero decir que puedo escribir prácticamente en cualquier lugar; en un avión, en un autobús, donde esté. Al contrario de lo que se pueda pensar de un escritor bastante nómada, si tengo que esperar a ese momento mágico, a ese lugar maravilloso en donde yo escribo, escribiría muy poco y a mí me gusta mucho hacerlo. No tengo ese lugar. Ahora bien, cuando escribo en mi casa, que es en lo alto de un edificio, veo dos terceras partes de Madrid a mis pies. Eso suena un poco arrogante, como si la ciudad estuviese a mis pies, pero literalmente la ciudad está debajo de mí. Tengo ese paisaje de tejados que llegan hasta las montañas que rodean Madrid en un lado y el campo por el otro. Eso a mí me concentra. Normalmente mi escritorio está vacío y salvo que esté consultando unos libros o tenga unos papeles sueltos, levanto la vista, miro esos tejados y veo el atardecer.


Se dice que el cuento es intenso y la novela es extensa. ¿Cómo se define José Ovejero como escritor? ¿Novelista o cuentista?

Si veo mi producción en número de páginas soy más novelista que cuentista. Sin embargo he escrito 5 libros de cuentos, entonces está claro que es un género que me interesa mucho y que me ha interesado desde que comencé a escribir. Es verdad que durante 10 años no he publicado un libro de cuentos antes de Mundo extraño, pero eso no significa que no los escribiese. Escribía cuentos sueltos, de encargo o porque me apetecía, pero no tenía la impresión de estar trabajando para un libro de cuentos. Para mí un libro de cuentos es una especia de proyecto; lo mismo que construyes una casa o construyes una novela. Vas sumando cuentos para ese proyecto. A mí siempre me ha interesado mucho el género por lo exigente que es, por lo versátil y por las muchas posibilidades que te da para hacer cosas distintas. Yo me considero un cuentista, novelista, poeta, ensayista. Depende de lo que tenga en las manos.

Has escrito y montado una obra en 2016 llamada Qué raros son los hombres, basada en tus propios relatos...

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Bueno, soy yo quien ha hecho la adaptación de los relatos y soy yo quien actúa. Es una nueva faceta no solo para el público, sino también para mí. No lo había hecho nunca. Tiene que ver un poco con esta idea de que quiero contarlo todo y ser capaz de encontrar todas las formas de expresión posibles. Uno no puede contarlo todo y uno no puede expresarlo todo, pero a mí me gustaría acercarme al máximo a ello. El cuento te permite expresarte de una manera, la novela de otra, la poesía de otra y un día me dije, “Bueno, te has expresado siempre por escrito, ¿qué sucede si empiezas a expresarte con el cuerpo, con la voz, con la presencia, con un personaje?” Parecía que era una manera bonita de ampliar mi registro de llegar a sitios en los que no había estado.

Tienes un relato bastante peculiar en Mundo extraño. ¿Cómo nació el cuento Papá es un Perro?

¡Jájaja! Papá es un Perro es un cuento muy extraño efectivamente. Partió en realidad de un rechazo pues yo no quería escribir ese cuento. Me había dicho una editorial que estaba trabajando en una serie de escuelas en donde los alumnos habían elegido las palabras más bonitas, las que más les gustaban, y me pedía que escribiese un cuento con 50 de esas palabras. Te confieso, cuando me lo dijeron pensé que era una tontería, ¡jájaja! Pensé que era un juego tonto, no me apetecía en nada escribir sobre ello. Pero llegó una tarde en la que no tenía nada que hacer y me quedé mirando las palabras. Entonces escribí, ¡jájaja!, fui metiendo todas esas palabras intentando que no se convirtiese en un juego de meter palabras, sino intentando que el cuento fuese tan significativo como cualquier otro cuento. Al final me salió ese cuento tristísimo sobre este adolescente desubicado que mira a sus padres como si fueran alienígenas.

¿Es la interpretación el libre albedrío del lector?

Sí, eso es muy interesante. A menudo uno no sabe lo que ha escrito. Por lo menos en mi caso hay un montón de cosas de las que me doy cuenta cuando empiezo a hablar del libro, cuando me empiezan a hacer entrevistas y cuando tengo que presentarlo. Voy descubriendo cosas que yo al principio no había visto. Hay toda una parte de la escritura que es intuitiva. No está todo medido ni calculado. Ese es el primer descubrimiento. Y luego el descubrimiento de que los lectores interpretan cosas totalmente distintas de las que tú pensabas que estaban ahí. Eso es muy interesante porque creo que te vacuna contra la tentación de pensar que uno retrata en sus libros la realidad tal cual. El lenguaje tiene siempre un nivel de ambigüedad. Es curioso porque el objeto de la literatura no es la belleza sino la verdad. Sin embargo con la literatura nunca se puede alcanzar la verdad, es buscar siempre la manera de acercarse a ello sabiendo que no vas a llegar nunca y que tus lectores van a leer verdades diferentes. Es algo que al principio me molestaba. Luego me di cuenta que es inherente de que toda obra artística una vez terminada queda en manos de los demás y ellos deciden lo qué es.

Después de 10 años sin publicar cuentos, ¿cómo nace la idea de escribir Mundo extraño?

Partió de un deseo de experimentar sus límites. Me pregunté por qué el cuento, que se supone es un género en el que podemos experimentar, está sometido a tantas normas. Me di cuenta de que quería jugar con esas normas y romperlas. Hay cuentos en Mundo extraño en los que hay un montón de personajes, en los que la acción pasa de un lugar a otro, en los que no respeto esas normas del cuento y sin embargo creo que funcionan muy bien. En el cuento lo fundamental no es la trama ni los personajes, sino la atmósfera que creas.

¿Cómo ha sido tu experiencia en las editoriales independientes?

Sigue: El 2019 llega con buena oferta de arte

Yo he estado en grandes grupos. He estado en Alfaguara cuando pertenecía a Santillana y estoy ahí ahora que pertenece a PenguinRandom House. He estado en Grupo Z y en Grupo Planeta. Ahora estoy publicando en Páginas de Espuma y el resto de mi prosa en Galaxia Gutenberg, que también es una independiente. La verdad es que yo estoy muy contento de que tanto en Páginas como en Galaxia he encontrado a dos muy buenos editores muy interesados en su trabajo. Tienes la impresión de que hay un editor con un gusto concreto por la literatura y que defiende ese gusto y a sus autores. Trabajan de una manera más artesanal y menos sometida a una junta de accionistas.

Autores mexicanos que no pueden faltar en un biblioteca española...

¡Uf! Que dificil, ¡jája! Claro, inmediatamente uno piensa en los grandes nombres como Elena Poniatowska, Carlos Fuentes u Octavio Paz. Esos son los tres primeros que se me ocurren. Pero claro sería una pena también que no estuviese por ejemplo Juan Villoro, a quien aprecio muchísimo.

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