Para nadie es secreta la persecución que ha enfrentado cualquier minoría a lo largo de la historia, ni el férreo control que la sociedad intenta mantener, incluso hasta nuestros días, sobre la sexualidad de las personas, en especial cuando ésta se mueve fuera de la heteronormatividad.
En pleno Siglo XXI debería resultar irrelevante la inclinación sexual de las personas, sin embargo no hemos llegado a ese punto; por lo tanto, después del día del Orgullo LGBT que se celebró este sábado en México, queremos recordar algunos de los miembros de la comunidad, que a punta de talento se construyeron un nicho en la historia de la literatura.
Safo de Lesbos
Safo de Mitilene —mejor conocida como Safo de Lesbos— fue una poetiza de la antigua Grecia. La figura de la poetiza está rodeada por la bruma del tiempo y la falta de información confiable sobre su vida, así como la pérdida de la mayor parte de su obra. Por lo que sabemos sólo el 10% de ella llegó hasta nuestros días, mientras de su vida sólo tenemos noticias mediante la interpretación de su poesía y algunas referencias por Heródoto y Ovidio.
Sin embargo, de esta antigua poetiza se desprende el término “lesbianismo”; no tanto por la orientación sexual de Safo, sino —de nuevo— por la interpretación que se dio de su obra, en la que desde cierto punto de vista se habla de una especie de academia para mujeres, en la isla de Lesbos, donde la misma Safo instruía a sus alumnas y, según la interpretación, se enamoraba de algunas llegando a mantener incluso una relación con ellas.
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Derivado de esto y tomando en cuenta que la academia se encontraba en la isla de Lesbos, surge el término de lesbianismo, que se utiliza hasta la fecha para referirse a la atracción entre mujeres.
Oscar Wilde
Oscar Wilde es uno de los nombre que no se puede evitar cuando se habla de disidencia sexual en las letras. El autor de El retrato de Dorian Gray es una de las figuras más importantes, no sólo de la literatura, sino del arte en general, pues su teoría artística bien se puede extrapolar a todas ellas.
Wilde fue una de las figuras más importantes de su época. Su personalidad extravagante contrastaba con el pudor de la Inglaterra victoriana, al igual que su manera de vivir, libertina a los ojos de una sociedad ultraconservadora. Oscar Wilde era deliberadamente el polo opuesto de la masculinidad de la época.
Esa misma personalidad y su relación con lord Alfred Douglas, hijo del marqués de Queensberry, le valieron dos años de prisión y trabajos forzados, resultado de un juicio por “sodomía y grave indecencia”, derivado de acusar al marqués de difamación como resultado de la afirmación de este último sobre la homosexualidad de Wilde y la relación que mantenía con su hijo.
Durante estos dos años, el autor irlandés escribió De profundis, una carta dirigida a Douglas, en la que lo ataca por ser su “destrucción”, sin embargo nunca llega a confirmar una relación sentimental. Cuando el escritor fue liberado vivió un par de año con Douglas, hasta que las presiones hacia ambas partes resultaron insostenibles y se separaron.
Luego de esto Wilde se trasladó a París, donde moriría en la ruina, rechazado por la sociedad de la época.
Gertrude Stein
La sombra de Gertrude Stein se extiende desde las artes plásticas y se desliza por la literatura, llegando hasta el mecenazgo a principios del Siglo XX. Es originaria de Estados Unidos, sin embargo la ascendencia alemana de su padre la llevó a Europa desde muy temprana edad.
Sin embargo, en América es donde descubre su vocación por el arte, así como su homosexualidad; también allí es donde interactúa por primera vez con las tertulias —producto de su relación con las hermanas Cone—, que formarían el núcleo de su vida años más tarde de regreso en Europa.
Por esa época conoce a Mary Bookstaver, la primera mujer de la que se enamoró. Stein había sufrido el rechazo de los hombres, ya que ni su complexión ni su forma de vestir o personalidad encajaban con el canon.
De la mano de sus hermanos, Gertrude Stein construyó una de las colecciones de arte más importantes de Estados Unidos, compuesta por obras de un joven Piccaso, Cézzane, Renoir, entre otros que llegarían a formar parte de la bóveda celeste del arte.
Mientras escribía ensayos para revistas y periódicos, por la casa de los Stein desfilaban figuras como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Dos Passos o Ezra Pound: gran parte de la comunidad artística de la época dorada de París orbitaba a su alrededor.
En Autobiografía de Alice B. Toklas, Stein narra la vida de quien fue su compañera de vida, pero esto también le sirve de pretexto para darle al lector un panorama entero del ambiente artístico de París a principios del Siglo XX, al que ella parecía medirle el pulso.
La figura de Gertrude Stein es tan importante que ha sido retratada en varias películas que abordan el ambiente bohemio del París de aquella época: Medianoche en París o Hemingway por mencionar sólo un par.
Yukio Mishima
Si Occidente tiene una tradición abiertamente intolerante a la disidencia sexual, Oriente no se queda detrás en su conservadurismo. Yukio Mishima es la prueba de ellos y de hasta dónde puede acorralar la sociedad a una persona cuando lo se permite expresar lo que simplemente es.
Mishima vivió los cambios más importantes en la historia de Japón: desde la caída degradación de la figura del samurai con la apertura de la isla a la cultura y la modernización proveniente de Europa y Estados Unidos, hasta la capitulación del Imperio japonés ante las potencia occidentales tras los eventos de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial.
Desde joven Mishima estuvo expuesto a la cultura occidental y cultivó, en el encierro impuesto por su abuela, el amor por el arte, donde descubrió por primera vez su atracción por el cuerpo de otros hombres.
El autor vivió la vida que debía vivir en una sociedad que se alejaba cada vez más de él: su inclinación a la versión más tradicional de Japón y la paulatina —y después brusca— apertura a Occidente se mezcló con una sexualidad reprimida al punto de casarse con una mujer mientras en su fuero interno nunca dejó de sentirse atraído por su mismo sexo.
Confesiones de una máscara es su ópera prima y también la novela más autobiográfica de uno de los autores que inauguran, junto con Natsume Soseki, la modernidad de la literatura nipona. A lo largo de la narración, Mishima muestra el descubrimiento de su sexualidad mientras observa las líneas de los cuerpos masculinos en el arte clásico.
Posteriormente pasa a la brutalidad de la colisión de su fuero interno con la vida en sociedad, y muestra al lector los estragos que provoca en la psique de las personas la constante lucha entre el ser y lo que se debe ser para encajar.
La figura de Mishima está inmortalizada por haber terminado con su vida mediante el seppuku, un suicidio ritual de origen samurai, donde alguien de corta la parte baja del abdomen con una daga y mientras muere desangrado es decapitado por un asistente que completa el ritual.
El suicidio de Yukio Mishima impactó a la sociedad de Japón, no sólo por el anacronismo, sino porque se convertía en la alegoría de una sociedad que fue obligada por un lado, pero que por el otro renunció voluntariamente a sí misma.
Manuel Puig
Hablar de Manuel Puig es adentrarse en el lado oscuro de la literatura latinoamericana. Mientras comenzaba a tomar forma el “Boom Latinoamericano”, Puig fracasaba en su intento de ganarse un lugar como guionista en Hollywood y comenzaba su camino como novelista, llevando bajo el brazo La traición de Rita Hayworth.
A pesar de ser escritor, Puig desdeñaba la literatura en pos de los medios de comunicación masiva y sus “alcances incalculables”. La figura del “niño terrible” se encarnó —medio impuesta, medio de agrado propio— en Manuel Puig.
La élite literaria de su época rechazaba su narrativa, que llevó a la literatura, así como hicieron en Cuba Lezama Lima o Reinaldo Arenas, la vida popular. En sus novelas no se leían las reflecciones filosóficas y políticas que caracterizan la literatura latinoamericana, sino que mostraban el día a día en toda su sordidez.
Los desencuentros entre la literatura de Puig y muchos otros escritores, que ya fuera por su sexualidad o por su reticencia hacia el canon, los han llevado a ser escritores de culto. Sin embargo, su narrativa, que se inclina más al arte pop que la academia, es vivo reflejo de una sociedad de la sociedad de consumo que comenzó a construirse a principios del siglo pasado.
Boquitas pintadas es una de las novelas que mejor ejemplifica su obra: el propio título sale de una canción de Gardel, mientras el argumento de la historia aborda las historias de una provincia argentina que bien podrían haber inspirado una de las radionovelas que por aquél tiempo gozaban de mucha popularidad.
Rosamaría Roffiel
Rosamaría Roffiel debería ser uno de los nombres emblemáticos en la historia de las letras en México, sin embargo, a menos de que alguien se zambulla en su búsqueda probablemente no escuche de ella.
Nacida en Veracruz, se formó a sí misma en el periodismo, oficio que ejerció en algunos de los medios más importantes del país antes de partir hacia Nicaragua a finales de los años 70 para coordinar la publicación sandinista El Trabajador.
La obra de Roffiel abarca desde la poesía hasta el ensayo. En ese camino nos encontramos con Amora, la primer novela lesbica-feminista publicada en México. La novela es un retrato del machismo que impregnaba el ambiente de la época y de cómo las mujeres descubrían entre ellas una sexualidad que debía someterse a la imposición social.
Rosamaría Roffiel participó también en la redacción de la revista fem., la primer publicación feminista de América Latina y fue una de las fundadoras del primer grupo de apoyo a mujeres violadas en México: Centro de Apoyo para Mujeres Violadas AC (CAMVAC).
Carlos Monsiváis
Al igual que hiciera Manuel Puig en Argentina —aunque no tan radicalmente—, Carlos Monsiváis llevó a la literatura la expresión popular de la Ciudad de México, Distrito Federal en aquél entonces.
Monsiváis fue criado en en un entorno liberal, por lo que su inclinación hacia causas sociales y minorías no encontró más diques que los que él mismo se pusiera.
La literatura de Carlos Monsiváis se inserta en el Siglo XXI haciendo gala de una amalgama de medios: escribía la capital cosmopolita de México mientras su narrativa se valía de la influencia cinematográfica y de la música para completar una imagen que componía a su antojo.
En medio de los movimientos estudiantiles de México en las décadas de los 60 y 70, Monsiváis fue uno de los activistas más dedicados de las disidencias sexuales y, sin embargo, también fue atacado por aquellos a quienes defendía por nunca haber hecho una declaración concreta sobre su sexualidad. La homosexualidad del escritor siempre fue un secreto a voces.
La figura de Carlos Monsiváis dio nueva luz a la literatura latinoamericana y rescató a la crónica del menosprecio al que estaba sometida junto con el periodismo a pesar del peso que ambos tienen en la tradición literaria de México.
Lo que tienen en común los escritores de esta insuficiente recopilación es, por un lado, su incuestionable aportación a las letras —y al arte en general— y lo que debería ser un innecesario posicionamiento sobre la igualdad entre las disidencias/minorías —que en realidad no son ni una ni otra— y las normas sociales que mientras más avanza el tiempo y el pensamiento revelan detrás de un desgarrado tapiz la cara más tóxica de su construcción.
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