El nombre de Guillermo Fadanelli nos remite desde hace más de tres décadas, cuando fundó la revista Moho, a rebeldía y provocación, lo mismo que a expresiones lúdicas y disertaciones filosóficas no desprovistas de ironía y sentido del humor.
A simple vista es pesimista y excéntrico, pero basta cruzar unas cuantas palabras con él para descubrir a un tipo muy humano y sensible, que suele mostrar desinterés por el gremio literario y por las aparentes mieles del mundo digital, mientras coloca entre sus prioridades la amistad y las buenas conversaciones.
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Outsider de tiempo completo; siempre apocalíptico, jamás integrado, Fadanelli llega este mes al sexto piso, mientras nos recibe para charlar sobre su quehacer en todos estos años, su postura ante la crítica, y su relación con expresiones que lo cautivan, como el cine y la música.
Muchos supimos de ti por la revista Moho, una publicación disruptora que además tenía una lógica de publicación muy intermitente.
Sí, la publicábamos una, tres, cinco o siete veces al año. En los primeros números ninguno de nosotros firmaba, pero después nos pareció que el anonimato era algo criminal que no nos interesaba, y dejamos que cada quién se hiciera cargo de sus ideas, que las defendiera y las afrontara. Ningún número fue consecutivo, es decir: comenzamos con el número 57, para así ahorrarnos la tradición y el trabajo, y dejar que triunfara la holgazanería y la creatividad, en vez de la marcialidad y la disciplina. Moho fue además una experiencia formadora, porque éramos muy jóvenes, casi todos alumnos o exalumnos de ingeniería; era una revista anarquista, de origen totalmente urbano y pesimista, muy dadaísta y lúdica, donde todo tenía sentido: el sexo, el cuerpo, la rebelión en todos los sentidos, la jugarreta… Le declarábamos la guerra a todos y a todo. De hecho, el póster central del primer número decía: “Pienso, ergo me rasco el culo”, como una especie de andanada contra el cartesianismo o el racionalismo, ¿verdad? Y siendo ingeniero, pues la rebelión tenía mucho sentido, porque era rebelarse contra la lógica y el algoritmo, contra lo ya pensado. Me alegra que me preguntes por la revista, porque ya casi nadie lo hace; el tiempo pasa en el país de la desmemoria; son tiempos que privilegian el presente sobre los otros tiempos históricos, y todo se olvida apenas nace.
Creo que fue una experiencia formadora no solo para ustedes, sino también para quienes la leíamos.
Nos reuníamos para leer a Iván Illich, a Jean Baudrillard, a Kolakowski, a Cioran, a Bukowsky, a todo aquel escritor que pudiera estimularnos o con quien pudiéramos disentir o a quién enfrentarnos, tampoco se trataba de un mero acto insípido y sin impulso intelectual, en ese momento lo que odiábamos de lo intelectual era más bien la erudición pero estábamos por la reflexión, por el pensamiento y por la destrucción del argumento lógico, preferíamos la metáfora romántica. La empezábamos a vender en el Centro Cultural Universitario, en la librería Madero; en El Chopo, que era nuestro mayor mercado, y en donde nos lo permitieran, porque era importante no tener un centro de ventas ortodoxo. Si nos hubieran permitido venderla en la cárcel pues allá habríamos ido… Nos divertíamos mucho, no creo que banalmente, pero sí gozábamos. Como diría Tristán Tzara, el creador del movimiento dadaísta, nos resultábamos muy simpáticos a nosotros mismos… Debimos de ser unos jóvenes arrogantes e insoportables, ¿verdad? Seguramente sí (risas).
Moho era una revista anarquista y lúdica, donde todo tenía sentido: el sexo, el cuerpo, la rebelión en todos los sentidos, la jugarreta… Le declarábamos la guerra a todos y a todo
¿Ha cambiado mucho el entorno en el que surgió Moho o por qué desapareció?
Es que se trataba de revistas de autor. Aunque éramos un grupo, al final de cuentas yo me eché la revista a la espalda. Nosotros no nos considerábamos una empresa, por lo tanto crecer, expandirse y tener celebridad o peso no estaba en nuestros planes, pero tampoco lo estaba el cansarse demasiado, y siendo solamente Yolanda y yo, pues nos cansamos; nos pareció que ya había llegado su momento de desaparecer, porque una revista es un concurso de muchas personas, y yo al final de cuentas soy escritor, ese es mi oficio y la revista le restaba mucho tiempo a mi escritura.
¿Crees que el espíritu anarquista y lúdico de ese tipo de publicaciones se ha mudado a internet?
Sí, por supuesto. Pero internet, las redes y demás se asemejan a aquel cuento de Borges, donde el rey le pide a su cartógrafo que realice el mapa del reino, pero en escala de 1:1, es decir, que lo duplique. Lo que hace internet es multiplicar la realidad o hacer una representación de 1:1. A mí me parece que lo que hace importante e interesante a una publicación, ya sea en la red o en cualquier otro medio, es justamente la crítica y el conocimiento, que podamos elegir, pero para elegir requieres cierta estructura crítica, cierto poder reflexivo y también cierta necesidad de autonomía y autoconocimiento. ¿Cómo se puede elegir entre el todo? Cuando se publican suplementos en papel, por lo menos se hace un esfuerzo físico, económico; hay un trabajo bárbaro a la hora de llevarlo a cabo, no es tan sencillo, y las voces son mucho más identificables, porque hay una crítica… Sin crítica todas las voces se parecen. Lo importante de los suplementos culturales, de la secciones de cultura y arte, y lo crucial de que existan críticos literarios y de arte, es que pueden enfrentarse unos a otros para crear vía la conversación, vía la polémica estética; crear obras de interés humano, y por supuesto que las hay en internet y en las redes… No tengo nada en contra de nuevos medios de difusión, pero creo que se ha ido perdiendo la capacidad crítica, la conversación más compleja y menos simplona. Decía Gustavo Flaubert que el hombre no puede engullir el infinito; tenemos que elegir y administrar humildemente el todo para hacerlo nuestro, pero al atragantarnos con el universo, con la infinitud de expresiones, de noticias, de símbolos, quedamos inmovilizados, incapaces de movernos críticamente y también incapaces de tomar una posición firme puesto que, al estar atrapados como atunes, perdemos movilidad, al contrario de lo que se piensa. La libertad no proviene del medio, sino de la acción y del pensamiento individual.
Entonces no te has dejado gobernar por las redes sociales.
Yo utilizo Twitter, mas no es mi medio de comunicación, mi medio de comunicación es la conversación, la lectura, la amistad, sexo y la vagancia intelectual literaria. Por supuesto, leo las noticias y de pronto visito la red, pero las estrategias o los lenguajes tecnológicos no me van a marcar el camino, yo utilizo los medios como se me antoja; en lugar de adaptarme, intento que los medios se adapten a mí; esto no quiere decir que yo sea un ejemplo, sino que estoy tratando de que los medios electrónicos no construyan caminos éticos, morales o funcionales que yo deba de seguir al pie de la letra, los voy a cuestionar por principio y voy a ver qué tomo de allí para mi propio servicio y mi comodidad.
Es curioso que teniendo estudios de ingeniería lo veas así.
Es interesante, claro. La ingeniería para mí fue una buena experiencia en tanto me di cuenta de que yo preferiría la filosofía, y por supuesto que la ingeniería tiene un sesgo más práctico, más de aplicación de teorías, una finalidad de eficacia. Yo estuve allí (estudiando Ingeniería Civil) porque mi padre lo deseaba; él siempre quiso ser ingeniero, y entonces yo tuve que pagar los platos rotos, de la misma manera en que también, estoy seguro que deseó ser militar y por eso alguna vez me inscribió en una escuela militarizada. Durante casi 15 años encarné los deseos de mi padre, hasta que una vez leyó alguno de mis artículos en el suplemento Sábado (del diario Unomásuno) y dijo: “Este no puede ser consecuencia de mi sangre”, y me dejó de leer y sus sueños se desquebrajaron” (risas).
No tengo nada en contra de nuevos medios de difusión, pero creo que se ha ido perdiendo la capacidad crítica, la conversación más compleja y menos simplona
Hace ya 25 años que decidiste poner en marcha la editorial Moho. ¿Cómo surgió esa idea?
Sí, porque a mí me habían rechazado varias editoriales importantes, entre ellas Plaza & Janés, Anagrama y Tusquets… Estaba yo en Madrid cuando recibí las cartas de rechazo, y a mi regreso a México decidí que no necesitaba una editorial, que podía yo publicarme. Ahora es muy sencillo, por las redes y la tecnología: construyes una página electrónica y te expresas o te difundes, en ese entonces era más difícil, pero dije: me voy a autoeditar, y el primer libro fue Terlenka, después publicamos Coito Circuito, de Mauricio Bares, otro de Enrique Blanc, y así. Hace un par de meses publicamos La piedra de las galaxias, de Adrián Román.
¿Cómo definen lo que se publica en la editorial Moho?
Solo publicamos lo que nos interesa; la editorial no tiene fines lucrativos, pero sí de divulgación de cierto ánimo estético, de cierta complicidad literaria, y lo sintetizo en muy pocas palabras: publicamos lo que a mí me gusta, yo decido finalmente lo que se publica; tiene que seducirme, que convencerme, creo que ese es el fin de todo arte y de toda la literatura: transformarte, conmoverte, situarte en otro espacio. Pero no es una editorial que posea un gran fundamento económico, entonces pues vamos vendiendo poco a poco y ahorrando para ir publicando nuestros libros sin asumirnos como una editorial alternativa ni marginal, ni independiente ni underground; es una editorial sin adjetivos y es consecuencia de aquella revista Moho cuyas intenciones acabo de narrar.
Moho no es una editorial alternativa ni marginal; ni independiente ni underground
Y seguramente algunas de las editoriales que en aquel entonces te rechazaron, tiempo después te publicaron.
Sí. Posteriormente publiqué en dos de esas tres editoriales. Por cierto, acaban de asesinar a Juan Guillermo López, el editor de La otra cara de Rock Hudson, que fue quien me llevó a Plaza & Juanés, por ahí de 1997. Una noticia terrible.
Mencionabas el suplemento Sábado, que también hizo historia en cuanto a la libertad de expresión dentro del periodismo cultural.
Sí, Huberto Batis, que llegó al Unomásuno cuando se fue Fernando Benítez, tenía la intención de mezclar la alta cultura con la baja cultura, lo popular con lo erudito, la pornografía con temas históricos, eruditos o filosóficos. La tercera página del suplemento representaba una ventana erótica, con fotografías de mujeres, de modo que también parecía una revista de farándula… a Huberto le interesaba mucho la voz de los jóvenes, y sobre todo las voces disruptivas y peleoneras, le interesaba crear polémica en todos los sentidos, y si él podía enfrentar a un erudito ya encanecido con un joven virulento, pues lo hacía feliz, porque era un provocador, en el mejor sentido de la palabra. Sin Huberto Batis yo quizá no habría tenido suficiente entusiasmo para soportar al medio literario mexicano; él me toleraba, me azuzaba para la querella y con el tiempo nos hicimos grandes amigos… De algún modo, él fue mi padre literario.
Hablando del medio literario, pareces desenvolverte mejor entre artistas visuales, músicos y otro tipo de personajes, que entre otros escritores.
Sí, porque el baile de los colegas no me interesa. Decía Cioran que los escritores que no tienen nada que decir solo hablan de literatura, y a mí no me interesa el escritor, me interesa el ser humano, la excentricidad, la inteligencia en cualquiera de sus acepciones, que las personas me sean simpáticas y por ello he tenido tantos amigos músicos, pintores, pero de toda clase, es decir, también soy un observador, porque el escritor es un observador y como no me interesa la política literaria, no me interesa hacer conexiones con ese medio, pese a que las tengo, porque he publicado muchos libros.
A mí no me interesa el escritor, me interesa el ser humano, la excentricidad, la inteligencia en cualquiera de sus acepciones, que las personas me sean simpáticas
Varias de tus novelas y de tus relatos han sido llevados al cine por diferentes directores. ¿Qué tan flexible eres cuando alguien retoma tus historias y las plasma de otro modo?
Desde siempre, lo que más me ha interesado del cine, es el dinero. Es decir, creo ser un cinéfilo, no un erudito del cine, pero sí alguien que goza mucho de la imagen y la pantalla, además de que soy un voyerista. Pero no encuentro demasiada relación entre el cine y la literatura, porque el cine toma como pretexto el libro para construir una historia diferente, es otro modo de expresión en el que colaboran muchísimas personas, y todos van modificando la historia. Las buenas novelas no pueden ser llevadas al cine porque están ancladas a su lenguaje, que es el lenguaje literario. No me molesta en absoluto que destruyan la idea que yo tenía de mi novela; siempre les digo a los directores o a quien lleva al cine una obra mía, que haga lo que desee; que yo iré al estreno y que estaré allí como un espectador más… Sería muy vanidoso de mi parte desear que la idea que yo tengo de mi novela se impusiera en la pantalla.
Hablando de las interpretaciones que hacen otros de tu obra, ¿eres exigente con los críticos o con quienes reseñan tus libros?
Comúnmente se le perdona a las reseñas la ausencia de reflexión crítica, pero yo creo que yo no lo perdonaría (…)
tienes que intentar esforzarte para decir lo que piensas, para exponer tus ideas o tus impresiones de la manera más profunda posible, no hacemos una reseña para ser superficiales, estamos intentando, a no ser que sea un acto de mercadotecnia, transmitirle al otro nuestras impresiones del libro y esas impresiones me parece que tendrían que estar acompañadas de un espíritu crítico o lúdico por lo menos, simpático siquiera.
¿Te han malinterpretado?
Las novelas no son biblias, por más que muchos escritores quieran ser profetas, entonces nadie me ha malinterpretado ni tampoco me ha interpretado bien, lo que sí han habido son interpretaciones que valen por sí mismas, que tienen profundidad, sentido o gracia; una interpretación poco graciosa o ya construida premeditadamente, no es una interpretación, sino una especie de servicio, de mandato; hay algo de sicario en ello, porque es un encargo. Por eso creo también que el crítico literario no es que sea un führer o un guía, es simplemente otro escritor que lee la obra de otra manera, pero para mí no representa la verdad. Para mí, la crítica literaria es una de las versiones de la verdad, ¿cuál es la verdad? Porque la interpretación precisa no existe.
Decías que una de las cosas que más valoras son las amistades, pero también has dicho que te has ido quedando sin amigos. ¿Qué pasa con los amigos, por qué se van?
Bueno, como escribió Sándor Márai, la amistad es un servicio y también un sacrificio, entonces debemos saber perdonar lo suficiente y tener mucha paciencia. Pero la vida es breve, como todo lo que más nos da placer o nos conmueve. La amistad es también un placer pero es breve, entonces uno a lo largo del tiempo va como en una extensa batalla, dejando amigos atrás. Perderlos quiere decir simplemente ya no frecuentarlos, alejarte de ellos, cultivar la soledad, pero de alguna manera forman parte de tu ánimo y de tu temperamento, siempre estarán allí, como todas las mujeres que has amado, como los grandes amigos con quienes llegaste a tener grandes peleas… Sí, cada vez tiendo más a la misantropía, dejé la época de los grandes aquelarres y prefiero la pequeña reunión, caminar, observar, porque la curiosidad es un estímulo necesario para continuar viviendo, vuelvo a citar a Bertrand Russell que decía: “No me suicido porque quiero saber un poco más de matemáticas”. Entonces sí, yo no me suicido para volver a leer Crimen y castigo otra vez, y eso ya es mucho.
Y la música también ha sido muy importante para ti
Schopenhauer, que es quizás el filósofo que más me ha conmovido, y el pesimista por antonomasia, mencionaba que la música era un motivo para continuar viviendo; que una vez cansado de la razón, de la crítica, de la misma vida, la música siempre es una especie de arcadia, al menos lo era para él. En mi caso, me atrae tanto la música que prefiero no diseccionarla, ni ser un erudito; no matarla a través de la disección científica ni estar preocupado por si determinado grupo ya publicó nuevo álbum o si esta canción es un refrito de otro grupo, es decir: la historia de la música me es muy poco importante, me quedo más bien con su capacidad de conmoción.
Escucha aquí un playlist con algunos de los músicos favoritos de Guillermo Fadanelli.
Cada vez tiendo más a la misantropía; dejé la época de los grandes aquelarres y prefiero la pequeña reunión, caminar, observar, porque la curiosidad es un estímulo necesario para continuar viviendo
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