Por don Luis González y González llegué un día a un país que se llama Michoacán, a un lugar que se llama Zamora, y uno aún más querido, que es San José de Gracia, en los confines de Michoacán y Jalisco, cerca de La Media Luna.
San José no es un pueblo cualquiera, es ni más ni menos que el personaje de “Pueblo en Vilo”, el libro emblemático del gran historiador que fue don Luis, en el que relata la microhistoria de un pueblo en el que no pasaba nada, pero todo ocurría.
A él lo conocí en 1980 por Samuel I. del Villar, por entonces Director de la Revista Razones, una publicación quincenal en la que nos empeñamos un grupo de periodistas, estudiantes de ciencias económicas y sociales, viejos lobos de mar del periodismo como Miguel Ángel Granados Chapa, Hero Rodríguez Toro e intelectuales como Rafael Segovia, Fernando Rosenzweig y tantos más, emocionados en hacer periodismo serio.
Y desde que nos conocimos nos caímos bien. Ayudó que ambos éramos gente de pueblo, pueblerinos, pues, y veíamos y veo a la vida a través de aquellos momentos que nos marcaron en el inicio. En todo caso, por mi parte, era un incipiente reportero y él ya un reconocido investigador de El Colegio de México, reconocido con el Premio Haring, otorgado por la American Historical Association a los grandes trabajos historiográficos del mundo, autor de varios libros y fundador por aquellos primeros años de El Colegio de Michoacán, en Zamora.
Don Luis decía que el historiador es el reportero de la historia y me lo repetía en tono cordial y de forma frecuente, un poco para estrechar lazos profesionales y afectivos.
Por su parte, él llevaba la vena de la historia desde sus primeros años, en San José:
“Nací en San José de Gracia en 1925. En 1927 mis padres decidieron que nos fuéramos a vivir a Guadalajara, naturalmente yo no tenía conciencia de ello… En 1930 regresamos a San José… yo tenía apenas cinco años y pronto, como en juego, participé en la reconstrucción del pueblo. Lo habían quemado. Todo estaba destruido. [Por la Guerra Cristera: 1926-1929].
“En 1932 llegó a San José la maestra Josefina Barragán. De ella aprendí las primeras letras. Era muy buena. La quise mucho… Luego, cuando vinieron las reformas al artículo 3º Constitucional, siendo secretario de Educación Pública Narciso Bassols ella renunció… Es que eso de las reformas incluía lo que se llamaba “información sexual” y andaban diciendo por ahí que en Jiquilpan o Sahuayo un maestro, para enseñar esto, hizo que una niña se desnudara… Eso a ella no le gustó y renunció… Yo seguí aprendiendo las letras con mi madre…
“A los 13 años, –en 1938- me mandaron a Guadalajara para estudiar. Como yo no tenía papeles, mi papá consiguió un diploma por cincuenta pesos en Nayarit. En Guadalajara me decían “El Chero”, por ranchero, porque cuando llegué ni siquiera conocía la luz eléctrica…
“Luego comenzaron a decirme “el científico”, por eso de que me daba bien el estudio y me dijeron que empezara a dar clases, pero luego tuve problemas ahí porque me acusaron de que estaba yo leyendo “lecturas prohibidas”: claro, era Ortega y Gasset y todo eso… Terminé la prepa, luego hice un año de derecho y decidí ir al Distrito Federal. Ahí entré a El Colegio de México... Y de ahí en adelante, lo que ya sabe…”.
Decía: Desde los primeros recuerdos se mira hacia atrás. Se hace historia desde que uno se sienta a la mesa familiar y, a modo de coro, se comienzan a recordar los acaeceres nuestros o de un miembro de la familia o del vecino tal, o de nuestra familia: de cómo y cuándo ocurrió esto o aquello. Y que la historia está presente en nuestras vidas como parte esencial de lo que somos…
“Pueblo en Vilo” que es San José de Gracia y que está en el municipio de Marcos Castellanos, Michoacán, era: “el pueblo en el aire, en el centro de los horizontes, cargado por las crestas de las olas inmóviles de las montañas” como lo describiera el Premio Nobel de Literatura 2008, Jean-Marie Gustave Le Clézio, quien por entonces andaba por esos rumbos para conocer los sueños que sueñan los indígenas michoacanos.
Don Luis era un hombre sabio, cuya sencillez, bonhomía, excelente charla y de puertas abiertas en su casa, con su esposa, doña Armida de la Vara, atraía a muchos: no sólo a sus alumnos que con frecuencia acudían para verlo: Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Enrique Florescano… y muchos más.
En su obra se cuenta: “Pueblo en Vilo”, “Los artífices del Cardenismo”, “Sahuayo”, “El indigenismo de Maximiliano” y “La pasión del nido”. Y luego, en lo que a mí respecta, me confío parte de su obra para que, como Director de Publicaciones de la SEP, la publicará en ediciones de tiraje extenso: y así fue: Una edición especial de “Pueblo en vilo”, “El entuerto de la conquista”; “Galería de la Reforma” y una joya más: “La ronda de las generaciones”.
¿Y qué es eso de ‘reportero de la historia’?
“Para empezar uno debe ser serio en el trabajo que se hace. Los periodistas como los historiadores deben saber la responsabilidad que tienen con los lectores, pero sobre todo con la verdad. Es así. Y la meta es acercarse a la verdad lo más próximo. Y a la hora de transmitir lo que se obtuvo en las investigaciones hay que utilizar un lenguaje muy general; un lenguaje “de la tribu”, que es más fácilmente consumible por cualquier lector o público.
“Algunos piensan que por utilizar un lenguaje común y corriente se le quita seriedad a las obras históricas o periodísticas, yo creo que vale la pena correr el riesgo de no aparecer científico, de ser tenido en menos por los colegas, a cambio de saber uno qué realmente está comunicando con quien uno quiere comunicarse.
“Realmente no es difícil el trabajo del historiador, que es el reportero del pasado. Según el tema que uno esté trabajando, van apareciendo dificultades que sólo se pueden resolver sobre la marcha. Por eso algunos consideran también que al trabajo histórico se le puede aplicar muy bien el verso de Antonio Machado: “… No hay camino, se hace camino al andar…”. “La prueba de esto es que hasta fechas muy recientes todos los historiadores no se habían formado en ninguna escuela, se habían formado en la práctica misma”…
En “Pueblo en Vilo” dice que su obra es más que todo una crónica ‘de lo que ha sido San José de Gracia en por lo menos un siglo y medio’, sin dejar de lado la disciplina histórica que obliga a las técnicas heurísticas, críticas, interpretativas, etiológicas, arquitectónicas y de estilo…”:
Y decía: “…Me considero el intérprete de la visión que mis coterráneos tienen ahora de su vida pasada; tengo la sensación de ser el cronista oficial del pueblo, el compilador y reconstructor de la memoria colectiva”.
“Desde que me convertí en cronista al estilo Rosario Sansores del ámbito social que me mimó en la infancia, empecé a recibir premios y pases a prestigiosos clubes de la cultura nacional. Según rumores, Luis González fue recibido en la Academia Mexicana de la Historia e, incluso, en El Colegio Nacional, por las crónicas sociales que hizo de una paupérrica congregación sin historia…”
Y llegué a San José de Gracia, ahí cerquita. Primero fue en 1980 y lo pude saborear mejor desde 1984 cuando me llevó a conocer La Bugambilia y a sus habitantes: don Bernardo González Cárdenas y doña Teresa Villanueva de González, a quienes tanto quise y quiero; y a sus hijos con quienes comparto tiempos buenos y tiempos duros, que es lo que construye a las amistades que nunca habrán de terminar…
Y conocí el santuario en donde nació “Pueblo en Vilo”. Aquella casa que él mismo había descrito como: “…una casa grande y vieja del pueblo. Se entra a la casa por un corredor breve y ancho que desemboca a los corredores de adentro y al jardín. En medio de éste se levanta el brocal de un pozo.
…“A un lado hay una fuente de azulejos. La planta más frondosa del jardín es una granada de china. A su sombra han muerto muchos rosales, begonias y belenes … Sobre tres lados del rectángulo del jardín se inclinan las vertientes de los corredores. Los pisos son de mosaicos. Al corredor dan las puertas de las alcobas, la sala y el comedor…”.
Fue ahí en donde don Luis más quería estar. Allá está, desde diciembre de 2003.
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