Norma Lazo (Veracruz, 1966) entreteje tres historias de soledad, empatía, violencia, crueldad y desolación en un presente saturado de acciones deshumanizadas. Son tres relatos aparentemente distantes y distintos, pero que en realidad comparten la misma desgracia: la pérdida de un ser humano. Se trata de su más reciente novela La banalidad de los hombres crueles (Lumen), una exploración sobre la intimidad de personajes solitarios.
“Para mí los tres personajes están enfrentando un punto trágico, una tragedia en sus vidas y al mismo tiempo de padecer la crueldad humana, encuentran a alguien más que se vuelve una especie de refugio, un contenedor de empatía, y estos personajes que aparecen como esperanza tienen la capacidad de ponerse en el lugar del otro sin volverse locos. Los tres personajes enfrentan la tragedia y el afecto de un desconocido al mismo tiempo”, describe Lazo en entrevista.
El relato se caracteriza por construirse en tres fragmentos distintos. Cada capítulo es un fragmento de la historia de uno de los personajes, y se van cruzando conforme avanza la historia. Con ello la autora logra desarrollar tres narraciones de manera simultánea y en todas hay violencia, muerte y totalitarismo.
Las tramas ocurren en Tokio 1971, Rusia en 1938 y 2019, y en México actual. En las tres los protagonistas se enfrentan a una soledad y vulnerabilidad extrema, pero el azar de la vida los topa con personas empáticas, lo que hace sus vidas melancólicas. Tal vez la historia más fuerte por su cercanía al presente es sobre el asesinato de una joven en el Estado de México, donde la violencia contra las mujeres se hace presente y donde la criminalidad toma protagonismo como en los últimos años en el país.
“Empecé a investigar el tema y se me hizo una historia interesante que era algo que había que contar; estas vidas y personajes tan interesantes enfrentados en esas épocas donde el totalitarismo era quien decidía sus vidas. Era la mano del Estado tomando estas decisiones, las llamadas purgas en la unión soviética por ejemplo.
“Se va a escuchar feo pero escribo de estas tragedias porque es lo tengo en la cabeza, es lo que me une con los demás seres humanos, todos estamos atados a la muerte, todos tenemos una pérdida, todos sabemos que vamos a morir y esa parte es lo que me hermana con mis personajes”, relató la también autora de El dolor es un triángulo equilátero, y Lo imperdonable.
Para la novelista este ejercicio literario significó un cierre de ciclo. Confiesa que tardó varios años en terminar el relato por las historias tan complejas emocionalmente. “Significa un cierre en muchos sentidos, en mi vida personal fue una novela que me costó muchos años, la tenía que dejar descansar porque me atravesaba de diversas maneras y terminarla es una especie de alivio, un alivio existencial. Era una cuenta por saldar”, refirió.