Su nombre, la última letra del alfabeto, fue sinónimo de muerte y miedo en toda la costa este de México durante los primeros tres lustros del nuevo milenio.
Para Guadalupe Correa Cabrera, autora del libro Los Zetas Inc. (Temas de Hoy, edit. Planeta, 2018), esta organización es mucho más que un grupo de criminales dedicados al narcotráfico, y su legado, basado en lograr las máximas ganancias financieras posibles, asegura que el país no encontrará la paz en el corto plazo.
Mediante una investigación que le tomó más de seis años, 103 entrevistas y la revisión de más de 360 fuentes documentales, la académica explica que Los Zetas, fundados por exmilitares mexicanos como el brazo armado del Cártel del Golfo, establecieron un nuevo estándar para entender al crimen organizado en México.
A diferencia de los cárteles tradicionales, como el de Sinaloa o el de Juárez que eran regidos por lazos familiares con arraigo en las regiones donde operaban, Los Zetas en su apogeo eran una compleja red empresarial ilegal transnacional de corte militar-corporativo, sin un liderazgo absoluto controlando todas sus acciones. Poseían juntas directivas, áreas de recursos humanos y materiales, así como de inteligencia financiera, blanqueo de capitales y tecnología.
Protegían y promocionaba una marca propia que establecía subsidiarias por todo el país para la extracción de rentas. Con tácticas militares, y equipados con armas de uso exclusivo del Ejército, la violencia extrema era su carta de presentación y el principal medio para el control territorial.
Correa Cabrera explica que la estructura y modus operando de Los Zetas está siendo importada y adaptada por sus competidores, a pesar de que ha mantenido un bajo perfil desde que Miguel Ángel Treviño Morales el Z-40, su líder más visible, fue aprehendido en julio de 2013.
No importa que Los Zetas como Zetas ya no estén, conservamos este modelo que extrae rentas, este modelo violento que diversifica actividades criminales, que controla territorios y monopoliza la extracción de rentas de las diferentes actividades ilegales que se realizan en ese territorio.
"En realidad Los Zetas son un modelo, no sólo un grupo. La Familia Michoacana, el Cártel Jalisco Nueva Generación, Los Caballeros Templarios retoman esta lógica militar del ejercicio del miedo y se extendió a nivel nacional", dice.
Según la autora, una de las características más disruptivas de Los Zetas fue la diversificación de sus líneas de negocios, ya que no sólo se dedicaban al narcotráfico, sino también al robo de hidrocarburos y carbón, el tráfico de personas, el trasiego de armas y al cobro de piso.
Esto resulta vital para entender el verdadero alcance de las organizaciones criminales y combatirlas, según ella.
"En realidad el problema del crimen organizado no es un problema de drogas únicamente, se ha hecho tan complejo que tenemos grupos que ni si quiera se dedican a las drogas, que solamente extraen rentas o al robo de hidrocarburos.
"Si combatimos la problemática como la quiere combatir la administración siguiente con una política de drogas y decir que todo se va a solucionar porque vamos a legalizar la mariguana y la siembra de amapola, estamos mal", dice.
Según la autora, la política de combate al crimen organizado deber ser multifactorial, en la que se ataque la corrupción gubernamental y empresarial que facilita su operación, se fortalezcan las policías locales, se establezcan más redes de investigación financiera y se mejoren los procedimientos judiciales, por sólo mencionar algunos estándares mínimos.
GUERRA POR LOS RECURSOS
Como tesis central de su libro, Correa Cabrera establece que este nuevo modelo criminal y las reacciones gubernamentales han beneficiado principalmente a corporativos transnacionales.
Industrias como la de la seguridad privada, venta de armas y el sector financiero se han beneficiado del dinero que corre por el conflicto armado en México, que la autora identifica como una guerra civil moderna en la que la población civil está en el medio.
Pero principalmente, Correa Cabrera apunta a las empresas transnacionales de energía y minería como las grandes ganadoras.
De acuerdo con ella, las zonas más violentas al norte del país son también las más ricas en recursos naturales, como la Cuenca de Burgos de Tamaulipas y sus reservas de gas shale, o la región carbonífera de Coahuila. Así, la extrema violencia entre grupos del crimen organizado y las fuerzas gubernamentales ha ocasionado el desplazamiento de la población y con ella cualquier posible brote de resistencia organizada por parte de la sociedad civil a proyectos de extracción de recursos naturales.
La experiencia internacional en Asia, África y Oriente Medio –recuerda Correa– enseña que en zonas de intenso conflicto y de reducción de presencia gubernamental, las empresas privadas de extracción suelen florecer a pesar del contexto adverso. Y lo mismo –dice– pasa en México a raíz de la Reforma Energética que permite la participación privada.
Es una lucha por los recursos, es una guerra contra la gente que tiene estas tierras y al final el oportunismo de las empresas hace que ellos sean los principales ganadores de esta guerra.
"No se puede comprobar si estas organizaciones formaron a Los Zetas o son oportunistas, lo que sí puedo ver es una coincidencia entre los territorios más ricos en hidrocarburos del país y las zonas más violentas en México, derivadas de este modelo criminal y la respuesta del estado, que combinadas tenemos lo que llamo una guerra civil moderna", finaliza.