La editora y traductora capitalina recibió el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena 2020, por su traducción dl alemán de la novela El hacha de Wandsbek, de Arnold Zweig, considerada una obra maestra olvidada de la literatura en lengua alemana del siglo XX, cuya aparición en español ameritaba una traducción de la envergadura de su leyenda y de su enorme calidad.
¿Quién es la ganadora del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena 2020?
Soy Claudia Cabrera, acabo de cumplir 50 años, de los cuales más de la mitad los he dedicado a la traducción. Primero, de textos de artes y humanidades y, desde hace casi quince años, de literatura. Crecí en un entorno bilingüe y bicultural, pues cursé desde la primaria hasta la preparatoria en el Colegio Alemán Alexander von Humboldt. Ahí nació mi amor por Alemania y por el idioma alemán. Cuando todavía no era freelancer, trabajé en el Goethe-Institut Mexiko, en la Editorial Herder y en la embajada alemana. Mi esposo es alemán. Paso muchos meses al año en Alemania. A estas alturas de mi vida, lo alemán está tan imbricado con lo mexicano en mí que ya no habría manera de separarlo. Me considero un híbrido bicultural, y me encanta serlo. Además, soy miembro fundador y vicepresidenta de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios, Ametli.
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¿Cómo fue tu encuentro con la literatura?
Siempre fui una lectora ávida, desde que empecé a leer, a los 4 años. En cuanto pude, empecé a leer también en alemán y en inglés. Desde chica tuve claro que me iba a dedicar a algo relacionado con las letras y con los idiomas. Pero no estudié traducción. Simplemente empecé a traducir porque así se dieron las cosas. Recuerdo que, hace muchísimos años, la primera vez que trabajé en el Goethe, me preguntaron si podría traducir un artículo de periódico del alemán al español. Pude. Supongo que les habrá gustado el resultado, porque me empezaron a pasar catálogos de exposiciones de artes plásticas, de retrospectivas fílmicas, textos así. Creo que fue por eso que, poco a poco, me envalentoné y empecé a llevar mi CV a editoriales, a hacer pruebas de traducción. Fue así como traduje varios libros de humanidades antes de que me encargaran la traducción de la primera novela, Animal Triste, de Monika Maron, para la Editorial Herder. (Por cierto, Herder, como ya te estarás dando cuenta, ha sido una presencia muy constante, y decisiva, en mi trayectoria traductoril.) También empecé muy pronto a hacer interpretación consecutiva, y luego, simultánea. Todo siempre bajo el cobijo del Goethe, que es prácticamente mi alma mater.
Es justo decir que la valentía te fue llevando a la traducción. Sin embargo, tengo entendido que también te ha llevado a otras actividades
Y sí. Fíjate que llevaba ya varios años traduciendo teatro cuando en 2009 me invitaron a participar a un taller de traducción teatral alemán-español, coorganizado por la Central del Goethe y por el International Theatre Institute, de la Unesco. Se me hizo súper interesante, porque yo no sabía que existieran esos talleres. Después me enteré que, además, existen también casas de traductores a las que puede uno ir a trabajar en sus proyectos, a veces con becas. Ese taller me reveló un mundo nuevo, amplio y riquísimo, que cambió totalmente mi forma de trabajar y que me llevó a conocer y a relacionarme con cada vez más traductoras y traductores de muchas partes del mundo, quienes a la fecha constituyen una red esencial para mí. En ese taller en 2009, en Mülheim, se sembró la semillita que habría de germinar para convertirse en los talleres ViceVersa de traducción literaria alemán-español.
¿En qué consisten esos talleres?
Me explico. El taller de traducción teatral lo impartió Thomas Brovot, uno de los mejores y más renombrados traductores literarios del español al alemán (ha traducido, por nombrar sólo a un puñado de autores, a Goytisolo, Cortázar, Paz, Sarduy y García Lorca), y con una amplia experiencia como tallerista, además de que es muy generoso a la hora de compartir sus conocimientos. El trabajo en el taller constituyó tal revelación para mí, que le pregunté a Thomas sí vendría a México a impartir uno. Su respuesta: “Claro. Tú organízalo y yo voy.” ¡Menuda tarea! Y bueno, me tardé dos años, pero lo organicé. Se dio la feliz circunstancia de que en 2011 Alemania fuera el país invitado a la FIL de Guadalajara. Entonces, les propuse a las responsables del programa cultural en el Goethe-Institut y en la embajada alemana que, para apuntalar aún más la presencia de Alemania en la FIL, hiciéramos un taller de traducción literaria alemán-español, el primero en su tipo en México. Y, por fortuna, a las dos les pareció una muy buena idea.
¿Qué tienen de especial esos talleres? ¿En qué consiste su dinámica?
La idea general de estos talleres ViceVersa, concebidos en Alemania por el Fondo de Traductores Alemanes (Deutscher Übersetzerfonds, DÜF), es que asistan seis germanoparlantes que traduzcan a otra lengua, y seis hablantes de esa otra lengua que traduzcan al alemán. Lo coordinan un germanoparlante y un hablante de la otra lengua. En esa primera edición mexicana, lo acotamos sólo a participantes mexicanos. Me pareció importante que así fuera. Los germanoparlantes fueron cinco de Alemania y uno de Austria. Me pareció importante que así fuera. Los coordinadores fuimos y hemos sido siempre, a partir de entonces, Thomas Brovot y yo. Visto a la distancia, ahora me parece que fue una osadía infinita haber coordinado yo aquel taller… ¡cuando lo que yo había querido simplemente era tomarlo y seguir abrevando de la sabiduría de Thomas! En fin.
Aquello evolucionó, entonces
Así es. El segundo taller lo hicimos en la Casa de Traductores Looren, en Suiza, 2013. Esa vez ya fueron colegas argentinos. En 2015 le fui infiel a Thomas y, junto con el Goethe-Institut Mexiko, organicé un taller exclusivamente del alemán al español para traductores hispanoamericanos noveles, lo codirigí junto con el español Jorge Seca, excelente traductor y maestro de traducción. Fue en Guadalajara, en el marco de la FIL, y en el DF, en el Goethe. En 2016 hice el tercer ViceVersa con Thomas, también en el Goethe, sólo en el DF. Los traductores hispanoparlantes fueron de México, Argentina y España. En 2018 hicimos el cuarto ViceVersa, esta vez en Berlín, en el Coloquio Literario de Berlín, con participantes de México, Argentina, Chile y Uruguay. Y de Alemania, claro.
¿Hasta ahí llegó la experiencia con estos talleres?
No, para nada. La próxima edición de ViceVersa, la quinta, la tenemos ya planeada para el verano de 2021, en Alemania, en el Colegio Europe de Traductores en Straelen, que fue la primera casa de traductores en el mundo. Esperemos que el Covid-19 lo permita. Gracias a estos talleres se han creado redes muy sólidas de colegas que se apoyan (nos apoyamos) mutuamente. Juntos participamos en foros de traducción español-alemán, nos consultamos dudas, nos avisamos de eventos interesantes, compartimos información relevante, etcétera. Mientras que el cuerpo aguante y sigamos teniendo candidatos interesados en participar en estos talleres, Thomas y yo estamos dispuestos a seguir haciéndolos. Hay que decir que los ViceVersa no son sólo para principiantes, nos gusta que haya traductores de todos los niveles: principiantes, intermedios, veteranos. Eso enriquece mucho el ambiente y el trabajo que llevamos a cabo con los textos.
¿Qué me puedes decir sobre tu obra, sobre tu proyecto de traducción literaria?
En cuanto al libro El hacha de Wandsbek y el proyecto de traducción, tengo que decir que yo no formulo como tal un proyecto de traducción. Por lo menos, no conscientemente.
El libro lo elegimos de manera conjunta el editor Jan-Cornelius Schulz, director de la Editorial Herder, y yo. Sopesamos varios y nos decidimos por éste, porque lo consideramos un libro relevante también para nuestra época, además de que es una obra maestra de la literatura alemana.
No formulas tu proyecto de traducción. Entonces, ¿cómo procedes?
Una vez que sé que voy a traducir un libro, lo leo completo, lo empiezo a traducir, y sobre la marcha veo qué se necesita. En el caso del Hacha…, me quedó claro que iba a necesitar asesoría para traducir la terminología nazi, que es muy particular. Conté para ello con la ayuda de Iliana Sánchez Roa, traductora mexicana que vive hace muchos años en Berlín, quien se ha especializado en el tema. Decidí también que quería ir a visitar el lugar de los hechos, la prisión de Fuhlsbüttel, cerca de Hamburgo. Sólo se conserva una parte muy pequeña, que convirtieron en museo, de lo que fue la prisión nazi durante el Tercer Reich, pero me fue muy útil visitarla. Tuve que conseguir también un montón de literatura secundaria, porque Arnold Zweig es un autor muy culto y hace muchas referencias a muchos libros, entre otros, de Nietzsche y de Freud. También menciona muchos datos de la historia alemana, desde antes de la Primera Guerra Mundial, así es que me tuve que poner a leer mucho. Así que, en realidad, la enorme ventaja fue que aprendí muchas cosas mientras iba traduciendo el libro.
Una vez que tuviste el original en tus manos, si me permites decirlo, tu proyecto de traducción se fue armando, enriqueciendo, con sus pasos, con sus viajes
Así es. Así fue. Mi traducción estuvo muy viajada, visitó cuatro países: Alemania (el ya mencionado Colegio Europeo de Traductores), Suiza (la también mencionada Casa de Traductores en Looren), Canadá (donde participé en el Banff International Literary Translation Centre en la ciudad de Banff) y Argentina (participé en un taller de traducción literaria alemán-español, coordinado por Carla Imbrogno). Conté con la ayuda de muchos colegas, a quienes consulté en varios momentos y sobre diversos temas. Mi esposo, Gerold Schmidt, también traductor, fue un gran apoyo, porque conoce a profundidad el Tercer Reich y sus repercusiones.
En ese proceso de escribir tu traducción literaria, intuyo uno prolongado en donde no todo fue felicidad
Fue un proceso largo y laborioso, sí. Que también lo sufrí, sí. Hasta ese momento, nunca había traducido un libro tan difícil, y dudaba que fuera capaz de hacerlo con solvencia. Me peleé con mi editor. Nos reconciliamos. Pasó de todo durante el tiempo que me tardé en traducirlo, ya no recuerdo cuánto fue, dos, tres años… Después de que lo entregué, el libro pasó también por un largo proceso de edición. No fue fácil encontrar a un corrector que quisiera revisar un libro tan gordo y complicado. ¡Son 800 páginas! Finalmente, Camila Joselevich entró al quite. Y Lizbeth Zavala Mondragón, gerente editorial de Herder, hizo el cuidado de la edición.
Y, al final, el libro, El hacha…
¡El resultado fue precioso! Cuando se publicó, en noviembre del año pasado, lo presentamos dos veces. La primera vez, en el Goethe-Institut, que nos brindó un apoyo para la traducción, y fue un éxito de público. Asistieron casi 100 personas, lo cual resulta inaudito para una presentación de un libro de este tipo. La segunda fue en la FIL en Guadalajara. De febrero a marzo de este año (justo antes de que iniciara la cuarentena), hicimos un círculo de lectura: siete sesiones, una por capítulo. Contó con un núcleo duro de asistentes, alrededor de 15, y las sesiones se convirtieron en maravillosas tertulias literarias, con una riquísima discusión ya no sólo en torno al libro, sino que de ahí pasamos a otros libros relacionados, a películas, a tratar infinidad de temas que surgieron sobre la marcha. Ya no pudimos cerrar con broche de oro, proyectando la filmación que de la novela se hizo en la década de 1951 en la República Democrática en Alemania, debido a la pandemia. La función iba a ser el 19 de marzo, la cuarentena empezó el 16…
Así la odisea, ¿cómo fue que llegó la idea de participar en el premio?
Como el libro es tan bueno, decidí participar con él en el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena. Y para enorme gozo mío, el jurado también consideró que el libro era lo suficientemente bueno como para que le otorgaran el galardón. Por supuesto, casi se me sale el corazón por la boca cuando la doctora Lucina Jiménez, directora del INBAL, me llamó por teléfono para darme la noticia. Casi lloro de felicidad. El premio vino a ser como una culminación. Y aunque me lo hayan dado por el Hacha, en el fondo lo siento como un reconocimiento a mi trayectoria, y es que, finalmente, ya llevo muchos años en esto.
En ese sentido, ¿estos premios le sirven al gremio de los traductores literarios?
En el fondo, y en principio, sí. Quisiera pensar que estos premios sirven también para darle más visibilidad a los traductores que se lo ganan, pero ya no estoy segura. A mí este libro, de por sí, ya me había otorgado cierta visibilidad en relación con él: mi nombre aparece en portada, por las presentaciones, el círculo de lectura… Además, como digo, ya tengo muchos años en el medio, y no soy tan desconocida. Sin embargo, en general, los traductores literarios somos invisibles.
Entiendo que a Miguel Barajas, quien obtuvo el Premio en la categoría de poesía, sí lo han entrevistado mucho a raíz del premio, en Xalapa, donde vive. A mí me hicieron una única entrevista, para el Canal 22, junto con Miguel. ¡Ah!, y otra para un medio de provincia, la revista en línea Bocetos. Y ni un solo periódico importante de circulación nacional hizo mención del Premio Michelena. Ni uno. Me parece una lástima. Y no por mí, sino por lo que esto implica. Espero que cuando sea la premiación, los medios consideren la noticia lo suficientemente interesante como para concederle un lugar igual de digno en sus espacios y plataformas que el que les brindan a aquéllas relacionadas con deportistas o con escritores, una lucha, por cierto, que también estamos dando desde Ametli, pero esa es otra historia.