/ miércoles 11 de diciembre de 2019

Los xoloitzcuintles renacen en la era hipster

El xoloitzcuintle es una alternativa de lo mexicano para los jóvenes de los barrios capitalinos de moda; fue declarado ícono de la Ciudad de México en 2016

En el Museo Dolores Olmedo en Ciudad de México, las colecciones más importantes de los icónicos pintores mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera comparten protagonismo con una jauría de perros sin pelo y de piel oscura.

Son 13 perros xoloitzcuintles, un canino ancestral endémico de México y Centroamérica cuyo origen data de unos 7 mil años y que conserva un lugar predominante en el arraigo cultural desde épocas prehispánicas hasta la actualidad, como mascotas de jóvenes hipsters en los barrios capitalinos de Roma o Condesa.

“El xoloitzcuintle no sólo ha servido de inspiración y modelo para artistas mexicanos del siglo XX y XXI, también se ha sumado al catálogo de iconos que representan la mexicanidad como La Catrina, Frida Kahlo y el Calendario Azteca”, dijo María Olvido Moreno, experta del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El nombre de este peculiar can, que según especialistas habría sido domesticado hace más de 5 mil 500 años, proviene de las palabras en lengua náhuatl “xólotl” e “itzcuintli”, que significan “extraño” y “perro”, respectivamente.

En la mitología mexica, Xólotl era el dios de la transformación, de lo desconocido y de la muerte. Para los antiguos mexicanos eran los acompañantes en su camino al Mictlán, o “inframundo”.

Las evidencias más antiguas de la existencia de xoloitzcuintles son ofrendas de los perros en contextos funerarios.

Según investigadores, la información almacenada en el ADN de los “xolos” -que transmite los genes de los dientes y el pelo, entre otros- no es leída correctamente por las células, por lo que el resultado es un can sin pelo y al que le falta parte de su dentadura, por lo que están frecuentemente con la lengua saliendo de la boca.

Son conocidos por el calor que emite su cuerpo, y se usaban para tratar malestares reumáticos y asma.

El xoloitzcuintle estuvo al borde de la extinción durante la colonización europea (1492-1810) debido, en parte, a que los conquistadores hallaron en él una fuente de alimento para sus expediciones, y porque se buscaba eliminar las tradiciones religiosas relacionadas a este animal.

El siglo XX vería el resurgimiento del xolo, de la mano del nacionalismo cultural que surgió tras la Revolución Mexicana de 1910, del muralismo y de los artistas de la Escuela de Pintura Mexicana que los adoptaron en sus lienzos y en sus casas.

Ahora, los xolos están viviendo un nuevo renacimiento en el siglo XXI.

Han aparecido en publicaciones como las páginas de moda de The New York Times, fueron declarados Patrimonio e Icono de Ciudad de México en 2016, y son la raza preferida de capitalinos como Rubén Albarrán, cantante de Café Tacvba.

“Los xolos son una alternativa para la gente que busca elementos mexicanos. Para el ritmo ajetreado de la ciudad, un perro pelón es excelente mascota, capaz de habitar en departamentos y fáciles de cuidar”, dijo Raúl Valadez, del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

En el Museo Dolores Olmedo en Ciudad de México, las colecciones más importantes de los icónicos pintores mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera comparten protagonismo con una jauría de perros sin pelo y de piel oscura.

Son 13 perros xoloitzcuintles, un canino ancestral endémico de México y Centroamérica cuyo origen data de unos 7 mil años y que conserva un lugar predominante en el arraigo cultural desde épocas prehispánicas hasta la actualidad, como mascotas de jóvenes hipsters en los barrios capitalinos de Roma o Condesa.

“El xoloitzcuintle no sólo ha servido de inspiración y modelo para artistas mexicanos del siglo XX y XXI, también se ha sumado al catálogo de iconos que representan la mexicanidad como La Catrina, Frida Kahlo y el Calendario Azteca”, dijo María Olvido Moreno, experta del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El nombre de este peculiar can, que según especialistas habría sido domesticado hace más de 5 mil 500 años, proviene de las palabras en lengua náhuatl “xólotl” e “itzcuintli”, que significan “extraño” y “perro”, respectivamente.

En la mitología mexica, Xólotl era el dios de la transformación, de lo desconocido y de la muerte. Para los antiguos mexicanos eran los acompañantes en su camino al Mictlán, o “inframundo”.

Las evidencias más antiguas de la existencia de xoloitzcuintles son ofrendas de los perros en contextos funerarios.

Según investigadores, la información almacenada en el ADN de los “xolos” -que transmite los genes de los dientes y el pelo, entre otros- no es leída correctamente por las células, por lo que el resultado es un can sin pelo y al que le falta parte de su dentadura, por lo que están frecuentemente con la lengua saliendo de la boca.

Son conocidos por el calor que emite su cuerpo, y se usaban para tratar malestares reumáticos y asma.

El xoloitzcuintle estuvo al borde de la extinción durante la colonización europea (1492-1810) debido, en parte, a que los conquistadores hallaron en él una fuente de alimento para sus expediciones, y porque se buscaba eliminar las tradiciones religiosas relacionadas a este animal.

El siglo XX vería el resurgimiento del xolo, de la mano del nacionalismo cultural que surgió tras la Revolución Mexicana de 1910, del muralismo y de los artistas de la Escuela de Pintura Mexicana que los adoptaron en sus lienzos y en sus casas.

Ahora, los xolos están viviendo un nuevo renacimiento en el siglo XXI.

Han aparecido en publicaciones como las páginas de moda de The New York Times, fueron declarados Patrimonio e Icono de Ciudad de México en 2016, y son la raza preferida de capitalinos como Rubén Albarrán, cantante de Café Tacvba.

“Los xolos son una alternativa para la gente que busca elementos mexicanos. Para el ritmo ajetreado de la ciudad, un perro pelón es excelente mascota, capaz de habitar en departamentos y fáciles de cuidar”, dijo Raúl Valadez, del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

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