De manera autodidacta, Manuel Álvarez Bravo hizo de la f otografía un arte. Imagen fija convertida en un documento histórico, social y estético. Instantáneas en blanco y negro de un México entrando a la modernidad.
A 120 años de su nacimiento sus imágenes confirman que fue uno de los fundadores de la fotografía moderna.
Manuel Álvarez Bravo nació en la Ciudad de México el 4 de febrero de 1902. Desde su infancia la imagen estuvo en su entorno familiar. Su padre, maestro de profesión, se desarrolló en la pintura, fotografía y escritura, en particular en la creación de obras de teatro; en tanto, su abuelo fue retratista profesional.
La mirada de Álvarez Bravo se forjó en medio de la Revolución mexicana que inició cuando él tenía ocho años de edad y vivía en un viejo edificio atrás de la Catedral de la Ciudad de México. En su andar diario le era común observar cadáveres abandonados en la calle y escuchar disparos mientras la gente corría. Supo conservar en su memoria esas imágenes que luego llevó a la fotografía.
A los 12 años de edad, su padre falleció y Álvarez Bravo se vio obligado a trabajar para ayudar a la familia. Primero en una fábrica textil y después en la Tesorería General de la Nación. Pero muy pronto se acercó por genuina curiosidad a la cámara fotográfica y de manera autodidacta descubrió sus posibilidades a través de diversos experimentos. Sus primeras imágenes eran una suerte de imitaciones pictóricas influenciadas por sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos.
Gracias a sus estudios de pintura, exploró en las estéticas modernas como el cubismo y la abstracción. En 1930 inició en la fotografía documental en la revista Mexican Folkways , un puesto que le dejó Tina Modotti, junto con su cámara, y ahí comenzó su trabajo para los pintores muralistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, a quienes ayudó a producir los catálogos de sus obras. Hizo retratos de figuras de la cultura de la época, como León Trotski, Frida Kahlo, Juan Rulfo y Luis Buñuel.
Entre 1943 a 1959 trabajó en el cine y una de sus primeras colaboraciones fue con ¡Que Viva México!, de Sergei Eisenstein; además participó en rodajes con John Ford y Luis Buñuel. En 1944 fue realizador del largometraje Tehuantepec, y de los cortometrajes Los tigres de Coyoacán, La vida cotidiana de los perros, ¿Cuánta será la oscuridad? y El obrero.
En vida, presentó más de 150 exposiciones individuales y participó en más de 200 colectivas. De éstas destaca el proyecto en colaboración con Henri Cartier-Bresson en el Palacio de Bellas Artes en 1935 y, poco después, su obra fue publicada y expuesta por André Breton en París. También fundó el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana en 1959.
Obtuvo su primer reconocimiento en un certamen de fotografía en Oaxaca, en 1925 y cuatro años después, ya figuraba en su primera exposición colectiva en el Palacio de Bellas Artes.
Entre los reconocimientos que recibió destaca el Premio Elías Sourasky en Artes, el Premio Nacional de Ciencias y Artes 1975, la Condecoración oficial de la Orden de las Artes y las Letras, por Francia en 1981, el Premio internacional de la fundación Hasselblad por Suecia en 1984, y el Master of Photography del ICP en Nueva York, en 1987.
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Reconocido como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX, alabado por el artista Edward Weston, Álvarez Bravo, nombrado poeta de la lente por especialistas, recibió de la Universidad de Guadalajara un doctorado Honoris Causa en 1994.
En 1996, el pintor Francisco Toledo (1940-2019) fundó en la capital oaxaqueña el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, concebido como un espacio para promover la fotografía y desde 2011 una sociedad civil que lleva su nombre tiene a resguardo el acervo del artista.