/ viernes 28 de junio de 2024

México lleva el tema de la migración a la Bienal de Venecia con “Nos marchábamos, regresábamos siempre”

El artista visual Erick Meyenberg y la curadora Tania Ragasol crearon la videoinstalación “Nos marchábamos, regresábamos siempre”

Envuelta por un aura de melancólica y nostalgia, desde el pasado 20 abril la videoinstalación “Nos marchábamos, regresábamos siempre”, del artista Erick Meyenberg y la curadora Tania Ragasol, es la representante del arte contemporáneo nacional que se exhibe en 60ª Exposición de Arte de La Biennale di Venezia, dentro del Pabellón México.

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Se trata de una pieza inmersiva que combina la cinematografía, la escultura, la danza, el arte sonoro y conceptual, en la que su autor se refiere a las características en común de los grupos migrantes que han echado raíces alrededor del mundo. Esto, a través de los ojos de los Doda, una familia albanesa que él mismo conoció, la cual lleva establecida en el norte de Italia alrededor de 30 años, luego de verse en la necesidad de desplazarse cuando Albania aún formaba parte de la Unión Soviética.

“Sin una relación personal no puede aparecer lo político. Es por eso que creo que el corazón de esta pieza es la búsqueda del abordaje de la migración desde los afectos. ¿Cómo hablar desde lo verdaderamente humano sobre un tema tan latente en todo el mundo, más allá de las particularidades de la migración en México o la migración albanesa hacia Italia?”, explica Erick Meyenberbg sobre su propia creación, en entrevista con El Sol de México.

“Esta videoinstalación trata de destacar los elementos universales y humanos que nos tocan a todos por igual, desde la figura del migrante que, al salir de su país e ingresar a otro, se vuelve en el extranjero, el intruso, que lleva, además de los horrores de la migración, un equipaje personal que es simbólico, emocional y hasta poético: otra especie de viaje hacia su pasado, el cual sabe irremediablemente perdido”, abunda el artista.

ENTRE PARÉNTESIS

Con la acotación de que lo filmado durante su estancia con los Doda, a quienes grabó conviviendo sobre una mesa en medio la región de la Toscana, carece de un sentido “documental o antropológico sino estético y abstracto”, Meyenberg cuenta que la instalación está compuesta por cuatro pantallas de gran formato ,de cuatro por siete metros, colocadas en dos pares simulando “una suerte de paréntesis”, que engloba todo el espacio, en cuyo centro hay una larga mesa blanca con más de 80 esculturas en cerámica y esmaltadas en el mismo color.

“Al entrar a la instalación es como ver el espectro de una mesa, el esqueleto de lo que quedó de una convivencia. La mesa recrea lo que está en la grabación, pero no con un fin hiperrealista sino con una gestualidad escultórica que evoca la escena de un naufragio, que hacen pensar que la comida, las copas y el vino que representan están en un proceso de formación o desintegración. Hay un movimiento perpetuo que no queda muy claro”, describe el artista.

La pieza también comprende una silla en la cual se colocan velas encendidas que se dejan derretir en su totalidad, como una evocación “a las muchas ausencias” que experimentan los migrantes; un piso negro reflejante “casi como un espejo de obsidiana”, que refiere al “inframundo migrante”, en el cual todos los espectadores “miran su propia imagen”; y, además, una activación coreográfica diseñada por uno de los integrantes de los Doda, la cual “emula la reacción de un viajero migrante”.

“Toda la instalación lo que hace es apelar a las emociones y sensaciones que se pueden sentir cuando te vas de un lugar y cuando llegas a otro, cuando simplemente no te sientes parte de ningún lugar, pero se te presenta esa mesa, como una posibilidad de poder pertenecer a algo, aunque no sepas qué va a suceder después”, apunta la curadora Tania Ragasol.

Otro elemento que destacan ambos creadores, es el diseño sonoro, que contiene diálogos y recitaciones de poesía hecha por los mismos Doda, lenguajes abstractos y música balcánica, que “realza el tejido nostálgico, de la pérdida, la celebración y el duelo”, en una mezcla entre tradición y modernidad.

ENCONTRAR LO HUMANO EN LAS EXPERIENCIAS

Tanto Meyenberg como Ragasol, son hijos de familias migrantes: él de una familia alemana y libanesa, provenientes de Beirut; y ella de una familia de españoles llegados México como refugiados de la Guerra Civil Española. Es por eso que ambos encuentran gran empatía con la familia Doda y con esta pieza en la que miran el reflejo de sus propios familiares.

En cuanto a su proceso creativo, Meyenberg, que ha exhibido su trabajo, tanto en México, como Alemania y Estados Unidos, menciona que parten de vivencias personales, que tocan fibras de su propia existencia, como fue el conocer a los Doda hace cinco años y darse cuenta que en sus vidas, aunque no son artistas viven de una forma poética.

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“Hacer arte desde el video me permite acercarme a las cuestiones humanas en mis propias experiencias. Todo ese material se vuelve para mí, ya en el estudio, en una especie de bailarines con los que hago una coreografía por medio de la edición, a través de la que rescato todo lo humano en lo vivido”.

“La video instalación me resulta fundamental para mi expresión, porque en el cine uno se sienta ante una pantalla y casi se olvida de su cuerpo, estás inmerso en el mundo que te propone la película. En las video instalaciones intentó involucrar el cuerpo del espectador y su libertad de decisión sobre qué mirar”, finaliza.

Envuelta por un aura de melancólica y nostalgia, desde el pasado 20 abril la videoinstalación “Nos marchábamos, regresábamos siempre”, del artista Erick Meyenberg y la curadora Tania Ragasol, es la representante del arte contemporáneo nacional que se exhibe en 60ª Exposición de Arte de La Biennale di Venezia, dentro del Pabellón México.

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Se trata de una pieza inmersiva que combina la cinematografía, la escultura, la danza, el arte sonoro y conceptual, en la que su autor se refiere a las características en común de los grupos migrantes que han echado raíces alrededor del mundo. Esto, a través de los ojos de los Doda, una familia albanesa que él mismo conoció, la cual lleva establecida en el norte de Italia alrededor de 30 años, luego de verse en la necesidad de desplazarse cuando Albania aún formaba parte de la Unión Soviética.

“Sin una relación personal no puede aparecer lo político. Es por eso que creo que el corazón de esta pieza es la búsqueda del abordaje de la migración desde los afectos. ¿Cómo hablar desde lo verdaderamente humano sobre un tema tan latente en todo el mundo, más allá de las particularidades de la migración en México o la migración albanesa hacia Italia?”, explica Erick Meyenberbg sobre su propia creación, en entrevista con El Sol de México.

“Esta videoinstalación trata de destacar los elementos universales y humanos que nos tocan a todos por igual, desde la figura del migrante que, al salir de su país e ingresar a otro, se vuelve en el extranjero, el intruso, que lleva, además de los horrores de la migración, un equipaje personal que es simbólico, emocional y hasta poético: otra especie de viaje hacia su pasado, el cual sabe irremediablemente perdido”, abunda el artista.

ENTRE PARÉNTESIS

Con la acotación de que lo filmado durante su estancia con los Doda, a quienes grabó conviviendo sobre una mesa en medio la región de la Toscana, carece de un sentido “documental o antropológico sino estético y abstracto”, Meyenberg cuenta que la instalación está compuesta por cuatro pantallas de gran formato ,de cuatro por siete metros, colocadas en dos pares simulando “una suerte de paréntesis”, que engloba todo el espacio, en cuyo centro hay una larga mesa blanca con más de 80 esculturas en cerámica y esmaltadas en el mismo color.

“Al entrar a la instalación es como ver el espectro de una mesa, el esqueleto de lo que quedó de una convivencia. La mesa recrea lo que está en la grabación, pero no con un fin hiperrealista sino con una gestualidad escultórica que evoca la escena de un naufragio, que hacen pensar que la comida, las copas y el vino que representan están en un proceso de formación o desintegración. Hay un movimiento perpetuo que no queda muy claro”, describe el artista.

La pieza también comprende una silla en la cual se colocan velas encendidas que se dejan derretir en su totalidad, como una evocación “a las muchas ausencias” que experimentan los migrantes; un piso negro reflejante “casi como un espejo de obsidiana”, que refiere al “inframundo migrante”, en el cual todos los espectadores “miran su propia imagen”; y, además, una activación coreográfica diseñada por uno de los integrantes de los Doda, la cual “emula la reacción de un viajero migrante”.

“Toda la instalación lo que hace es apelar a las emociones y sensaciones que se pueden sentir cuando te vas de un lugar y cuando llegas a otro, cuando simplemente no te sientes parte de ningún lugar, pero se te presenta esa mesa, como una posibilidad de poder pertenecer a algo, aunque no sepas qué va a suceder después”, apunta la curadora Tania Ragasol.

Otro elemento que destacan ambos creadores, es el diseño sonoro, que contiene diálogos y recitaciones de poesía hecha por los mismos Doda, lenguajes abstractos y música balcánica, que “realza el tejido nostálgico, de la pérdida, la celebración y el duelo”, en una mezcla entre tradición y modernidad.

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Tanto Meyenberg como Ragasol, son hijos de familias migrantes: él de una familia alemana y libanesa, provenientes de Beirut; y ella de una familia de españoles llegados México como refugiados de la Guerra Civil Española. Es por eso que ambos encuentran gran empatía con la familia Doda y con esta pieza en la que miran el reflejo de sus propios familiares.

En cuanto a su proceso creativo, Meyenberg, que ha exhibido su trabajo, tanto en México, como Alemania y Estados Unidos, menciona que parten de vivencias personales, que tocan fibras de su propia existencia, como fue el conocer a los Doda hace cinco años y darse cuenta que en sus vidas, aunque no son artistas viven de una forma poética.

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“Hacer arte desde el video me permite acercarme a las cuestiones humanas en mis propias experiencias. Todo ese material se vuelve para mí, ya en el estudio, en una especie de bailarines con los que hago una coreografía por medio de la edición, a través de la que rescato todo lo humano en lo vivido”.

“La video instalación me resulta fundamental para mi expresión, porque en el cine uno se sienta ante una pantalla y casi se olvida de su cuerpo, estás inmerso en el mundo que te propone la película. En las video instalaciones intentó involucrar el cuerpo del espectador y su libertad de decisión sobre qué mirar”, finaliza.

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