/ viernes 20 de marzo de 2020

México Negro, afrodescendientes que fueron invisibles

Han sido invisibilizados por el gobierno y por la sociedad. De hecho, son los menos favorecidos por la economía y la política, pese a su gran aporte a la construcción del México moderno

A pesar de ser invisibilizados tanto por las autoridades como por la sociedad, en nuestro país existen un millón 381 mil 853 personas que se reconocen como afromexicanas, esto de acuerdo con la Encuesta Intercensal 2015, del Inegi


México también es un país de negros. Descendientes de aquellos que fueron traídos a la fuerza a trabajar a la Nueva España, también de quienes en el siglo XVIII huyeron de la esclavitud estadounidense atreviéndose a incursionar en nuestro país e incluso de los que en tiempos modernos no lograron alcanzar el sueño americano en EU y se quedaron a vivir en nuestro país.

Es así que hoy viven en las costas, las fronteras y aun en los desiertos del norte del país, donde en pequeños núcleos han desplegado toda su cultura y cosmovisión. Aun así, su aportación a la vida pública del país no ha sido menor.

El libro Afromexicanos —editado por el Senado de la República para conmemorar la inclusión en el artículo Segundo constitucional el reconocimiento de la cultura afrodescendiente como parte integral de la cultura mexicana— advierte que según investigaciones, José María Morelos y Vicente Guerrero, héroes de la Independencia y el primer Presidente de México, respectivamente, fueron afrodescendientes. Refiere que dos ciudades de importancia, como Córdoba, en Veracruz, y León, en Guanajuato, fueron fundadas por cimarrones.

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INVISIBLES

Según la Encuesta Intercensal 2015, elaborada por el Inegi, un millón 381 mil 853 personas se reconocieron afromexicanas, dato que se espera sea mayor tras el censo de 2020, en que se ha hecho una difusión con énfasis en este concepto.

Han sido invisibilizados por el gobierno y por la sociedad. De hecho, son los menos favorecidos por la economía y la política, pese a su gran aporte a la construcción del México moderno. Y es que se tiene detectado que las comunidades de afrodescendientes son las más marginadas del país; las más pobres y sin servicios, sobre todo en los estados de Guerrero, Oaxaca y Veracruz, donde existe una mayor concentración de negros.

Está documentado que niñas y niños de origen africano comparten procesos de vulneración de derechos. Muchos no cuentan con registro de nacimiento y trabajan desde muy temprana edad.

La senadora Susana Harp, quien ha encabezado el esfuerzo por visibilizar a las comunidades afrodescendientes pone como ejemplo a algunas regiones del país.

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“Existe una comunidad como Collantes, Oaxaca, donde si te hubieran llevado con los ojos vendados asegurarías estar en cualquier lugar de África, porque la comunidad entera es visiblemente de rasgos afromexicanos. Y la otra región es la Costa Chica, que va desde Guerrero hasta Huatulco”, detalla.

La legisladora menciona a Valerio Trujano, también municipio oaxaqueño, que está en la zona de la Cañada, que es totalmente negro. Y el Sotavento, que empieza en Oaxaca y termina en Tabasco.

Incluso en el norte del país, concretamente en Múzquiz, Coahuila, hay una zona de concentración de afromexicanos, cuyos antecesores vinieron de Estados Unidos huyendo del esclavismo, pues México abolió antes esa práctica y acá eran libres.

Se fueron concentrando donde hay dos grupos étnicos de Coahuila que son binacionales: los kikapú, que tienen paso libre en la frontera. Y están también los mascogos, y todos comparten espacio en Múzquiz. Ahí se encontraron estas dos culturas y se apoyan.

Más aún, refiere Harp que existe una diáspora que extiende su presencia a todo el país y es la que se tiene que registrar.

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“Por ejemplo en Tijuana hay muchísimos africanos que tratan de emigrar a Estados Unidos, no pueden y se quedan a vivir en México. La gente está contenta, porque todos ellos se han sabido incorporar a la vida social. Son personas que están ayudando a la economía porque son muy trabajadores, no delincuentes”, afirma.

Habla por ejemplo de los haitianos, que llegaron hace varios años y que asimismo están haciendo una gran comunidad en la zona de la frontera norte del país.

Paradójicamente, en la antropología mexicana existe una larga tradición de estudio de esas comunidades, desde hace más de 60 años que Gonzalo Aguirre Beltrán escribió de ellas originalmente, pero que con el paso del tiempo todo lo que se ha escrito y documentado ha quedado en los archivos académicos, lo que ha ayudado a invisibilizar a los afromexicanos.


LA CULTURA

Susana Harp asegura que, a estas personas, más que su lengua, que es el castellano, les une su cosmovisión, su cultura, heredada de muchos siglos de África, que se transmite de generación en generación, aun incluso si la tonalidad de la piel negra se va perdiendo. Basta con que se asuman afrodescendientes para serlo.

Existen por ejemplo las comunidades negras de Veracruz, cuya cultura empieza en algunas comunidades de Oaxaca, se mezclan con zona chinampeca, son afrojarochos. Ellos cantan sones con arpas y jaranas. No necesariamente son de piel muy oscura, pero se sienten afrodescendientes.

Es impresionante, dice Harp, ver por ejemplo que la abuela es totalmente de piel oscura y luego la hija ya va teniendo la piel un tono de piel mas claro y luego los nietos son súper claros pero los tres dicen yo soy afromexicano.

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“¿Por qué? Por que tienen una manera diferente de comer, una manera de casarse, una manera de bailar, una manera de creer, tienen creencias específicas. Creen en algo parecido a un nahual, más parecido que hay en el istmo que se llama kendal. Es alguien que te va a ayudar a bien vivir o a bien morir. Las curanderas, las parteras tradicionales en ocasiones lo que hacen es poner arenita afuera de la casa en donde van a apoyar en el parto y cuando salen miran las huellas de qué animal pasó por ahí y ése es el kendal que los acompañará toda su vida”, refiere la legisladora.

En materia musical, que es su fuerte, la senadora por Oaxaca dice que se puso a recopilar canciones de estas comunidades afro desde 2006, “para enterarme que no eran dos o tres, como de pronto yo veía en la Guelaguetza y decía ‘!ay qué bonita¡’, como la de Pinotepa, pero cuando me fui a meter a esas comunidades, cuando entré al Ciruelo, al Corralero, caí en cuenta de que era otro Oaxaca. Me dio una profunda vergüenza darme cuenta que no sabía que existían estas grandes comunidades, que son mestizas —por que todos somos mestizos, no hay ya ninguna cultura pura de sangre— pero ahí estaban, en una invisibilidad total. Y a mí la música me permitió irme adentrando dentro de las regiones”.

Como en la Nueva España les prohibieron el uso de tambores –porque los españoles se dieron cuenta que de esa manera se comunicaban entre ellos—, los afrodescendientes mexicanos no usan tanta percusión como en el Caribe. Fue entonces que idearon cosas como las artesas. El son de Artesa, que se canta y baila zapateado sobre una canoa volteada. No eran canoas para navegar, sino que así le dicen a un tronco de árbol muy grande que socavan y voltean. El tambor está en los pies.

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En materia culinaria, el libro Afromexicanos remite a los tamales de mejillón o tichinda, que cocinan las comunidades afro en Cuajinicuilapa, en Guerrero, donde también son los creadores del mole de cabeza de marrano.

Adicionalmente eran buenos caporales porque sabían cómo tratar a las vacas y a los toros; la gente de aquí no sabía eso. Normalmente siempre eran afros los que estaban al frente de los ranchos ganaderos

La senadora Harp niega que decirles “negros” sea despectivo en nuestro país. Y para probarlo se remite a las expresiones populares de cariño de los mexicanos donde se dice “mi negrita o negrito”; a las canciones como “Negra consentida”, de Joaquín Pardavé.

Reconoce que siempre hay estereotipos de la negra escultural y del negro flojo, pero no nada más llegaron africanos en condición de esclavitud. También llegaron grandes maestros en la música, en la pintura…




A pesar de ser invisibilizados tanto por las autoridades como por la sociedad, en nuestro país existen un millón 381 mil 853 personas que se reconocen como afromexicanas, esto de acuerdo con la Encuesta Intercensal 2015, del Inegi


México también es un país de negros. Descendientes de aquellos que fueron traídos a la fuerza a trabajar a la Nueva España, también de quienes en el siglo XVIII huyeron de la esclavitud estadounidense atreviéndose a incursionar en nuestro país e incluso de los que en tiempos modernos no lograron alcanzar el sueño americano en EU y se quedaron a vivir en nuestro país.

Es así que hoy viven en las costas, las fronteras y aun en los desiertos del norte del país, donde en pequeños núcleos han desplegado toda su cultura y cosmovisión. Aun así, su aportación a la vida pública del país no ha sido menor.

El libro Afromexicanos —editado por el Senado de la República para conmemorar la inclusión en el artículo Segundo constitucional el reconocimiento de la cultura afrodescendiente como parte integral de la cultura mexicana— advierte que según investigaciones, José María Morelos y Vicente Guerrero, héroes de la Independencia y el primer Presidente de México, respectivamente, fueron afrodescendientes. Refiere que dos ciudades de importancia, como Córdoba, en Veracruz, y León, en Guanajuato, fueron fundadas por cimarrones.

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INVISIBLES

Según la Encuesta Intercensal 2015, elaborada por el Inegi, un millón 381 mil 853 personas se reconocieron afromexicanas, dato que se espera sea mayor tras el censo de 2020, en que se ha hecho una difusión con énfasis en este concepto.

Han sido invisibilizados por el gobierno y por la sociedad. De hecho, son los menos favorecidos por la economía y la política, pese a su gran aporte a la construcción del México moderno. Y es que se tiene detectado que las comunidades de afrodescendientes son las más marginadas del país; las más pobres y sin servicios, sobre todo en los estados de Guerrero, Oaxaca y Veracruz, donde existe una mayor concentración de negros.

Está documentado que niñas y niños de origen africano comparten procesos de vulneración de derechos. Muchos no cuentan con registro de nacimiento y trabajan desde muy temprana edad.

La senadora Susana Harp, quien ha encabezado el esfuerzo por visibilizar a las comunidades afrodescendientes pone como ejemplo a algunas regiones del país.

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“Existe una comunidad como Collantes, Oaxaca, donde si te hubieran llevado con los ojos vendados asegurarías estar en cualquier lugar de África, porque la comunidad entera es visiblemente de rasgos afromexicanos. Y la otra región es la Costa Chica, que va desde Guerrero hasta Huatulco”, detalla.

La legisladora menciona a Valerio Trujano, también municipio oaxaqueño, que está en la zona de la Cañada, que es totalmente negro. Y el Sotavento, que empieza en Oaxaca y termina en Tabasco.

Incluso en el norte del país, concretamente en Múzquiz, Coahuila, hay una zona de concentración de afromexicanos, cuyos antecesores vinieron de Estados Unidos huyendo del esclavismo, pues México abolió antes esa práctica y acá eran libres.

Se fueron concentrando donde hay dos grupos étnicos de Coahuila que son binacionales: los kikapú, que tienen paso libre en la frontera. Y están también los mascogos, y todos comparten espacio en Múzquiz. Ahí se encontraron estas dos culturas y se apoyan.

Más aún, refiere Harp que existe una diáspora que extiende su presencia a todo el país y es la que se tiene que registrar.

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“Por ejemplo en Tijuana hay muchísimos africanos que tratan de emigrar a Estados Unidos, no pueden y se quedan a vivir en México. La gente está contenta, porque todos ellos se han sabido incorporar a la vida social. Son personas que están ayudando a la economía porque son muy trabajadores, no delincuentes”, afirma.

Habla por ejemplo de los haitianos, que llegaron hace varios años y que asimismo están haciendo una gran comunidad en la zona de la frontera norte del país.

Paradójicamente, en la antropología mexicana existe una larga tradición de estudio de esas comunidades, desde hace más de 60 años que Gonzalo Aguirre Beltrán escribió de ellas originalmente, pero que con el paso del tiempo todo lo que se ha escrito y documentado ha quedado en los archivos académicos, lo que ha ayudado a invisibilizar a los afromexicanos.


LA CULTURA

Susana Harp asegura que, a estas personas, más que su lengua, que es el castellano, les une su cosmovisión, su cultura, heredada de muchos siglos de África, que se transmite de generación en generación, aun incluso si la tonalidad de la piel negra se va perdiendo. Basta con que se asuman afrodescendientes para serlo.

Existen por ejemplo las comunidades negras de Veracruz, cuya cultura empieza en algunas comunidades de Oaxaca, se mezclan con zona chinampeca, son afrojarochos. Ellos cantan sones con arpas y jaranas. No necesariamente son de piel muy oscura, pero se sienten afrodescendientes.

Es impresionante, dice Harp, ver por ejemplo que la abuela es totalmente de piel oscura y luego la hija ya va teniendo la piel un tono de piel mas claro y luego los nietos son súper claros pero los tres dicen yo soy afromexicano.

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“¿Por qué? Por que tienen una manera diferente de comer, una manera de casarse, una manera de bailar, una manera de creer, tienen creencias específicas. Creen en algo parecido a un nahual, más parecido que hay en el istmo que se llama kendal. Es alguien que te va a ayudar a bien vivir o a bien morir. Las curanderas, las parteras tradicionales en ocasiones lo que hacen es poner arenita afuera de la casa en donde van a apoyar en el parto y cuando salen miran las huellas de qué animal pasó por ahí y ése es el kendal que los acompañará toda su vida”, refiere la legisladora.

En materia musical, que es su fuerte, la senadora por Oaxaca dice que se puso a recopilar canciones de estas comunidades afro desde 2006, “para enterarme que no eran dos o tres, como de pronto yo veía en la Guelaguetza y decía ‘!ay qué bonita¡’, como la de Pinotepa, pero cuando me fui a meter a esas comunidades, cuando entré al Ciruelo, al Corralero, caí en cuenta de que era otro Oaxaca. Me dio una profunda vergüenza darme cuenta que no sabía que existían estas grandes comunidades, que son mestizas —por que todos somos mestizos, no hay ya ninguna cultura pura de sangre— pero ahí estaban, en una invisibilidad total. Y a mí la música me permitió irme adentrando dentro de las regiones”.

Como en la Nueva España les prohibieron el uso de tambores –porque los españoles se dieron cuenta que de esa manera se comunicaban entre ellos—, los afrodescendientes mexicanos no usan tanta percusión como en el Caribe. Fue entonces que idearon cosas como las artesas. El son de Artesa, que se canta y baila zapateado sobre una canoa volteada. No eran canoas para navegar, sino que así le dicen a un tronco de árbol muy grande que socavan y voltean. El tambor está en los pies.

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En materia culinaria, el libro Afromexicanos remite a los tamales de mejillón o tichinda, que cocinan las comunidades afro en Cuajinicuilapa, en Guerrero, donde también son los creadores del mole de cabeza de marrano.

Adicionalmente eran buenos caporales porque sabían cómo tratar a las vacas y a los toros; la gente de aquí no sabía eso. Normalmente siempre eran afros los que estaban al frente de los ranchos ganaderos

La senadora Harp niega que decirles “negros” sea despectivo en nuestro país. Y para probarlo se remite a las expresiones populares de cariño de los mexicanos donde se dice “mi negrita o negrito”; a las canciones como “Negra consentida”, de Joaquín Pardavé.

Reconoce que siempre hay estereotipos de la negra escultural y del negro flojo, pero no nada más llegaron africanos en condición de esclavitud. También llegaron grandes maestros en la música, en la pintura…




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