Por MARÍA ESTHER ESTRADA M.A. || Corresponsal ||
Á MSTERDAM.- Nos sentimos muy modernos y respetuosos con la naturaleza por reciclar nuestra basura, sin embargo, el tema es tan antiguo como la humanidad. Pero no nos remontemos tan atrás. Para esta nota solo haré referencia al siglo XIX, para ser más concreta, a los Países Bajos.
Hoy hablamos del problema que hemos creado por el uso indiscriminado del plástico, que incluso ha formado islas en los océanos, o del papel, que está provocando la deforestación de los bosques. Por ello, se ha creado la conciencia de separarlos al igual que el vidrio y los desechos orgánicos. Hemos vivido durante más de un siglo en una sociedad de consumo, de excesos. Pero no ha sido así en todos los tiempos ni en todos los rincones del planeta.
¡Hay que aprovechar todo!
En 1795 el holandés Watse Gerritsma montó una empresa en la ciudad de Makkum (al norte del país) para reciclar literalmente todos los desechos que se generaban en el campo y en la ciudad.
Lo que para alguien ya no servía podía ser la materia prima para algún producto. Una cadena muy interesante que se convirtió en el tema de la exhibición “Reino de la basura” que estará abierta en el Museo Boerhaave, en Leiden, hasta el 31 de enero de 2016 y que tuve oportunidad de visitar con Ad Maas, su curador.
¿O economía?
El proyecto de Gerritsma se basó en este concepto, que proviene del griego oikonomos, administración doméstica, con un enfoque en el reúso.
Calentar y destilar, calentar y destilar, fueron la base de su negocio en que nada se desperdiciaba.
De su fábrica química salían muchos productos teniendo como materia prima la basura y materiales de desecho que se generaba en su poblado y en otros cercanos, incluyendo orines y excrementos. Aquí le pongo algunos ejemplos:
Empezó procesando la salmuera que quedaba (y tiraban) después de que se refinara la sal en estas industrias en la vecina población de Harlingen. La evaporaba y la mezclaba a altas temperaturas con clara de huevo, y eso y cenizas de carbón, para obtener carbonato de sodio con el que hacía jabón y esmalte para la cerámica, que vendía a los artesanos. El cloruro de magnesio que quedaba lo trataba con arena y herrumbre, así obtenía ácido clorhídrico que servía para curtir cueros o como base para el colorante azul.
Para obtener sal amoniacal necesitaba también amonio puro. Este lo obtenía destilando pezuñas, huesos y piel de animales con potasa cáustica o con una mezcla de hollín con orina. Ya se imaginará que tenía tratos con los deshollinadores de su ciudad para que le vendieran bolsas enteras de estas partículas de carbono que de otra manera hubieran acabado en la basura.
¿Sabe qué se necesita para producir vidrio, además de arena? Gerritsma recuperaba todos los fragmentos de vidrio roto de vasos, copas y frascos, los fundía, le agregaba potasa o cenizas de turba (que quedaban en los hornos donde producía sal y jabón) y se lo vendía a los sopladores de vidrio. Para hacer pantallas para lámparas, por ejemplo, estos preferían uno con un tono blanquecino que se lograba agregando hueso molido a la mezcla original.
¿Producir pólvora en su patio trasero? Pues sí, aunque el ingrediente principal es la paciencia porque toma dos años una vez que amontona lodo, residuos animales y vegetales, cal y ceniza de madera. Importante: hay que mantenerlo húmedo con orina. Ésta se las compraba a los obreros de una fábrica cercana, quienes almacenaban la de toda la familia en unos grandes recipientes de cerámica con tapa. Eso sí, la de los lunes no, porque venía “contaminada” con alcohol.
¿Sabe para qué más se usaba la orina? Para lavar, teñir y compactar la lana, lo que mejoraba su calidad. O para blanquear las telas.
¿Cuál es el subproducto más útil de la matanza de los animales? Por supuesto que su piel. Ésta se empieza a broncear en cuanto se sumerge en una cubeta con trozos de corteza de roble. Como a los curtidores no les gustaba desperdiciar nada, hervían la carne que se hubiera quedado pegada al cuero para obtener un pegamento que vendían a los impresores de libros o a los fabricantes de instrumentos musicales; los pelos terminaba como alfombras. ¿Y qué pasaba con la corteza de roble que habían usado para darle color? La usaban en las estufas de leña para calentar la casa.
Pero también los cuernos de las vacas se utilizaron para hacer peines, marcos de ventanas, linternas y mangos para cuchillos. El sebo se reservaba para las calderas de jabón o para hacer pegamento o almidón. Las virutas de cuerno que quedaban en el caldero se vendían a los agricultores como fertilizante orgánico.
¿Podría imaginarse que los trapos valían oro para los fabricantes de papel? Se hacían jirones y se sumaban a los de cuerdas de amarre, redes de pesca y velas de lona en grandes tinas de madera con agua hasta conseguir una pulpa que servía de base para el “Papel de Holanda”, que se vendía en todo el mundo a finales del siglo XVIII. Para que tuviera la consistencia necesaria y la tinta no se corriera al escribir, era necesario usar una ligera capa de pegamento, que ya les describí cómo se hacía.
Algo divertido que aprendí es que la palabra neerlandesa para basura: “afval” viene de “subproducto”, no quería decir “desperdicios”. ¿Tendrá que ver con este enfoque?
El reciclaje exhaustivo no fue una solución perfecta porque generó contaminación y molestias (malos olores por decir lo menos), pero definitivamente fue importante para aprovechar al máximo los recursos con los que se contaba en ese tiempo.
Reciclaje artístico hoy
La muestra termina con unos pocos ejemplos de artistas holandeses que utilizan productos de desecho como materia prima para sus obras. Por ejemplo: Leonie & Lois, dos mujeres jóvenes, hacen cojines, lámparas e incluso corbatas de moño con tela de mezclilla usada. Dirk Vander Kooij ofrece mesas, sillas y lámparas usando plástico de desecho. Lieske Schreuder aprovecha que el color de las heces de las lombrices es similar al de la comida que ingieren y usa esos desechos junto con arena para hacer placas de linóleum de colores. Richard Hutten diseñó un Plato de Dinero, hecho con billetes de florines (usados y descontinuados) molidos y unidos con resina. En el Studio Pepe Hoykoop utilizan retazos sobrantes de la industria textil para decorar sillas y otros objetos.
Para cerrar con broche de oro dejé una sorpresa. Michelle Baggerman, a través de su proyecto “Desechos Valiosos”, se puso en contacto con artesanos mexicanos para elaborar rebozos y sarapes con telar de cintura. Los visitantes pueden admirar piezas hechas por Laura Aquinha de Aranza, Michoacán y Tito Milán, de Gualupita. Lo más interesante es que nadie podría imaginar que en lugar de lana usaron tiras de bolsas de plástico del supermercado.
Esta exhibición fue posible gracias a la colaboración de la Universidad de Twente en el contexto del programa de investigación de “La química en la vida cotidiana”.
Para mayor información:
www.museumboerhaave.nl
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