/ sábado 21 de marzo de 2020

No hay evidencia de la bajada de Kukulcán en Chichén Itzá

Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc dicen que resulta difícil sostener que El Castillo registra los equinoccios

Los investigadores Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc intentan desmitificar el descenso de Kulkulcán por las escalinatas de El Castillo, en Chichén Itzá, Yucatán, y otros sobre las observaciones astronómicas en las pirámides de México.

El Instituto Nacional de Antropología e Historia y el gobierno del Estado de México recientemente coeditaron el libro Un patrimonio universal: las pirámides de México. Cosmovisión, cultura y ciencia, donde Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH, e Ivan Šprajc, experto del Centro de Investigaciones de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes publican el ensayo Diálogos entre la tierra y el cielo: la pirámide y la arqueoastronomía.

Los expertos indican que la idea de que los constructores de El Castillo quisieran registrar los equinoccios, resulta difícil de sostener y dicen: “El fenómeno no cambia mucho durante unos días antes y después del equinoccio, y la iluminación más atractiva de la alfarda se produce aproximadamente una hora antes del ocaso solar, por lo que resulta imposible —aun suponiendo la intencionalidad del efecto— determinar la fecha que los constructores habrían querido conmemorar. Incluso para ellos (los antiguos mayas) habría sido imposible fijar cualquier fecha tan sólo mediante la observación de este fenómeno.

Ambos expertos apuntan que, a diferencia de los solsticios, los equinoccios no son directamente observables y solo pueden determinarse con métodos sofisticados; y contrario a la opinión común, “no hay evidencias contundentes de que los edificios mesoamericanos fueran orientados hacia las posiciones del Sol en los equinoccios”.

Con mediciones en campo, determinaron las orientaciones de más de 500 estructuras en 206 sitios arqueológicos: 37 en el centro de México, 106 en las Tierras Bajas Mayas, 15 en Oaxaca, 27 en la Costa del Golfo y 21 en el occidente y el norte, en correspondencia a las subáreas de Mesoamérica.

La arqueoastronomía brinda información que nos aproxima a los cambios estacionales, la programación de los ciclos agrícolas y a las ceremonias propiciatorias, aspectos relevantes en la vida de las sociedades mesoamericanas, indican.

Estos cambios eran visibles y predecibles a partir de calendarios de horizonte, determinados por la observación del paisaje y de sus referentes geográficos más relevantes, observación que se hacía desde las construcciones piramidales más altas.

Los investigadores Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc intentan desmitificar el descenso de Kulkulcán por las escalinatas de El Castillo, en Chichén Itzá, Yucatán, y otros sobre las observaciones astronómicas en las pirámides de México.

El Instituto Nacional de Antropología e Historia y el gobierno del Estado de México recientemente coeditaron el libro Un patrimonio universal: las pirámides de México. Cosmovisión, cultura y ciencia, donde Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH, e Ivan Šprajc, experto del Centro de Investigaciones de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes publican el ensayo Diálogos entre la tierra y el cielo: la pirámide y la arqueoastronomía.

Los expertos indican que la idea de que los constructores de El Castillo quisieran registrar los equinoccios, resulta difícil de sostener y dicen: “El fenómeno no cambia mucho durante unos días antes y después del equinoccio, y la iluminación más atractiva de la alfarda se produce aproximadamente una hora antes del ocaso solar, por lo que resulta imposible —aun suponiendo la intencionalidad del efecto— determinar la fecha que los constructores habrían querido conmemorar. Incluso para ellos (los antiguos mayas) habría sido imposible fijar cualquier fecha tan sólo mediante la observación de este fenómeno.

Ambos expertos apuntan que, a diferencia de los solsticios, los equinoccios no son directamente observables y solo pueden determinarse con métodos sofisticados; y contrario a la opinión común, “no hay evidencias contundentes de que los edificios mesoamericanos fueran orientados hacia las posiciones del Sol en los equinoccios”.

Con mediciones en campo, determinaron las orientaciones de más de 500 estructuras en 206 sitios arqueológicos: 37 en el centro de México, 106 en las Tierras Bajas Mayas, 15 en Oaxaca, 27 en la Costa del Golfo y 21 en el occidente y el norte, en correspondencia a las subáreas de Mesoamérica.

La arqueoastronomía brinda información que nos aproxima a los cambios estacionales, la programación de los ciclos agrícolas y a las ceremonias propiciatorias, aspectos relevantes en la vida de las sociedades mesoamericanas, indican.

Estos cambios eran visibles y predecibles a partir de calendarios de horizonte, determinados por la observación del paisaje y de sus referentes geográficos más relevantes, observación que se hacía desde las construcciones piramidales más altas.

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