Los panes de muerto son un platillo que no puede faltar en la mesa de los mexicanos durante la época de los fieles difuntos que se celebra año con año, sin embargo, tienen un antecesor: los panes de ánimas.
Desde tiempos ancestrales, nació la tradición de ofrendar con alimentos a los espíritus de los seres queridos que traspasaron al otro mundo y el trigo se volvió un ingrediente principal.
Aunque en la mayor parte del país se puede encontrar el pan de muerto clásico, cabe destacar que hay distintas regiones en donde estos panes tienen características particulares como Oaxaca, en donde a este alimento se le da la forma del cuerpo humano o de animales, con ingredientes como como yema de huevo y una capa de azúcar que representa la cara del fallecido.
¿Cuál es el origen del pan de muerto?
El pan de muerto que ahora conocemos, elaborado con azahar, naranja, azúcar, ajonjolí y canillas podría definirse como una mezcla de culturas entre las costumbres prehispánicas y las tradiciones españolas que llegaron tras la conquista.
El pan de ánimas que los españoles dedicaban a sus seres queridos fallecidos, estaba elaborado principalmente con trigo.
El 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos y, el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos; las personas preparaban estos panes y los bendecían para ofrendarlos a sus muertos, según lo escrito por Luis de Hoyos Sainz en su libro “Folklore español del culto a los muertos”.
Sin embargo, en México el culto a los muertos era una tradición que se practicaba desde antes de la llegada de los españoles.
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En la época prehispánica se preparaba el "papalotlaxcalli" o “pan de mariposa” o “xonicuiell”, hecho a base de amaranto o maíz seco y tostado, que eran acompañados con miel de abeja o maguey.
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Los panes o tortillas eran puestos como ofrendas a Huitzilopochtli a quien adoraban, aunque de acuerdo con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) señala que el “huitlatamalli” era el equivalente al pan de muerto que ahora consumimos, este era una especie de tamal.