/ domingo 4 de agosto de 2019

Rimbaud, el poeta maldito que recibe cartas en su tumba

A 127 años de su muerte, el poeta recibe cartas en un buzón amarillo

"¡A Rimbaud lo tuteo, lo llamo Arthur!". Bernard Colin, cuidador desde hace 37 años del cementerio del Oeste, en Charleville-Mézières, en el noreste de Francia, vela fielmente por la tumba del poeta y recoge concienzudamente su "correo".

Incluso 127 años después de su muerte, el poeta francés continúa recibiendo cartas en el buzón amarillo "vintage" instalado a su nombre en la entrada del cementerio más viejo de la ciudad.

"Al menos dos o tres por semana", se sigue sorprendiendo Colin.

En su vivienda con aires de pequeña mansión neogótica que vigila el acceso al cementerio, Colin guarda religiosamente en cajas de zapatos esos testimonios de afecto y admiración enviados desde el mundo entero.

"La cosecha de seis meses", dice, abriendo tres cajas apiladas en un cajón en el lavadero.

"A mi Rimbange [ángel Rimbaud]. Tuya toda la vida", proclama una enamorada. "Rimbaud, incluso si ya no estás aquí, que sepas que te amaré toda mi vida", escribe otra, mientras que una tercera carta promete al poeta "el cielo y el alba".

Algunos versifican, como este autor anónimo: "Pésame sentido, amor devastado, que tu alma repose en paz en este mundo rechazado".

Otros se ponen insistentes, como este también anónimo, que espera encontrar a Rimbaud. O una tal Allison: "Soy admiradora tuya pero nunca tuve respuesta a mis cartas. Empiezo a impacientarme".

"Que este correo te llegue", concluye con ardor una última carta extraída de una de las cajas.

Este deseo siempre se cumple. Enviadas a la dirección "Arthur Rimbaud, cementerio de Charleville-Mézières", todas las cartas con sello postal llegan a su destinatario y luego son conservadas religiosamente por Bernard Colin.

"A veces he encontrado cartas que me dan miedo. La gente le confiesa su abatimiento. Es su confidente. Le hablan como si estuviese vivo", cuenta.

Medallas y una petaca de alcohol

Bernard Colin saca otra reliquia de sus preciosas cajas: una púa de la cantante estadounidense Patti Smith, gran admiradora del poeta de las suelas de viento y propietaria desde 2017 de una vivienda en el caserío de Roche, cerca de Charleville-Mézières, donde Rimbaud habría escrito "Una temporada en el infierno".

"Viene siempre a meditar a la tumba de Rimbaud cuando pasa por el Festival del Cabaret Verde", afirma el cuidador del cementerio.

"Pero muchos otros también han venido, como Hubert-Félix Thiefaine, Hugues Aufray e incluso Dominique de Villepin, el ex primer ministro", gran enamorado de Rimbaud, recuerda este hombre que nunca duda en servir de guía a los numerosos turistas que trae el verano.

"Muchos asiáticos, chinos, japoneses, pero también europeos, franceses. Algunos pasan horas en la tumba para escribir. Otros le muestran respeto, toman un trago, fuman un cigarrillo", cuenta Colin.

Colin guarda religiosamente en cajas de zapatos esos testimonios de afecto / AFP

Sus cajas de zapatos conservan el testimonio de esas visitas: cartas, poemas, libros de Rimbaud en todos los idiomas, CD, medallas, joyas, paquetes de cigarrillos, petacas de alcohol, un pequeño corazón de espuma rojo...

Otros homenajes se hacen de manera más discreta. "Este es el buzón de cartas privado de Rimbaud", precisa Colin mostrando una pequeña grieta en la lápida del panteón familiar. "Creo que encontraríamos muchas, muchas cartas, si se abriese", imagina.

"Y allí es el rincón de los pequeños Arthur", dice sonriendo.

Detrás de dos estelas blancas consagradas a Arthur Rimbaud y a su hermana Isabelle, muerta a los 17 años, han sido sorprendidas parejas haciendo el amor. Rimbaud alimenta todos los fantasmas.

"¡Rimbaud es el Jim Morrisson de Charleville-Mézières!", afirma Lucille Pennel, directora del museo dedicado al poeta en su ciudad natal.

Si hacia los años 1950-1960, la ciudad desdeñaba a Rimbaud, que tanto la había denigrado, Charleville-Mézières está hoy en día entregada por completo a su poeta, verdadero atractivo turístico.

Algo que no desmiente Bernard Colin. "Cuando llegué hace 37 años, el viejo cuidador me dijo que nadie venía a ver a Rimbaud. ¡Esto cambió por completo!".

"¡A Rimbaud lo tuteo, lo llamo Arthur!". Bernard Colin, cuidador desde hace 37 años del cementerio del Oeste, en Charleville-Mézières, en el noreste de Francia, vela fielmente por la tumba del poeta y recoge concienzudamente su "correo".

Incluso 127 años después de su muerte, el poeta francés continúa recibiendo cartas en el buzón amarillo "vintage" instalado a su nombre en la entrada del cementerio más viejo de la ciudad.

"Al menos dos o tres por semana", se sigue sorprendiendo Colin.

En su vivienda con aires de pequeña mansión neogótica que vigila el acceso al cementerio, Colin guarda religiosamente en cajas de zapatos esos testimonios de afecto y admiración enviados desde el mundo entero.

"La cosecha de seis meses", dice, abriendo tres cajas apiladas en un cajón en el lavadero.

"A mi Rimbange [ángel Rimbaud]. Tuya toda la vida", proclama una enamorada. "Rimbaud, incluso si ya no estás aquí, que sepas que te amaré toda mi vida", escribe otra, mientras que una tercera carta promete al poeta "el cielo y el alba".

Algunos versifican, como este autor anónimo: "Pésame sentido, amor devastado, que tu alma repose en paz en este mundo rechazado".

Otros se ponen insistentes, como este también anónimo, que espera encontrar a Rimbaud. O una tal Allison: "Soy admiradora tuya pero nunca tuve respuesta a mis cartas. Empiezo a impacientarme".

"Que este correo te llegue", concluye con ardor una última carta extraída de una de las cajas.

Este deseo siempre se cumple. Enviadas a la dirección "Arthur Rimbaud, cementerio de Charleville-Mézières", todas las cartas con sello postal llegan a su destinatario y luego son conservadas religiosamente por Bernard Colin.

"A veces he encontrado cartas que me dan miedo. La gente le confiesa su abatimiento. Es su confidente. Le hablan como si estuviese vivo", cuenta.

Medallas y una petaca de alcohol

Bernard Colin saca otra reliquia de sus preciosas cajas: una púa de la cantante estadounidense Patti Smith, gran admiradora del poeta de las suelas de viento y propietaria desde 2017 de una vivienda en el caserío de Roche, cerca de Charleville-Mézières, donde Rimbaud habría escrito "Una temporada en el infierno".

"Viene siempre a meditar a la tumba de Rimbaud cuando pasa por el Festival del Cabaret Verde", afirma el cuidador del cementerio.

"Pero muchos otros también han venido, como Hubert-Félix Thiefaine, Hugues Aufray e incluso Dominique de Villepin, el ex primer ministro", gran enamorado de Rimbaud, recuerda este hombre que nunca duda en servir de guía a los numerosos turistas que trae el verano.

"Muchos asiáticos, chinos, japoneses, pero también europeos, franceses. Algunos pasan horas en la tumba para escribir. Otros le muestran respeto, toman un trago, fuman un cigarrillo", cuenta Colin.

Colin guarda religiosamente en cajas de zapatos esos testimonios de afecto / AFP

Sus cajas de zapatos conservan el testimonio de esas visitas: cartas, poemas, libros de Rimbaud en todos los idiomas, CD, medallas, joyas, paquetes de cigarrillos, petacas de alcohol, un pequeño corazón de espuma rojo...

Otros homenajes se hacen de manera más discreta. "Este es el buzón de cartas privado de Rimbaud", precisa Colin mostrando una pequeña grieta en la lápida del panteón familiar. "Creo que encontraríamos muchas, muchas cartas, si se abriese", imagina.

"Y allí es el rincón de los pequeños Arthur", dice sonriendo.

Detrás de dos estelas blancas consagradas a Arthur Rimbaud y a su hermana Isabelle, muerta a los 17 años, han sido sorprendidas parejas haciendo el amor. Rimbaud alimenta todos los fantasmas.

"¡Rimbaud es el Jim Morrisson de Charleville-Mézières!", afirma Lucille Pennel, directora del museo dedicado al poeta en su ciudad natal.

Si hacia los años 1950-1960, la ciudad desdeñaba a Rimbaud, que tanto la había denigrado, Charleville-Mézières está hoy en día entregada por completo a su poeta, verdadero atractivo turístico.

Algo que no desmiente Bernard Colin. "Cuando llegué hace 37 años, el viejo cuidador me dijo que nadie venía a ver a Rimbaud. ¡Esto cambió por completo!".

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