/ domingo 16 de abril de 2023

Luis de Tavira: de jesuita a hombre de teatro

Luis de Tavira lleva más de medio siglo dedicado al escenario, como dramaturgo, director, actor y maestro

Los caminos del arte son misteriosos, como “la senda del viento”. Hay quienes desde un inicio se disponen a andar por ellos con la idea de hacer una gran obra, pero también están los que son conducidos por el flujo de las circunstancias, como si una mano invisible guiase sus pasos. Para el reconocido pedagogo, director, dramaturgo y actor Luis de Tavira sul tránsito en el teatro fue un tanto así. De hecho, sus planes en realidad eran otros: ordenarse como jesuita, dedicar su vida a la fe y seguir los valores de la educación y la justicia.

Hoy, con más de 50 años de experiencia, durante los cuales ha dirigido más de 100 obras y escrito poco más de una docena de textos para teatro, además de desempeñar una larga labor como pedagogo teatral y ser uno de los principales impulsores de instituciones dedicadas a la promoción del arte escénico en nuestro país, De Tavira ―que en septiembre cumplirá 75 años― es uno de los personajes centrales no sólo del teatro sino de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo pasado y lo que va de este.

“Yo siento que mi ejercicio apasionado por la creación escénica es un elogio al riesgo. A ese salto al vacío que implica la búsqueda común. Yo nunca he hecho un teatro confortable, no he buscado el camino fácil, creo que el teatro obedece en la ley de la mayor dificultad. Esto supone vivir en una constante zozobra, pero al mismo tiempo en una enorme ilusión”, afirma sobre los años que ha dedicado a esta disciplina.

UN JUEGO DE NIÑOS

Como si con sus manos dirigiera en el aire los movimientos de sus propios recuerdos, el maestro De Tavira cuenta en entrevista con El Sol de México, que su primer acercamiento al teatro sucedió como un “juego de niños”, con sus muchos hermanos, en su casa en el entonces Distrito Federal.

“No teníamos televisión por la postura política de nuestro padre. Un poco para compensar esa prohibición, él nos dejaba ir al cine, y, una vez que regresábamos a la casa, decidíamos cuál de las películas nos había gustado más y nos proponíamos rehacerla entre nosotros. Así fue como aprendimos a vivir la ficción, jugando”, cuenta en un receso de los ensayos en el Centro Nacional de las Artes para su próximo montaje.

“Lo más gozoso era que juntos inventábamos mundos; decíamos que jugábamos al cine, pero en el recuerdo de aquella experiencia tan gozosa lo que veo hoy es que hacíamos teatro. Siento que ahí hay una experiencia importante que anticipa lo que mucho tiempo después, sin que yo me lo procurara, me alcanzó”, relata el director, sin poder ocultar un gesto de cariño, al recordar sus representaciones de películas como Tarzán de los monos (1932) o El motín del Caine (1954).

EDUCACIÓN JESUITA

Pasaron los años y el teatro seguía al acecho. Cuando el joven De Tavira entró al colegio jesuita Instituto Patria, que hoy ya no existe, tuvo la oportunidad de participar en obras de teatro que se impartían como parte del programa educativo.

De este periodo, alrededor de sus 13 años, recuerda lo que para él es “un hecho insólito”, y que hasta cierto punto fue su primera tabla en los escenarios, pues participó como parte del montaje en una representación de una zarzuela sobre la vida del pintor Francisco de Goya, bajo la dirección de Plácido Domingo padre, en compañía de Plácido Domingo y Pepita Embil, madre del célebre cantante.

Terminada la preparatoria, pidió entrar a la Compañía de Jesús, “por una experiencia personal e interior, donde sentí la inspiración a una visión del mundo y una relación claramente espiritual con él”. Fueron esos tiempos también cruciales, pues, tras cruzar el noviciado estudió letras clásicas y ciencias: “Ahí fue donde sentí una atracción de mayor hondura hacia el teatro, por la dimensión enigmática que surge en la visión de lo humano que funda Sófocles”, afirma.

UN BAUTIZO DE REALIDAD

Cuando estos días de fe y conocimiento transcurrían, cuenta el director, el mundo estaba “en un estado turbulento, no muy distinto a como lo es ahora”.

Eran los años sesenta, despertaba una revolución de las conciencias, tras el cambio de orden mundial con las bombas de Hiroshima y Nagasaki y el redoble bélico de las tensiones de la Guerra Fría: “Un cambio de época”, afirma De Tavira, con el estruendo de aquello todavía en sus ojos.

Esto también cimbraría los basamentos de la Iglesia, por lo que la Compañía de Jesús, en la búsqueda de renovación sacó de su claustro a sus estudiantes, integrándolos a las universidades. Para sorpresa del dramaturgo, a él lo mandaron a estudiar teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“Yo llegué a la UNAM respondiendo a una instrucción. Era el año de 1968, pero antes de que llegáramos los de nuevo ingreso entraron los tanques, así que mis primeras experiencias consistieron en el movimiento estudiantil: marchas, mítines, militares, Tlatelolco… Fue un bautizo de realidad radical, que cambió por completo mi perspectiva del mundo, de mi país y mi generación, la del movimiento que reclamaba condiciones de democracia para México”, rememora.

DESCUBREN AL DIRECTOR

Cuando pasó la represión y se reanudaron las clases en Ciudad Universitaria, el estudiante Luis de Tavira obtuvo conocimientos de grandes maestros como la dramaturga Luisa Josefina Hernández, el poeta Ramón Xirau, o los filósofos Eduardo Nicol y Adolfo Sánchez Vázquez. Aunque, de todos sus profesores, confiesa, fue el director de teatro Héctor Mendoza quien le dejó mayor impacto en cuanto a la escena se refiere, además de que fue él quien descubrió su talento como director, por lo que lo llamó a asistirlo en sus clases de actuación en el Palacio de Bellas Artes, aún sin haber terminado la carrera. Esto lo alejaría de su plan original de ser jesuita para volcarse de lleno al teatro.

“La figura del maestro Mendoza no sólo fue decisiva para mi carrera, sino de la historia del teatro moderno en México, él implantó el concepto de puesta en escena en nuestro país, que cambió la forma de ver el teatro, ya no entendido sólo como literatura”, asegura quien por sugerencia de Mendoza, realizó su titulación con la puesta en escena de una obra, siendo el director, algo que jamás había pensado posible y que no ha dejado de hacer hasta ahora. Y no piensa dejar de hacer.

FORMAR AL PÚBLICO

Luis de Tavira ha experimentado varios espectros de lo que es el arte histriónico, desde su creación escrita, hasta la búsqueda de apoyos y la creación de instituciones, pasando por el rol del actor y pedagogo.

Estas facetas han resultado en cambios constantes en cuanto a su percepción del teatro y la forma en que lo ha llevado a cabo. Al principio era “muy ritual, tal vez influenciado por mi educación religiosa”; luego se volvió frontal ante la denuncia de problemas sociales en México que lo llevaron a diversos intentos de censura y que considera terminaron en “victoria”, pues hoy hay más libertad para presentar ideas y discutirlas. Como gestor, su convicción radica ahora en la idea de “formar al público”.

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Estas ideas se han visto reflejadas tanto en sus textos, como en la fundación de instituciones teatrales en el país, como el Centro Universitario del Teatro de la UNAM, el Centro de Experimentación Teatral del INBAL o el Centro de Arte Dramático de Michoacán, donde creó la compañía ambulante Teatro Rocinante, que hasta la fecha se presenta en comunidades apartadas del estado, a pesar de la violencia que impera en aquella geografía.

“Nuestra tarea es formar al público. El teatro es el arte de la reunión que funda a la comunidad, nos convoca a encontrar lo que tenemos en común. El teatro nos vuelve espectadores de nuestro propio acontecer, en el que nos reconocemos, tal y como dijo Sócrates a Eliades, quien le pregunto sobre cómo podría llegar a conocerse a sí mismo, ‘necesitas un espejo y un diálogo’, el teatro es ese espejo y ese diálogo”, afirma el director, quien reconoce que “una obra de teatro no puede cambiar el precio del pan, pero puede cambiar las conciencias de los que sí pueden lograrlo”.

Los caminos del arte son misteriosos, como “la senda del viento”. Hay quienes desde un inicio se disponen a andar por ellos con la idea de hacer una gran obra, pero también están los que son conducidos por el flujo de las circunstancias, como si una mano invisible guiase sus pasos. Para el reconocido pedagogo, director, dramaturgo y actor Luis de Tavira sul tránsito en el teatro fue un tanto así. De hecho, sus planes en realidad eran otros: ordenarse como jesuita, dedicar su vida a la fe y seguir los valores de la educación y la justicia.

Hoy, con más de 50 años de experiencia, durante los cuales ha dirigido más de 100 obras y escrito poco más de una docena de textos para teatro, además de desempeñar una larga labor como pedagogo teatral y ser uno de los principales impulsores de instituciones dedicadas a la promoción del arte escénico en nuestro país, De Tavira ―que en septiembre cumplirá 75 años― es uno de los personajes centrales no sólo del teatro sino de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo pasado y lo que va de este.

“Yo siento que mi ejercicio apasionado por la creación escénica es un elogio al riesgo. A ese salto al vacío que implica la búsqueda común. Yo nunca he hecho un teatro confortable, no he buscado el camino fácil, creo que el teatro obedece en la ley de la mayor dificultad. Esto supone vivir en una constante zozobra, pero al mismo tiempo en una enorme ilusión”, afirma sobre los años que ha dedicado a esta disciplina.

UN JUEGO DE NIÑOS

Como si con sus manos dirigiera en el aire los movimientos de sus propios recuerdos, el maestro De Tavira cuenta en entrevista con El Sol de México, que su primer acercamiento al teatro sucedió como un “juego de niños”, con sus muchos hermanos, en su casa en el entonces Distrito Federal.

“No teníamos televisión por la postura política de nuestro padre. Un poco para compensar esa prohibición, él nos dejaba ir al cine, y, una vez que regresábamos a la casa, decidíamos cuál de las películas nos había gustado más y nos proponíamos rehacerla entre nosotros. Así fue como aprendimos a vivir la ficción, jugando”, cuenta en un receso de los ensayos en el Centro Nacional de las Artes para su próximo montaje.

“Lo más gozoso era que juntos inventábamos mundos; decíamos que jugábamos al cine, pero en el recuerdo de aquella experiencia tan gozosa lo que veo hoy es que hacíamos teatro. Siento que ahí hay una experiencia importante que anticipa lo que mucho tiempo después, sin que yo me lo procurara, me alcanzó”, relata el director, sin poder ocultar un gesto de cariño, al recordar sus representaciones de películas como Tarzán de los monos (1932) o El motín del Caine (1954).

EDUCACIÓN JESUITA

Pasaron los años y el teatro seguía al acecho. Cuando el joven De Tavira entró al colegio jesuita Instituto Patria, que hoy ya no existe, tuvo la oportunidad de participar en obras de teatro que se impartían como parte del programa educativo.

De este periodo, alrededor de sus 13 años, recuerda lo que para él es “un hecho insólito”, y que hasta cierto punto fue su primera tabla en los escenarios, pues participó como parte del montaje en una representación de una zarzuela sobre la vida del pintor Francisco de Goya, bajo la dirección de Plácido Domingo padre, en compañía de Plácido Domingo y Pepita Embil, madre del célebre cantante.

Terminada la preparatoria, pidió entrar a la Compañía de Jesús, “por una experiencia personal e interior, donde sentí la inspiración a una visión del mundo y una relación claramente espiritual con él”. Fueron esos tiempos también cruciales, pues, tras cruzar el noviciado estudió letras clásicas y ciencias: “Ahí fue donde sentí una atracción de mayor hondura hacia el teatro, por la dimensión enigmática que surge en la visión de lo humano que funda Sófocles”, afirma.

UN BAUTIZO DE REALIDAD

Cuando estos días de fe y conocimiento transcurrían, cuenta el director, el mundo estaba “en un estado turbulento, no muy distinto a como lo es ahora”.

Eran los años sesenta, despertaba una revolución de las conciencias, tras el cambio de orden mundial con las bombas de Hiroshima y Nagasaki y el redoble bélico de las tensiones de la Guerra Fría: “Un cambio de época”, afirma De Tavira, con el estruendo de aquello todavía en sus ojos.

Esto también cimbraría los basamentos de la Iglesia, por lo que la Compañía de Jesús, en la búsqueda de renovación sacó de su claustro a sus estudiantes, integrándolos a las universidades. Para sorpresa del dramaturgo, a él lo mandaron a estudiar teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“Yo llegué a la UNAM respondiendo a una instrucción. Era el año de 1968, pero antes de que llegáramos los de nuevo ingreso entraron los tanques, así que mis primeras experiencias consistieron en el movimiento estudiantil: marchas, mítines, militares, Tlatelolco… Fue un bautizo de realidad radical, que cambió por completo mi perspectiva del mundo, de mi país y mi generación, la del movimiento que reclamaba condiciones de democracia para México”, rememora.

DESCUBREN AL DIRECTOR

Cuando pasó la represión y se reanudaron las clases en Ciudad Universitaria, el estudiante Luis de Tavira obtuvo conocimientos de grandes maestros como la dramaturga Luisa Josefina Hernández, el poeta Ramón Xirau, o los filósofos Eduardo Nicol y Adolfo Sánchez Vázquez. Aunque, de todos sus profesores, confiesa, fue el director de teatro Héctor Mendoza quien le dejó mayor impacto en cuanto a la escena se refiere, además de que fue él quien descubrió su talento como director, por lo que lo llamó a asistirlo en sus clases de actuación en el Palacio de Bellas Artes, aún sin haber terminado la carrera. Esto lo alejaría de su plan original de ser jesuita para volcarse de lleno al teatro.

“La figura del maestro Mendoza no sólo fue decisiva para mi carrera, sino de la historia del teatro moderno en México, él implantó el concepto de puesta en escena en nuestro país, que cambió la forma de ver el teatro, ya no entendido sólo como literatura”, asegura quien por sugerencia de Mendoza, realizó su titulación con la puesta en escena de una obra, siendo el director, algo que jamás había pensado posible y que no ha dejado de hacer hasta ahora. Y no piensa dejar de hacer.

FORMAR AL PÚBLICO

Luis de Tavira ha experimentado varios espectros de lo que es el arte histriónico, desde su creación escrita, hasta la búsqueda de apoyos y la creación de instituciones, pasando por el rol del actor y pedagogo.

Estas facetas han resultado en cambios constantes en cuanto a su percepción del teatro y la forma en que lo ha llevado a cabo. Al principio era “muy ritual, tal vez influenciado por mi educación religiosa”; luego se volvió frontal ante la denuncia de problemas sociales en México que lo llevaron a diversos intentos de censura y que considera terminaron en “victoria”, pues hoy hay más libertad para presentar ideas y discutirlas. Como gestor, su convicción radica ahora en la idea de “formar al público”.

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Estas ideas se han visto reflejadas tanto en sus textos, como en la fundación de instituciones teatrales en el país, como el Centro Universitario del Teatro de la UNAM, el Centro de Experimentación Teatral del INBAL o el Centro de Arte Dramático de Michoacán, donde creó la compañía ambulante Teatro Rocinante, que hasta la fecha se presenta en comunidades apartadas del estado, a pesar de la violencia que impera en aquella geografía.

“Nuestra tarea es formar al público. El teatro es el arte de la reunión que funda a la comunidad, nos convoca a encontrar lo que tenemos en común. El teatro nos vuelve espectadores de nuestro propio acontecer, en el que nos reconocemos, tal y como dijo Sócrates a Eliades, quien le pregunto sobre cómo podría llegar a conocerse a sí mismo, ‘necesitas un espejo y un diálogo’, el teatro es ese espejo y ese diálogo”, afirma el director, quien reconoce que “una obra de teatro no puede cambiar el precio del pan, pero puede cambiar las conciencias de los que sí pueden lograrlo”.

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