Desde 1962 el 27 de marzo es considerado como el Día Mundial del Teatro. Se trata de una celebración que busca visibilizar el valor e importancia de esta forma de arte proveniente de hace siglos. Por supuesto México no queda exento ante tal reconocimiento, menos si se toma en cuenta que la cartelera y oferta teatral de nuestro país es una de las más grandes y variadas en el mundo.
Pablo Perroni, Karina Gidi y Juan Ríos, tres actores y productores que durante más de dos décadas han dedicado su vida al arte escénico, reflexionan desde el Teatro Milán en la Ciudad de México, un reciento que recién cumplió su quinto aniversario de existencia, sobre los aciertos y necesidades que esta disciplina tiene hoy en día, en un mundo lleno de ofertas audiovisuales de todo tipo.
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“No hay Netflix que pueda suplir al teatro”, afirma Juan Ríos, que desde que debutó en 1999 con la obra La historia de un hombre que le cambiaron el nombre ha realizado infinidad de caracterizaciones. “El teatro es un arte vivo que se transforma constantemente y que justamente permite eso, la posibilidad de hacerlo mejor al día siguiente”, destaca el actor que actualmente participa en la obra Happy y produce el montaje Niños lindos.
Para los tres resulta casi imposible definir la magia del teatro: que si los textos, que si la emoción de la tercera llamada, que si la oportunidad de ver al actor frente a ti… Pero todos coinciden que el teatro se trata de la exploración más profunda y viva sobre el mismo ser humano.
“El teatro siempre pretende ofrecer un estudio sobre las relaciones humanas, sobre cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros, con nuestro pasado, con nuestros anhelos... Eso sumado a la enorme virtud de que ocurran en vivo frente a tus ojos, me parece una cosa muy tentadora”, explica Karina Gidi.
“¿Cuándo nos vamos a cansar de averiguar de nosotros mismos como seres humanos? ¿O de vernos reflejados? ¿De ver nuestros recuerdos o lo que deseamos ser? Todo esto además en un espacio donde escuchas al actor respirar, suspirar, donde oyes cómo suena el beso, el silencio, la mirada… ¿Cómo no dedicarme a eso?”, dice entre risas la actriz que recientemente estrenó la obra El Feo en el Teatro Milán.
Si algo hay que celebrar este día no es sólo es la pasión por este arte, sino también que en México “exista una cartelera atractiva, que cada vez haya más gente se anima a producir”, asegura Pablo Perroni, fundador del Teatro Milán y productor de diversas puestas en escena como Sonámbulos, que se presenta en La Teatrería.
Sin embargo, la vasta cantidad de contenidos, no sólo teatral sino también de conciertos, series televisivas, películas y un sinfín de cosas, son también un problema para su crecimiento y desarrollo. “Siempre falta de público y el reto es generar nuevas audiencias que a veces pareciera que se complica más”, dice.
El actor que también protagoniza la obra Happy, explica que atraer asistentes a veces queda fuera de su alcance: “Al teatro todo le pega: que si hay futbol, que si el clima no está bien, que si hay tráfico… Todo”. A pesar de ello, Perroni admite que la magia de entrar a este espacio y observar “un espectáculo en vivo, que no que ven no se vuelve a repetir, cuando el público experimenta esta convención tan absurda pero tan natural como es el teatro, te vuelves adicto y resulta una experiencia que no se compara con nada”.
Una deuda con el teatro
Lo cierto es que no todo es fácil para un teatrero, y aunque existan muchas ofertas y un público que siga estos trabajos, muchos contenidos están centralizados en la Ciudad de México. Esto se debe en parte a la falta de estímulos por parte del Estado para llevar estos contenidos a otros lugares del país.
“Necesitamos que se involucren apoyos estatales, porque es verdad que desde mediados del siglo pasado hubo algo que colocó en políticas públicas que el teatro, junto con otras artes, se volviera un poco más elitista. No hay muchos proyectos de llevar teatro a las rancherías, a los pueblos, carros de comedia…”, comenta Gidi, quien ha trabajado en proyectos con apoyos del Fonca para difundir el arte escénico en el país.
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Y es que, aunque existan grupos que intentan promover este arte alrededor de la república, los recursos privados no son suficientes: “Es una deuda que tenemos, pero no por voluntad nuestra, nosotros también tenemos que vivir de lo que hacemos. Estoy segura que si hubiera un programa apoyado por el Estado para una difusión del teatro a lugares donde la gente no puede ir, sino que el teatro vaya a ellos, sin duda lo haríamos”, añade.
Estos apoyos a veces que los actores piden parten de cosas tan simples como “hacer el teatro visible, porque a veces mucha gente no se sabe dónde están los recintos… Y son cosas que se pueden decir por ejemplo en el transporte público, diciéndote dónde se encuentra tal espacio y su agenda; tendría que ser visible para todos”, destaca Ríos.