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Viajar siempre enriquece, saber ver hace de nuestros viajes una experiencia especial. Así lo entendimos hace años en Círculo Rojo, el espacio que fundamos en 2012, Laura y quién esto escribe.
Vicente Leñero definía así la experiencia del viaje: “Viajar es como irse de pinta por la vida. Meter lo indispensable en la maleta y buscar otros mundos para ver si con eso se descubren los rostros de la gente, el perfil de lo nuevo o de lo viejo, al aire de las calles extranjeras, el resollar del tiempo, todo eso: lo igual o lo distinto, lo que sorprende a quien viene de por acá, decimos. Se viaja para aliviar el trajín de la chamba y serenar los nervios. Se viaja para viajar, que es un poco ansia impostergable de escapar de lo mismo”.
Esta semana estuvimos en Nueva York con un grupo de alumnos de fotografía que nos acompañó a recorrer las calles de la Gran Manzana con cámara en mano. Más de la mitad del grupo visitaba por primera vez la ciudad de los rascacielos. Para nosotros era ya el quinto photo workshop que organizamos para llevar a fotógrafos emergentes que buscan crecer fuera de su zona de confort.
Diario caminamos más de 20 kilómetros para recorrer las entrañas de esa alucinante ciudad. Las chicas y chicos que nos acompañaron aprendieron a observar, a superar su timidez inicial, y juntos buscamos temas para desarrollar.
Manhattan ofrece de todo. Gente interesante, en un espacio sin igual, haciendo cosas igualmente interesantes. A pesar de la crisis por la que atraviesa toda iniciativa académica que ofrece talleres o conferencias, derivado también de las nuevas tecnologías, la experiencia de viajar es algo que todavía no puede ofrecer ninguna app. La experiencia del viaje es insustituible.
Laura Garza, fotógrafa sensible y editora implacable, con experiencia en diversos medios, calculó y organizó con todo detalle lo que harían nuestros alumnos durante el viaje. Sony nos prestó para cada uno de los chicos un equipo de última generación en la categoría de mirrorless, la nueva propuesta tecnológica que suprime el espejo del cuerpo de la cámara y vuelve silenciosas y ultrarrápidas las nuevas cámaras.
Central Park, Times Square, el metro, el parque lineal, el nuevo World Trade Center, el memorial y su coqueto puente de Brooklyn, fueron el paisaje cotidiano de todos nosotros. Ya en ediciones anteriores habíamos incluido vuelos en helicóptero, visita a diarios locales, cobertura del FashionWeek y otras actividades.
Para esta edición, eliminamos el vuelo en helicóptero por temas de seguridad, derivado de la caída de una de sus naves al mar con desenlace fatal para sus tripulantes. Por eso hoy caminamos tanto, tanto para buscar los rostros y su reflejo en la ciudad.
Adicionalmente contactamos a dos fotógrafos locales que trabajan en la ciudad y les pedimos que compartieran su experiencia con nuestros alumnos. Así los chicos conocieron a Erik quien llevó un modelo ruso para ser sometido a todo tipo de pruebas fotográficas y, adicionalmente, nos reunimos con Ciro Gutiérrez un viejo alumno y amigo que trabaja en Nueva York y que compartió con nosotros su mirada en las calles, a través de un recorrido desde la 34 hasta la mítica estación central de trenes, para trabajar con reflejos urbanos. De ese recorrido es la foto que preside esta columna y que tiene como fondo el imponente Empire State.
“Pero cuando uno es fotógrafo o periodista, o reportero gráfico. Y éste es el caso, el viaje adquiere el temblor y la magia de ver para los otros. La mochila en el hombro no trae cambios de ropa ni souvenirs. Va cargada de chunches de oficio, de lentes, de filtros y de rollos, cuando de pronto ocurre la visión, el acto, y la cámara erguida se convierte en un músculo, un corazón latiendo al enchufarse al rostro tenso y urgido por disparar. Apunten. Fuego”. Así como aquí lo describe Leñero, en su texto “Ver para otros” es exactamente como nos sentimos todos al viajar con una cámara al hombro.
En cosa de 24 horas, el estilo y mirada de nuestros alumnos dio un salto cuántico, comenzaron a ver distinto, Guillermo y Vicky los más jóvenes del grupo comenzaron a compartir su mirada en redes y a madurar su mirada; Miriam, Tania y Monserrat descubrían la ciudad por primera vez y luchaban por superar su timidez visual; Alejandro Morales quien ya nos había acompañado en un viaje anterior, se divertía buscando nuevos ángulos en una ciudad infinita y Paty una abogada profesional que por primera vez visitaba Manhattan, logró escapar del trajín de sus responsabilidades en México, para disfrutar del viaje y el descubrimiento diario de la mirada.
Así las cosas, después de esta semana, nadie regreso igual; el resultado de su nueva mirada se verá en sus propuestas futuras, y para quien continúe por la ruta profesional de esta maravillosa actividad visual, la experiencia de este viaje estará siempre presente en su memoria.
Vicente Leñero sintetizaba así la magia del instante visual: “ Se trata ciertamente de eso: de atrapar el instante como pieza de caza, de inventarlo. De registrar en trozos de segundo lo que la cámara ve, que no el fotógrafo, porque la cámara siempre se anticipa a desmentir el intento del ojo”. Y es exacto, cuantas veces descubrimos en nuestras propias imágenes, algo que se nos escapó en el instante.
La capacidad de contemplación nos permite reflexionar y redescubrir un espacio al contar con ese “momento” congelado. Esa es la maravilla de la fotografía y el éxito de aplicaciones como Instagram. Por eso la fotografía nunca pasará de moda, y lo que nos toca a todos nosotros, es siempre buscar instantes que sorprendan al “otro”. Ese es el reto.
“Porque surgió ese brillo en el encuadre. Porque un muro, una piedra, o una brizna de tiempo se detuvo en el aire. La realidad más real hace la buena imagen, y eso nadie lo sabe de antemano, ni siquiera el fotógrafo de oficio hasta no ver de frente lo obtenido. Es un misterio siempre.” Nadie como Vicente Leñero para explicar así, la seducción de la mirada y del instante congelado para seguir compartiendo juntos, la experiencia y aprendizajes del viaje.