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La garrapata es un ácaro que se alimenta de sangre y es portador de varias enfermedades, entre ellas la tifus; una vez debajo de nuestra piel, no hay manera de matarla sin provocar un daño colateral mucho peor que su incómoda manera de chuparnos las venas hasta hartarse.
Aunque obviamente es más frecuente verlas insertadas en vacas o perros, si uno duerme en establos, seguro seremos el transporte involuntario del ácaro más grande de su tipo, hasta que decida abandonar nuestra piel.
Hace poco más de 22 años, por ahí de mediados de 1996, recibimos en la redacción de Proceso un mensaje del Ejército Popular Revolucionario (EPR), donde nos hacían la “atenta” invitación a un encuentro en la sierra para dar a conocer su existencia al pueblo de México.
El mensaje lo habían dejado en una caseta telefónica a una cuadra de la revista y el papelito traía entre otras instrucciones, la sugerencia de que fuéramos específicamente tres personas, Guillermo Correa, reportero de la revista, Julio López Arévalo, corresponsal en Chiapas y quien esto escribe; y ¿por qué nosotros? Pues presuntamente por nuestra cobertura en Chiapas en 1994. Un tema de confianza, pues.
Hace unos días leí por aquí en El Sol de México una nota de Manrique Gandaria quien alertaba sobre la reaparición del EPR, indicando que este grupo guerrillero “se sumó a las voces que rechazan la creación de la Guardia Nacional” y aprovechó para difundir un nuevo comunicado que, de ser cierto, nos confirma que este grupo sigue vivo y activo en distintas zonas del país.
No olvidemos que e n 2007, el Ejército Popular “se atribuyó la autoría de las explosiones ocurridas en ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) en Veracruz y Tlaxcala” sin ocasionar víctimas mortales.
Algunos de mis colegas saben perfecto que nada nos llena más de adrenalina que este tipo de coberturas, cuando implica ir a la montaña y fotografiar a un grupo rebelde en zonas inaccesibles o en total clandestinidad.
Así fue como nuestra aventura con el EPR, arrancó con un contacto en el Parque Hundido en la alcaldía de Benito Juárez de la Ciudad de México, donde nos entregaron unos boletos de autobús en la madrugada, para salir rumbo al centro del país, dejando atrás la salida de Indios Verdes, para terminar nuestra misión días después, en algún lugar del Golfo de México, después de subir y bajar montañas sin descanso, para terminar llenos de garrapatas.
Ustedes me disculparán si no ofrezco más detalles, pero por confidencialidad y en atención a este tipo de coberturas, me resulta imposible contarles todo lo que pasamos para llegar con ellos a la sierra en lo que fue una de sus primeras apariciones públicas allá por 1996.
Esta imagen que les comparto del EPR, fue el momento en el que nos despertaron al amanecer con el himno nacional a todo pulmón, después de algunos días durmiendo en la montaña a la orilla de un río donde se nos pidió esperar.
Una vez hecho el contacto físico con los guerrilleros, caminamos otro par de días con ellos, mientras nos daban instrucciones y nos hacían tirar cajetillas de cigarros, chicles o pastillas para evitar dejar rastros al Ejército Mexicano que le seguía los pasos a este grupo armado.
Recuerdo que yo cargaba con mi cámara Nikon F4, sus respectivos lentes y una cámara de video Sony de las clásicas, para registrarlo todo.
Sin duda la mitad de estos trabajos, pasa por contar con cierta condición física y psicológica que va más allá del mero registro con la cámara. Yo no lo sabía, pero desde ahí cargaba con un par de garrapatas que cortaban mi piel mientras la anestesiaban para no sentir nada y acomodarse bien durante el viaje. Por fortuna, la fiebre tardó 48 horas más en manifestarse y mis alucinaciones ya fueron al regresar a la Ciudad de México.
Recuerdo bien cuando apareció el comandante Arturo, un tipo serio y educado, quien nos dio entrevista a un costado de lo que parecía un campamento de entrenamiento con decenas de campesinos y guerrilleros armados. No paraba de hacer fotos mientras me rascaba el cuello o la cabeza, al sentir ligeros hormigueos que recorrían mi cuerpo, cortesía del ácaro incrustado ya en la piel.
En realidad el encuentro con ellos duró unas cuantas horas; para después de escuchar su comunicado y levantar algunas imágenes, ver cómo desaparecían entre el follaje con la misma táctica con la que aparecieron de la nada.
Nosotros tardamos poco más de 24 horas en salir de la zona y para cuando dimos con un pequeño poblado para averiguar dónde estábamos, ya nos encontrábamos en Veracruz.
Cansados, con hambre y sed, literalmente nos fuimos directo a una tienda que anunciaba cocacolas frías y ahí compramos varias botellas como si el mundo se fuera a terminar. Yo ya traía los primeros síntomas de la fiebre y una importante comezón en las piernas.
Finalmente la gente del pueblo nos sacó a una ciudad más grande y en la tarde regresábamos por avión, mientras yo luchaba en mi asiento junto a la ventanilla, tratando de quitarme al menos una de las garrapatas que traía incrustadas bajo la piel, ya con varios días sin bañarnos a cuestas.
Así es como a partir de la nota de la reaparición de este grupo guerrillero fue que recordé aquella cobertura que terminó en la portada de Proceso, y una vez cumplida la misión, me refugié en casa, para quedarme tres días en cama recuperándome de las infecciones provocadas por la garrapata que finalmente extirpé de mi cuerpo a punta de sangre y fuego, quemándola con mi cigarrillo para que abandonara la base de mi piel y matarla en el piso después de cinco días de forzada convivencia.
Detrás de este tipo de imágenes, siempre hay una enorme carga de tensión, profesionalismo y capacidad de síntesis; era una época en la que ser periodista era relevante y uno se jugaba la vida en cada una de estas coberturas.
Era la última década del periodismo como lo conocimos a finales del siglo XX, sin el embate de las benditas redes sociales. Hoy de seguro, los guerrilleros pueden usar Facebook Live y nadie tendrá ya que ser atacado nunca por una maldita garrapata clandestina.