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Las sombras no pueden verse en la oscuridad, es por ello por lo que ya no somos capaces de ver en lo que se ha convertido nuestro país. Un cementerio nacional y tierra de nadie. Las últimas imágenes de los soldados mexicanos desarmados y humillados por población civil en La Huacana, Michoacán; sólo son el reflejo de una sociedad destruida, sin valores de respeto, dignidad o mínimo decoro.
Súmele usted los videos de camionetas con siglas del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en las puertas, a la vista de todos, en alguna ranchería del país, eso ya ni siquiera es impunidad, es descaro y reto a la autoridad y sociedad civil. Aquí ya nadie le tiene miedo al Estado mexicano.
A este par de casos graves, agregue los videos una y otra vez de policías cacheteados en la Ciudad de México o sometidos en los pasillos del metro por cualquier hijo de vecino. Ahora salga a la calle y piense que esos uniformados son los que lo van a proteger del crimen organizado o asaltante común.
Listo, ya tiene usted el cuadro perfecto para sentirse en un Estado fallido, rodeado de fosas comunes, miles de desaparecidos, asaltos, extorsiones y secuestros que sólo suman expedientes en oficinas rebasadas. Bienvenido a México, jardín de huesos regado por las gotas de la corrupción, el miedo y la impunidad. Es la herencia de 20 años de descuido institucional.
En este país mueren más niños que en Siria, según un informe reciente de Save of childrens, la tasa de mortalidad por violencia en menores de edad es de 4.9 por cada 100 mil habitantes de entre 0 y 18 años de edad. Después de México están Palestina Afganistán y Corea del Norte con un promedio de 1 a 2 por cada 100 mil. ¿Es necesario agregar algo más a estos datos?
Así las cosas, regresemos pues a las tristes imágenes de nuestros soldados sometidos a una turba que primero los acorraló con mujeres y niños del lugar, y que una vez rodeados salieron estos “valientes” a quitarles armas y radios, para después exigir les devolvieran sus armas ilegales recientemente incautadas. En esa zona ya se había presentado un hecho similar en 2014 cuando retuvieron a otros militares, por diversas razones.
Si bien es verdad, que este grupo de militares demostró profesionalismo y prudencia, es claro que no será en beneficio de la paz ni de la seguridad de nadie. El uso legal de la fuerza del Estado es la última frontera para combatir a los poderosos grupos del crimen organizado que claramente cuentan con el apoyo de la sociedad civil en buena parte del territorio nacional.
Ahí están las consecuencias, apenas tres días después de los hechos referidos, se reiniciaron los narcobloqueos en Michoacán. En la carretera, a la altura del Puente de Fierro, el jueves 30 de mayo ya estaban quemando un camión de redilas, que bloqueaba el acceso principal a la región. La violencia y los disturbios en la zona sólo se pondrán peor.
Las imágenes de estos 11 soldados retenidos le dieron la vuelta al mundo y reflejan una lamentable debilidad institucional, por más que los feliciten. Por supuesto, nadie deseaba que se desatara ahí una masacre ni mucho menos, esas imágenes serían aún peor para el Estado mexicano. Pero este clip es brutal. No conozco referencia alguna en el mundo, donde se vea algo así. Lo que pasó en Michoacán es la imagen del desastre.
La imagen fija o en video, constituye un documento de memoria colectiva que también tiene la fuerza de convertirse en referencia permanente de un hecho aislado, ¿quién respetará de ahora en adelante el uniforme militar? ¿Con qué fuerza arrancará la Guardia Nacional si no es respetada a cabalidad? ¿Qué les espera a ellos y a nosotros en las calles de este país? La absoluta inseguridad, una sensación con la que coexistimos desde hace tiempo.
La sociedad mexicana está ahora en un extremo del péndulo social, en 1968, al ejército se le temía y eso derivó en excesos y abusos conocidos, nadie quiere que regresen esos tiempos. ¿Pero, qué se necesita para recuperar el centro del respeto y la eficacia del Estado? Acaso ¿darnos cuenta de que la debilidad de dicha Institución no le conviene a nadie? En Estados Unidos, Europa o algunos países de América Latina, al ejército se le respeta y punto. Sin excesos, sin abuso de la fuerza letal pero tampoco a expensas de ser humillados.
La viralidad de esas imágenes vuelven incontrolable el daño colateral, ya no importa dónde y cuándo sucedió lo que vimos, quedará como prueba de la burla de una sociedad hipócrita que exige respeto a los derechos humanos pero que es incapaz de respetar a las fuerzas de seguridad.
Al menos, la semana cerró en Palacio Nacional con el encuentro de estos soldados y el presidente López Obrador; ahí, el primer mandatario reconoció su temple y serenidad frente al grupo de irracionales que los acorralaron. Bien por el Presidente, pero eso no será suficiente. Seguro veremos nuevos casos. Ahí está Guerrero.
¿Y cómo salimos de esta espiral perversa?
Pues obvio no es fácil, ya declaró Alfonso Durazo, secretario de Seguridad, que México vive la peor crisis de inseguridad desde la Revolución Mexicana, y es verdad. Este gobierno intentará nuevas fórmulas, incluyendo becas y oportunidades para jóvenes desempleados, pero me temo que no será suficiente, el meollo está en la educación, el seno familiar y la mejoría económica nacional que no despega; es clave inculcar respeto cívico a la autoridad para ganar esta batalla.
Un uniformado no puede ser sujeto a burla, debe darse a respetar, ofrecer seguridad y profesionalismo, sólo así mejorará el país; y si esto apenas se comprende hoy, créanme, pasará una generación más para que se note un cambio, incluso quizá ni nosotros lo veamos. Estamos solos pues.