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Hoy es la fiesta nacional de Francia. Celebran 230 años de la toma de la Bastilla. Hoy se despliega uno de los desfiles militares más elegantes y asombrosos del planeta. Por la Avenida de los Campos Elíseos de París, hoy se pasa revista de los diversos cuerpos armados por parte del presidente francés.
La primera vez que llegué a Paris, fue en 1992, recién había terminado la carrera de comunicación en la UNAM, y a los 23 años me había ganado una beca para estudiar periodismo en la capital francesa. Durante ese año viví en París, estudié y trabajé en el Centro de Perfeccionamiento de Periodistas francés y crecí en lo personal y profesional como no hubiera sido posible si me hubiese quedado en México por aquellos años.
Jean Cocteau decía "En París, todo el mundo quiere ser un actor; nadie se contenta con ser un espectador” y es verdad.
Sobre Francia, su historia y su cultura se han escrito miles de textos. Es un país de 68 millones de habitantes, que ha influenciado buena parte de nuestra cultura occidental. Sin embargo, dentro de todo lo que se puede contar de ellos, un asunto es clave en nuestra comunidad, son los inventores de la fotografía (1826) y fueron ellos quienes la patentaron en 1839. Ese invento lo cambió todo.
Una de las primeras cosas que hice en París, una vez instalado, fue visitar la tumba de Nicéphore Niépce, quien hizo la primera fotografía en el mundo. Me quedé un buen rato frente a su lápida, en Père Lachaise, el cementerio intramuros más grande de París. Pensaba en él y en su proeza de fijar una imagen para siempre.
Desde aquel año en 1826 hasta nuestros días en Instagram, la fotografía fija lo ha registrado todo. Las calles, nuestras guerras, las maravillas del mundo, los desastres naturales, el rostro del planeta; hemos sido capaces de hacer imágenes en los océanos y desde el espacio, Vamos, si hoy sabemos cómo luce el paisaje en Marte, es gracias a este portentoso invento.
La fotografía se convirtió en una extensión de nuestra mirada y nos permite retener en la memoria, lo que de otra manera se volvería resbaladizo o quedaría en rumor.
Cuando vivía en Paris, no había Facebook, el internet apenas se desarrollaba, y la larga distancia era carísima y deficiente. Uno se sentía realmente lejos. Vamos, yo era de los que cada semana todavía enviaba postales a mi familia y amigos de entonces. Era otro planeta.
Allá recorrí las calles que fotografiaron Cartier-Bresson, Brassaï y otros. La agencia Magnum era una especie de templo de la imagen documental. Sus museos y librerías eran el Santo Grial de todo fotógrafo. Sus callejones, terrazas, puentes y recovecos son entrañables.
Vivir y trabajar allá, me enseñó a ser disciplinado, a ser puntual, preciso; a lidiar con la soledad, la feroz competencia y me puso a prueba infinidad de ocasiones. Desde allá mandaba mi material vía aeropuerto para publicarse en México en la revista Mira que dirigía Miguel Ángel Granados Chapa, periodista que no sólo no me dejó renunciar cuando le informé de la beca, sino que me pagó el boleto de avión y mantuvo mi salario por toda la estancia en Europa. Eran otros tiempos y otros directivos.
Regresé a México con una mirada pulida, hice amigos entrañables, me enamoré, me rompieron el corazón, reí y lloré en infinidad de ocasiones. Desde entonces he vuelto muchas veces, la última en 2015 con Laura en plena luna de miel.
He montado varias exposiciones en París a lo largo de las últimas dos décadas, la más significativa “Cicatrices” cerca del Hotel De Ville, donde Robert Doisneau hizo su polémica foto de “el beso”; y quizá uno de mis mejores sueños hechos realidad, se construyó desde allá, que fue trabajar para la emblemática revista Paris Match en 2006, a unos meses de abandonar Proceso. No puedo quejarme, París siempre me ha tratado bien.
Allá recibí la noticia del levantamiento zapatista en enero de 1994; allá cubrí el último mundial del siglo XX en 1998; en París, estando en la oficina de Jorge Volpi en el Instituto de México, recibimos por internet la noticia de los ataques a las torres gemelas de Nueva York en 2001. París me ha tatuado la piel. Siempre deseo volver y siempre cuento con la solidaridad y cariño de las amistades sembradas en la Ciudad Luz.
Es por todo lo anterior, que este 14 de julio, celebro a la distancia su Revolución y fiesta nacional; y este solo pretexto me da para compartir con ustedes la presente imagen de la Torre Eiffel tomada en el invierno de 1993 en mi segundo viaje por aquellas tierras. Son ya 27 años de relación con París. Ustedes disculparán, pero hoy ando muy nostálgico. Vive la France.
Ernest Hemingway lo sintetizó así :“París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra”