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Se acaba el verano y con él las vacaciones, pero la fotografía sigue siendo un refugio para quien todavía puede disfrutar de un domingo por el centro de la Ciudad de México.
Hoy quiero compartirles la delicia que fue recorrer la exposición de Rodrigo Moya, en Bellas Artes, montada con elegancia y una curaduría exquisita, se trata de una experiencia lúdica que los llevará por un México que ya no existe.
El ex fotógrafo (como él mismo se auto define) nació en 1934, fue fotoperiodista entre 1955 y 1967, fueron 12 años de alta intensidad. Tenía un ojo privilegiado, y retrató a los personajes de su época, cuando todavía era relevante traer una cámara al hombro y había pocos fotógrafos en el país.
Sus imágenes de arquitectura urbana nos refleja su compromiso social y un instinto visual con ritmo, manejo de geometrías y una composición impecable, como la foto que aquí publicamos de 1966. Tlatelolco, la Lotería Nacional, el Monumento a la Revolución y las calles del centro histórico eran su territorio natural.
En la década de los sesentas publicó un centenar de reportajes en los semanarios Sucesos, Política, Impacto y otras. Ahí mismo en la expo se presentan algunos ejemplares de aquellas maravillosas publicaciones con un despliegue generoso entre texto e imagen.
En 1955 se estrenó con un trabajo del Valle del Mezquital, y de ahí ya no se detuvo sino hasta finales de los sesenta cuando lo sedujeron otras actividades, en 1961 se enlistó en el Partido Comunista. Registró los primeros conflictos universitarios en 1962 cuando dinamitaron la estatua de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria. Si acaso, fue una pena que se perdiera el conflicto estudiantil de 1968, derivado de sus nuevas actividades fuera de la metrópoli.
Fue en 1964 cuando en Cuba realizó su estupendo retrato de Che fumando un puro en La Habana. En 1968 fundó la revista Técnica Pesquera, que dirigió y publicó mensualmente durante poco más de dos décadas, ahí su mirada se volcó hacia el mar hasta que irrumpieron los años 90.
Sus fotografías de artistas,, malandros e intelectuales tienen un sello particular, la estética del retrato y una calidad de impresión notable. Recorrer los pasillos de Bellas Artes con sus imágenes nos llevan al México de Buñuel y la época de oro del cine mexicano.
Más tarde comenzó a explorar la narrativa, y en 1997 ganó el Premio Nacional de Cuento del INBA, ese mismo año ganó el Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés, “al tiempo que publicó crónicas, cuentos y poesía en suplementos y revistas culturales”.
Desde 2001 se han publicado varios libros y catálogos sobre su trabajo, y ha montado siete exposiciones individuales.
Actualmente colabora eventualmente con el diario La Jornada. Tiene 85 años y desde hace 20 vive en Cuernavaca en donde trabaja en la revisión permanente de su archivo.
Recorrer las dos salas de su muestra en Bellas Artes se complementa con lo expuesto simultáneamente en el Centro de la Imagen, son más de 120 piezas que no tienen desperdicio alguno. Todo vale la pena. No recuerdo qué fotógrafo haya tenido el privilegio de contar con esos dos recintos al mismo tiempo para él solo. Pero su mirada lo vale. Es uno de los fotógrafos mexicanos más importantes de su generación y usted no puede perderse este recorrido visual por su memoria en plata y gelatina.
No pierda tiempo, en Bellas Artes la muestra permanecerá hasta el 25 de agosto y en el Centro de la Imagen hasta el 30 de septiembre de este año.