Santiago Arau es uno de los mejores fotógrafos de su generación. Incansable, experto en manejo y composición visual con uso de Drone, inteligente y creativo. Sin embargo, el pasado 15 de septiembre cometió un error, cruzó una frontera peligrosa y sus redes ardieron. Agregó contenido inexistente en la toma original. Se le hizo fácil sumarle más pirotecnia y clonó un par de explosiones extras, además de las que había registrado originalmente.
Así es. La noche del grito de independencia en el Zócalo capitalino, Santiago se preparó desde la terraza de su departamento en el Centro Histórico para registrar los detalles de la fiesta nacional. Horas antes había hecho pruebas con el Drone y tenía todo listo. La ruta, el encuadre y la hora.
Se preparó bien para su foto de ese día. Pero no contaba con dos cosas que lo sorprenderían para ese momento. Primero, el aviso de una restricción de vuelo por parte de control aéreo, que bloquearía señales sobre el Zócalo y segundo, una llamada clave, en donde le solicitaban una primer foto de volada para su difusión nacional.
Así la cosas, arrancó con presión de tiempo en el momento de los fuegos artificiales, y apenas pasado el último “Viva México” del Presidente Obrador comenzó a tomar sus imágenes.
Ya en pleno vuelo, la pesadilla de todo piloto de drones: entre la restricción electrónica y la saturación de señales sobre la plancha del Centro Histórico; lo peor, el Drone comenzó a desestabilizarse y ya no le respondía con precisión a su dueño.
Santiago entró en pánico, (pensó que también se le podía caer el Drone) y perdió concentración, en síntesis tomó malas fotos. Sin horizonte claro, sin composición, y con dificultades para estabilizar su aparato derivado de la inestabilidad de la señal, sin claridad de lo que veía en su monitor, no pudo hacer trabajar bien.
En un instante se acabó la pirotecnia y regreso su aparato. Todo mal. Fotos mediocres, y simples que no reflejaban lo que él mismo había visto desde su terraza. La pesadilla de todo profesional.
Frente a sus imágenes, y con la presión de enviar al menos una buena foto para su difusión. Tomó una decisión disparatada. Compensar las fallas en la toma original con un ingrediente venenoso para todo documentalista. El uso indiscriminado del Photoshop a contra reloj.
Así. En ese contexto, frente a la presión de tiempo y las imágenes que no correspondían a lo que vio o imaginó. Se desesperó y les metió mano, porque sentía que algo le faltaba: más explosiones y colorido en el cielo. Fue entonces cuando clonó una combinación de luces que en dos minutos le “resolvió” la imagen. Luego click y ciao, su foto a las redes. Una hora más tarde, su celular estallaba en notificaciones derivadas del ojo entrenado de algunos fotoperiodistas que le descubrieron el truco y el ya dormido, fue demolido virtualmente en twitter hasta el amanecer.
¿La foto se veía espectacular? Sí, yo mismo al bote pronto hasta lo felicité por Twitter. No me percaté de la clonación respectiva. Pero enseguida, por DM, otros colegas me empezaron a enviarme los detalles de la imagen y de lo que ellos encontraban en el cielo nocturno de esta imagen; obvio, preguntándome sobre qué pensaba de la presunta manipulación digital que hasta ese momento le imputaban a Santiago. Por fortuna me agarraron cansado y preferí esperar hasta el día siguiente para ver bien la imagen. Y efectivamente, la clonación era obvia.
En lo personal, sigo el trabajo de Santiago desde hace unos tres años, cuando lo conocí y publiqué su trabajo del terremoto de 2017 en El Universal; admiro mucho su trabajo por el estilo que maneja. Pero jamás lo vi alterar contenido propio.
Entonces ¿La decisión de Santiago fue un error? Sí, una grave decisión para un documentalista que trabaja con la “realidad” como materia prima. Hay fronteras que no pueden cruzarse. Son reglas básicas del periodismo. Vamos, ni siquiera entran a debate. No se hace, punto.
Hace unos días conversamos Santiago y yo sobre el tema en la Biblioteca de la Fundación Poniatowska y sin reservas derivado de la confianza que nos tenemos, aceptó que se había equivocado. “Me ganó la emoción de lo que vi, frente a lo que tenía en mi dispositivo” - Me dijo claramente Santiago. Y así fue, efectivamente le dio una manita a su propia foto y multiplicó los destellos en el cielo de manera burda y descuidada.
Obvio, en ese instante no comprendió la magnitud de su desliz; algo similar le pasó a Narciso Contreras cuando envió su foto manipulada a la agencia AP hace unos 5 años y así le fue.
Acá en descargo de Santiago diría que derivado de su falta de experiencia como periodista visual y dado que jamás ha trabajado para un medio informativo, se le hizo fácil “mejorar” su toma original por la exigencia personal de hacer siempre algo espectacular. El problema es que no lo consiguió de origen.
¿Qué debió hacer? En principio, solo escoger la mejor toma y enviarla, pero si nada valía la pena, debió cerrar su compu e irse a dormir, con la frustración que todos alguna vez hemos vivido, cuando no sale la foto que esperamos y ya.
Dos, si la presión por subir algo esa noche era imperativa y no quería quedarse fuera de la “nota” pudo meterle el Photoshop que quisiera, experimentar, contar su frustración del día, y compartir con todos, lo que decidió hacer: “retocar” su imagen, y dejar en claro que estaba manipulada por decisión propia, pero sin la intención de engañar a nadie y tan, tan.
Pero no. En ese instante minimizó el hecho, le dio flojera explicarlo, la mandó al ciberespacio, el Presidente de México la subió a sus redes y Santiago recibió el primer golpe furioso de los internautas que sueñan siempre con atrapar a un profesional en algún descuido, y Santiago les regaló la imagen perfecta para ello.
¿Cometió Santiago Arau un error ético en el marco del fotoperiodismo convencional? Sí. Sin duda. Nunca se manipula una toma, nunca debe agregarse o desagregar contenidos a tu foto. Él lo hizo y ahora lo reconoce.
En la charla que sostuvimos en la semana, aunque él no se asume cómo fotoperiodista, -porque en realidad no lo es- y por lo tanto, no se sentía sujeto a esas reglas. Reconoció que cometió un error, y lo acepta con sencillez.
Y que no haya duda, su actividad como fotógrafo documental sí lo compromete a respetar el principio de honestidad que a todo profesional del ramo nos corresponde honrar. Esa es la base de nuestra credibilidad, que es nuestro mejor patrimonio. Sin embargo, Santiago no lo hizo; pero al menos salió a dar la cara y hoy con la confianza de Arau, se los cuento tal como él me lo platicó. En esa plática, reconoció que se equivocó y asegura que no volverá a caer en esa tentación.
¿Aquí acaba la carrera de Santiago Arau? No. Para nada. Todos nos equivocamos, el tema es aceptarlo, asumirlo y no repetirlo jamás. Y eso es exactamente lo que me confió Santiago antes de emprender un nuevo viaje para seguir haciendo lo que mejor hace, foto.