En la Ciudad de México, la hostilidad se viste de naranja todos los días. En el Metro, ese lugar donde cada centímetro se convierte en íntimo refugio para el viajero, no hay espacio para la contemplación ni la empatía. Todo es prisa y caos en las arterias de la urbe: indiferencia que se materializa en párpados de plomo y miradas inhóspitas.
Andrea Aguilar, la retratista del Metro, ve donde los demás viven. Un rostro cansado, iracundo o indiferente puede convertirlo en arte. La diferencia es que ella no tiene días ni horas para hacerlo, como varios de sus colegas. Tiene, cuando mucho, 20 minutos. O dos: lo que dura el trayecto de Chabacano a San Antonio Abad. La Línea 2, que atraviesa Tlalpan y cruza el Zócalo hasta el Toreo, es su preferida.
Esta chica de 25 años lleva dibujando gente en el Metro desde que era universitaria. No les pide permiso. Simplemente agudiza la mirada, saca sus plumones de acrílico o su lápiz, y comienza. De una estación a otra, ya está el contorno de una quijada, la comisura de los labios, los anteojos de metal. No importa quién esté frente a ella: un adolescente jugando Minecraft, un anciano dormido, un obrero con mueca colérica o un médico exhausto. La libreta de Andrea es el microcosmos de la Ciudad de México.
En entrevista con El Sol de México, la retratista del Metro —como ya comienzan a conocerla— afirma que no piensa cobrar por su trabajo. Cuando termina de dibujar a una persona, arranca la hoja y se la ofrece. “Es un obsequio”, les dice. “Casi siempre se apenan, no pueden creer que alguien los haya tomado como modelo para hacer algo bonito”.
Los retratos que más se le complican son los que hace a lápiz sobre la superficie de un boleto del metro. Es muy pequeño el margen de maniobra que tiene. Una tarea que se complica por los fieros movimientos de esta tripa naranja que, cada mes, mueve a 70.2 millones de pasajeros, según los datos más actualizados del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“En realidad llevo dibujando toda mi vida”, responde Andrea con la mayor naturalidad del mundo. “Desde niña es lo que me gusta hacer”.
Cuando tenía 20 años y vivía con sus padres, recorría la Ciudad de México de polo a polo para ir a la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Desde Aragón hasta Xochimilco”, recuerda.
Fue así que Andy —como la conocen sus amigos y familiares— se forjó una técnica basada en la velocidad y la práctica. De algún modo, lo que aprendía en la escuela, lo trabajaba en los vagones, en tiempo real, con gente real. Andrea hace del diseño una funcionalidad. Eso es lo que le permite actualmente trabajar como creativa en un taller de diseño industrial: su verdadera fuente de ingresos.
Andrea no lleva la cuenta de cuántas libretas ha llenado de dibujos del Metro. Pero sí tiene claro que su trabajo comenzó a viralizarse en redes sociales cuando empezó la pandemia. Y es que la sana distancia le significó más espacio para retratar. Con los trenes semivacíos, su capacidad de observación se incrementó y, con ello, obtuvo dibujos más interesantes, hasta que un buen día decidió grabar su trabajo y abrir una cuenta de TikTok.
“Descubrí una cuenta que me gustó mucho, la de Devon Rodríguez, que también dibuja gente en el metro, pero en Nueva York”, comenta. “De hecho, vi que hay más personas que lo hacen en otras ciudades del mundo, entonces me puse el reto de hacerlo yo en México”.
Y así lo hizo. A los pocos días de subir sus videos y con los likes correctos, su trabajo se volvió viral. De pronto, sus videos tuvieron miles de reproducciones. Algunos medios de comunicación la contactaron. Los usuarios le enviaron mensajes para felicitarla o para pedirle que les hiciera algún retrato. “Esos sí los cobro, los que me piden por encargo en redes”, dice esta joven, que en TikTok tiene casi un cuarto de millón de seguidores.
Aunque pareciera que Andy es una chica extrovertida, es todo lo contrario. Confiesa que le da vergüenza que la vean dibujando en el vagón. O peor aún: tener que encarar a su modelo para regalarle el dibujo. “Pero soy scout y ahí nos enseñaron a hacer, al menos, una buena acción al día. Y creo que lo que hago es dar un empujoncito a la autoestima de las personas. Es una forma de sacarles una sonrisa, de hacerles ver que son lo suficientemente atractivos como para hacer arte”, asegura.
A punto de tomar el tren que la llevará a su trabajo, Andrea mira hacia el fondo del andén. “Ya no pasan tan vacíos, la pandemia está terminando”, dice. Porque a medida que aumenta el flujo humano, mayores son las posibilidades de que alguien la reconozca. “Hay personas que sí me ubican, se siente raro”. Y cómo no, si subirse al Metro de la Ciudad de México es un pasaporte seguro al anonimato.