Vincent Willem van Gogh nació el 30 de marzo de 1853, en Zundert, un pequeño pueblo al sur de los Países Bajos dedicado especialmente a las labores del campo.
Hijo de un pastor protestante, van Gogh se dio cuenta desde que era muy niño de la existente brecha entre estratos sociales y entre su educación de clase media y la que recibía la gran mayoría, aquella en la que se encontraban los trabajadores y los campesinos de la región, que vivían en condiciones de lacerante pobreza.
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Aquella situación desató en el niño y en el adolescente van Gogh un extraño proceso de rechazo constante a la educación formal que estaba recibiendo. No poca literatura al respecto da por hecho que fue a partir de la injusticia percibida que se comenzó a gestar en él una especie de conciencia y postura críticas.
Desinteresado de todo lo que imperaba en su época, pues, y sin dejar de criticar la educación que estaba recibiendo, cual consecuencia lógica, el jovencito Vincent abandona la escuela en 1869, cuando tenía apenas 16 años.
Luego de un tiempo de mucha contemplación de la naturaleza y de escenas al aire libre, clave para lo que vendría, y de andar dando tumbos, entra a trabajar a Goupil & Cie, la famosa y prestigiosa empresa europea editora de arte, grabado y fotografía, fundada en 1850, en la que un tío era socio.
De esta manera, van Gogh entra de lleno en el aspecto exclusivamente mercantil del mundo del arte, viéndose con los años involucrado cada vez más y más en ese universo. Fue así, de hecho, organizando exposiciones y vendiendo obras de arte, y no sólo originales sino también reproducciones, como aprendió a apreciar y a ponerles comercialmente precio a muchísimos cuadros, entre otras diversas piezas.
Durante los seis años que trabajó en Goupil & Cie, tanto en su tierra como en Londres y en París, entre viajes y viajes, Vincent pudo apreciar una enorme variedad de pinturas, sembrando de esta manera en él la semilla de una poderosa e infinita pasión por el arte pictórico.
Si bien llegó a experimentar un gusto especial por varias obras y pintores, Vincent desarrolló una muy peculiar e íntima fascinación por el trabajo de Jean-François Millet y el de otros pintores realistas representantes de la Escuela de Barbizon.
Al llevar a cuestas demasiadas experiencias místicas, comerciales, sensoriales y de conciencia social en muy poco tiempo, los primeros 20 años de vida de van Gogh representaron una época de gran incertidumbre al estar llena de intentos por definir qué rumbo debía de tomar su vida, a qué trabajo u oficio tenía que dedicarse, pensando en su futuro, claro está.
Justo en esos decisivos tiempos, van Gogh se ve brutalmente sorprendido y se abandona por completo a un amor no correspondido que lo dejará sumido en una profunda depresión y completamente desorientado, desconectándose de la realidad y desentendiéndose a partir de ahí de sus obligaciones, incluyendo las del trabajo, por lo que en 1876, al final, termina siendo despedido de Goupil & Cie.
En medio de su confusión y de su desorientación, van Gogh voltea a sus raíces familiares, por decirlo de algún modo, y vuelve al mundo religioso intentando de forma fallida realizar estudios teológicos, llegando a ofrecerse hasta como misionero evangélico. No obstante, al tornarse excesivamente estricto y acaparador de sus nuevos deberes piadosos, demasiado encerrado en sí mismo, demasiado radical entre los radicales, provoca constantes conflictos con su entorno y vuelve a ser expulsado, despedido.
Intuyéndose muy apenas como pintor y dibujante, vuelve a ensimismarse, pero esta vez de una forma mucho más íntima y personal, muy personal, por lo que al retomar las riendas de su vida, van Gogh entra de lleno al mundo del arte en 1880, cuando llega a él a los 27 años inspirado por los movimientos impresionista y postimpresionista del siglo XIX, pero, sobre todo, muy fuertemente influenciado por los gigantes pictóricos de la época como Monet, Pissarro, Bernard y Gauguin.
Así, van Gogh parecía haber encontrado, finalmente, su verdadera vocación. Y, en definitiva, lo hizo pensando que el mundo en cualquier momento se podía acabar, por eso los elementos que caracterizarían sus obras serían la urgencia y la intensidad.
No había más tiempo que perder. Con una formación completamente autodidacta, con la Historia como testigo, Vincent van Gogh será uno de los artistas más prolíficos de su época. Y es que, en tan sólo diez años, produjo poco más de dos mil obras de arte, a saber, unos novecientos treinta cuadros y mil cien piezas, entre dibujos y bocetos.
No obstante, más allá de esta enorme cantidad de obras, “El viñedo rojo” es la única pintura que el ahora afamado artista pudo lograr vender en vida. Y lo hizo, por cierto, muy poco antes de fallecer. Anne Boch, pintora belga y prolífica coleccionista de pinturas impresionistas, la compró en la Exposición de Arte de Bruselas en 1890. En aquel entonces, pagó 400 francos belgas (unos $1,900 dólares estadounidenses actuales, aproximadamente).
Hoy en día, las obras de arte de Vincent van Gogh son compradas y vendidas en millones de dólares en las subastas de las más prestigiosas casas del ramo en todo el mundo.
“El retrato del doctor Gachet” fue vendido a uno de los precios más altos que haya sido pagado en su momento por una pintura en el mercado mundial del arte.
Al igual que la existencia misma de su creador flamenco, desde su génesis, tanto el recorrido como la ubicación exacta de dicha obra se han visto envueltos en enigmáticas historias, versiones y leyendas.
Una de varias cuenta que, para que esta obra quedara bajo resguardo de una colección privada, Siegfried Kramarsky, filántropo neoyorkino nacido en Alemania, dueño, por cierto, del Banco Lisser & Rosenkrantz, habría hecho todo lo posible para que el prominente hombre de negocios japonés Ryoei Saito la comprara en la estratosférica cantidad de $82.5 millones de dólares el 15 de mayo de 1990.
Vincent Willem van Gogh se dio cuenta desde que era muy niño de la brecha que existía entre él y los hijos de los trabajadores y los campesinos de su región, que ya desde aquel entonces vivían en condiciones de invisibilidad, de completo olvido, de cruel pobreza, a veces extrema. Tardó un poco en renacer como el gran virtuoso que era y en darle al mundo el maravilloso legado de su obra, de su pintura, de su prolífico arte.
Sin embargo, absolutamente negado e invisibilizado por el mundo cultural y del arte de su época, que si acaso lo llegó a “reconocer” fue para acusar al desconocido y “mediocre” pintor de hacer un uso, según esto, demasiado violento del pincel, Vincent Willem van Gogh habría de entrar en una nueva etapa colmada de imparables crisis nerviosas, maníacas y depresivas, en una de las cuales, por cierto, al no poder plasmarla con fidelidad en un lienzo, se llegó a cercenar una oreja.
A la distancia, el misterio, el impacto y el morbo siempre han marcado su vida. Hay quienes, dados sus yerros y los universos oscuros en los que se movía, ponen en tela de juicio la locura, la oreja, la bipolaridad, la epilepsia, la íntima relación con su hermano Theo y hasta insinúan su fin como un posible asesinato. En no pocas versiones hay buenas intenciones, no obstante, en muchas otras, las más, vileza.
Entre 1888 y 1889 vivió en Arles, al sur de Francia, una ciudad en donde sus demonios y sus trastornos mentales le hicieron más mella, pero también el lugar en donde logró pincelar muchas de sus obras globalmente más famosas, más recordadas, entre ellas “El dormitorio en Arles” y el sitio que hizo de su persona, de sus colores, de sus estrellas y de su mística prácticamente una inequívoca e indeleble marca turística, que sigue y seguirá dejando una nada despreciable derrama económica para esa comunidad francesa.
Vincent Willem van Gogh, en esto coinciden todos los serios biógrafos, se suicidó el 27 de julio de 1890, a los 37 años, en el pueblo de Auvers-sur-Oise, Francia, siendo, en términos prácticos, un artista completamente desconocido y en medio de una lacerante pobreza.
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