Patrick Mahomes llegó a la NFL en una época de nostalgia, en esos tiempos que anteceden al vacío. Peyton Manning ya se había ido y la figura de Tom Brady se gozaba tanto como se suele sufrir el paso de los años. Es lo que pasa después de los tiempos de gloria, que a veces los deportes se quedan huérfanos de un ídolo, a la espera, siempre incierta, de que la cosecha sea buena y de pronto surja alguno que sea capaz de cargar con su peso. Tuvimos suerte, Brady aún está, pero la NFL ya tiene a su heredero.
No pasa siempre, pero cuando ocurre es inevitable. Mahomes arribó a la liga en el 2017 y luego pasó un año en el anonimato, mientras aprendía de Alex Smith las claves del deportista profesional antes que las del jugador.
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Aunque es cierto que su nombre ya sonaba con ese tono tan característico que busca predecir el futuro, era difícil pronosticar algo parecido a lo que pasó en la temporada 2018, su primera como titular, en la que lanzó 50 pases de touchdown y más de 5,000 yardas, algo que sólo había estado al alcance de quarterbacks como Manning y Brady… otra vez esos dos nombres.
Era difícil imaginar que el niño que paseaba por los parques de beisbol, con una manopla en su mano izquierda y una enorme gorra volando sobre su cabeza, algún día llegaría a dinamitar la NFL. Con su padre Pat Mahomes Sr. lanzando rectas y curvas sobre los montículos de equipos como los Twins, los Red Sox y los Mets, la lógica indicaba que su pequeño hijo iba a seguir sus pasos. Y cerca estuvo de hacerlo.
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Con los poderes propios de un deportista que lo puede todo, Patrick Mahomes habría triunfado en cualquier disciplina. De chico, cuando jugaba en el instituto en Whitehouse de Texas, el pequeño Patrick lanzó un partido sin hit, con 16 ponches. Era tanto su talento que los Tigres de Detroit lo draftearon en el 2014, pero Mahomes tenía otros planes. La calma y la cadencia del beisbol no lo llenaban tanto como el vértigo del futbol americano, entonces decidió llevar sus habilidades como lanzador a los emparrillados.
Ya en la universidad de Texas Tech, enfundado en su jersey rojo, con el número 5 en la armadura, Mahomes dio algunas señales de lo que podía ser. En 2016, su última campaña en la Universidad estableció un récord de pases en un solo partido con 734 yardas contra Oklahoma, así como 819 yardas totales de ataque en el mismo juego.
Aunque parezca increíble, los Jefes de Andy Reid fueron los primeros en ver sus posibilidades y lo reclutaron en la décima selección global de Draft del 2017. Kansas City subió 17 selecciones para poder hacerse del quarterback, de lo contrario los Santos de Drew Brees lo hubieran elegido en el lugar 11.
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Ya con un Super Bowl en su vitrina, la trascendencia de Mahomes se encuentra en sus pases sacados de la imaginación, en las cosas imposibles. En los niños que un domingo lo vieron jugar y decidieron que Kansas City sería el equipo de su vida, en esos mismos niños que caminan por las explanadas de los estadios con sus cabellos al viento, sujetados por una banda roja. En los que eligieron el 15 como su número de la buena suerte. En los 500 millones de dólares que le pagaron los Chiefs con la esperanza de tener certezas en algo tan impredecible como lo es el futuro.