A un costado de la alberca, con la sonrisa que emana del hombre que sabe lo que trabajó para llegar a ese momento, Jorge Rueda solía observar con tranquilidad a sus clavadistas. Aunque en la película de su vida destacan en particular las medallas olímpicas que alumnos destacados como Carlos Girón, Jesús Mena y Fernando Platas cosecharon bajo su enseñanza, el legado del entrenador, fallecido este domingo a los 75 años, va mucho más allá del agua.
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Nacido en Uruapan, Michoacán, Jorge Rueda creció dentro de una familia numerosa. Desde muy pequeño, guiado por el ejemplo de sus padres, el deporte y la enseñanza se juntaron en un mismo camino, entonces dedicaba las tardes a entrenar a sus hermanos y a llevarlos al béisbol y la natación. Años más tarde, sin embargo, encontraría en los clavados el deporte idóneo para desarrollar sus técnicas como formador.
Dueño de una capacidad destacada para exponer sus ideas, Rueda pronto contó con el reconocimiento internacional. El primer gran resultado se dio de la mano de Carlos Girón, en aquella medalla de plata, que bien pudo ser de oro, en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980.
La presea le dio un prestigio que no hizo más que crecer en los años que siguieron, al llevar al podio olímpico a otros talentos como Jesús Mena, bronce en Seúl 1988 y Fernando Platas, segundo lugar en Sydney 2000, en un recorrido a través de tres décadas que refleja su vigencia.
En el camino también dirigió a figuras como Marijose Alcalá, Yahel Castillo, Paola Espinosa, Rommel Pacheco, Adriana Jiménez y Laura Sánchez.
Carismático, bromista, dicharachero, con un imán para caerle bien a las personas, así lo describen quienes trabajaron con él durante tardes enteras en las fosas de clavados. “Entrenábamos con chascarrillos, entre bromas, de forma muy alegre, parecía que estabas en una comedia. No quiero decir que no se trabajara o se buscara la calidad, al contrario, sus resultados lo demuestran: un pilar en las medallas olímpicas de clavados en México”.
Cuenta el también entrenador Iván Bautista, quien llegó a los clavados gracias a un programa de servició social impulsado por Jorge Rueda para los estudiantes de la Escuela Superior de Educación Física, durante su época en la clínica 23 del IMSS, en la década de los noventas. Ahí conoció de cerca al profe y marcó el inicio de una amistad que se extendió a lo largo de los años, cuando compartieron equipo en el Comité Olímpico Mexicano y posteriormente en las albercas de Guadalajara.
“Creo que las personas triunfan por su experiencia y su calidad, además del conocimiento, un componente muy importante para tener éxito, pero esa dosis de ser como persona agradable, eso es otra cosa, de alguna manera por eso los niños aprenden jugando, alegres, así debe de ser”, agrega.
La cercanía del profesor Jorge Rueda con su entorno no era un simple formalismo, sino parte de su esencia. El éxito de sus clavadistas no sólo era resultado de la enseñanza técnica, también lo era su guía en los misteriosos caminos de la existencia.
“Era un equilibrio perfecto, Jorge tenía la magia para poder llevar a sus clavadistas. Yo le podía contar de mi vida personal, de mi vida profesional, lo que fuera, y encontraba un amigo que me podía dar un consejo. Más allá de la medalla lo que hizo conmigo como persona fue increíble, fue darte calidez, fue darte el día a día, estar entregado a las cosas, Jorge fue para mí mi mejor amigo”, recuerda Fernando Platas, quien acudió a su experiencia para ganar finalmente una medalla olímpica.
“Jorge era una bala para transmitir el trabajo, tenía una manera única de transmitir lo que necesitabas hacer para ganar. Me acuerdo mucho que cuando platicamos de la medalla me decía: todo mundo te puede decir qué vas a ganar con la medalla, pero nadie te puede decir lo que tienes que dar para ganarla. Tenía la capacidad de amoldarse y cómo sacar lo mejor de ti”, dice el medallista de plata en Sydney 2000 y quien es considerado uno de los mejores clavadistas de la historia.
Feroz consumidor de las películas de la época de oro del cine mexicano durante las largas concentraciones, el recuerdo del profesor Jorge Rueda impone a un tipo sencillo, siempre abierto a disfrutar de los placeres de la vida. “Los miércoles, en nuestro sistema, que lo saqué de él, son de descanso, hasta la fecha. Ese día nos hacía la comida, preparaba unos camarones y un arrocito. Me hablaba por teléfono, con mucho respeto, y me decía:
‘Mi profe, lo estoy esperando, ya la mesa está servida, ¿A qué hora vas a venir?’ Tenía dos menús muy buenos, porque también le quedaban muy buenos los huevos a la mexicana, era una gran persona”, recuerda Iván Bautista, con nostalgia. “Desde que uno llegaba a su casa ya estaba en la puerta, con su mandil, abría los brazos. Tenía una forma muy especial de verte a los ojos, para ver cómo florecían tus sentimientos, él se ofrecía para que te sintieras bien”.
El chicharrón también era una de sus especialidades “Jorge fue un equilibrio, la experiencia que tenías como atleta y como ser humano, con Jorge disfrutábamos los cosas más sencillas y las más complicadas. Echarte un chicharrón que cocinaba perfectamente, con su esposa y su familia y el entrenamiento más complicado del mundo”, rememora Fernando Platas.
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Y es que al final la vida es eso, trascender a través del recuerdo de otro. Perdurar. “A Jorge lo recuerdo sonriente, hecho un tipo de primera, que nunca pensó que fuéramos a ver qué pasaba, fuimos a ganar una medalla, siempre me mantuvo en equilibrio, mi personalidad de ese atleta que quería ganar todo, y el ser humano, nadie sabe que al final la medalla es buena, pero Jorge me ayudó a llegar a mi retiro y hacerlo como un excelente atleta, y caminar juntos ese camino”.
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