Perseverancia y tenacidad, bien podrían ser los calificativos que llevaron al ex boxeador mexicano Agustín Zaragoza, a subir al podio en los Juegos Olímpicos de México 1968, después de quedar marginado un ciclo antes rumbo a los JO de Tokio 1964.
A cincuenta años de distancia, rememora con ESTO la serie de sacrificios que superó para cumplir su sueño, no sólo de participar en unos JO, sino de ganar una medalla en una disciplina que en esa justa fue la que aportó más preseas con cuatro, de las nueve que ganó en total nuestro país.
“El boxeo, desde pequeño me gustó, sabía que esto era lo mío. Busqué calificar a Tokio 64, pero me venció en la eliminatoria Alfonso Ramírez, fue un momento de mucha tristeza, pero me repuse, digerí esa experiencia, no me di por vencido, sabía que pronto me llegaría otra oportunidad y me llegó en mi país”, expresó el nacido en San Luis Potosí.
La revancha personal no tardó en llegarle, con el ciclo olímpico de cara a México 68. Meses antes del arranque de esa justa, se instalaba como el mejor peso welter a nivel nacional, pero en el selectivo perdió.
Sin embargo, los entrenadores polacos, Enrique Nowara y Casimiro Mazek, le dieron la oportunidad, con la condición que debía abandonar los 66 kilogramos para trepar a los 75, es decir, subir de welter a peso medio y pelear por el boleto en un selectivo interno que resultó muy disputado.
“Fue una batalla conmigo mismo, si quería estar en esos Juegos Olímpicos tenía que hacer ese sacrificio. Di el peso convencido en que lo mejor estaba por venir; gané mi pase en el selectivo, decidido después a ir por la medalla”.
En ruta AL PODIO
En su primer enfrentamiento, desafió al jamaicano Dinsdale Wright, quien imponía por su físico bien trabajado.
“Mi primer rival no era muy frontal, pero pegaba fuerte, preferí la técnica al combate abierto y con jabs de izquierda lo mantuve a distancia para vencerlo con claridad, esa victoria me dio mucha confianza”.
En su siguiente pleito, la afición abarrotó las tribunas de la Arena México, pues estaba a un paso de asegurar la presea ante el checoslovaco Jan Heiduk, que impresionaba con su 1.91 metros de estatura.
“Mi rival era tan alto que yo parecía un enano a su lado y eso que yo medía más de 1.80 (.182 metros). Pegaba fuerte con la derecha, pero era lento y eso lo aproveché para pelearle adentro e impedir que me manejara con su distancia. Cuando anunciaron la decisión 4-1 a mi favor, salté de puro gusto y cómo no, si ya tenía asegurado el bronce”, rememoró. En las semifinales se enfrentó al elusivo soviético Alexey Kiselev y el ganador iría directo a la final.
“Kiselev peleaba siempre en reversa. Su estilo habilidoso terminó por superarme. Recuerdo que me descuidé y me conectó un potente golpe de izquierda a la barbilla. Caí de rodillas a la lona, pero me levanté; sin embargo, Nowara y Mazek aventaron la toalla y me sorprendí. Podía seguir, pero ya era imposible”, externó con cierta nostalgia.
Ya en el podio, la emoción lo invadió y así trajo al presente el momento de gloria que vivió, con la medalla en su pecho.
“Es un grato recuerdo, pasé a la historia con esa medalla. El ser medallista en mi propia casa fue algo de mucha satisfacción. La medalla no sólo es mía, es de todo mi país y de la gente que creyó en mí”, evocó con gesto lleno de satisfacción.