/ martes 19 de noviembre de 2019

A 50 años del gol 1000 de Pelé

A lo largo de su carrera profesional Pelé anotó 1281 goles

¿Qué se piensa en los momentos más determinantes de nuestra vida? ¿Qué se escucha? Hay quien dice que el silencio se parece a una película en cámara lenta. Pelé estaba sentado solo en el vestidor, hablaba poco y tenía en la mirada esa sombra que sale cuando los pensamientos están en otro lado. Nadie lo decía, sin embargo, era fácil saber que por primera vez en muchos años al genio se lo comían los nervios.

Llevaba las agujetas desamarradas y las calcetas a medio subir. Las tibias voces del vestuario a pocos minutos del partido se perdían con el rugido de las gradas del mítico estadio Maracaná. Por la radio, que iba contando la crónica de un día para la historia, decían que eran poco más de 65 mil los espectadores que aquel miércoles 19 de noviembre de 1969 se habían dado cita para ver el gol mil del inigualable Pelé, aunque, a decir verdad, el mundo entero estaba pendiente de la hazaña del Rey.

El ídolo se puso de pie y tras un breve suspiro enfiló al campo. De entre las tantas cosas que pensó mientras recorría ese túnel kilómetro sólo hay algo seguro: de su mente no salía lo ocurrido durante el partido pasado, en Salvador de Bahía, cuando la mala fortuna, tan desconocida como ajena, le robó la gloria y le impidió marcar el anhelado gol. Entonces, a partir de ese momento, los fantasmas fueron recurrentes y crueles, capaces incluso de hacer dudar a quien nunca había dudado.

Era una noche cálida en Río de Janeiro. Vasco da Gama y Santos pintaron de blanco y negro las gradas del gigante brasileño. Apenas Pelé subió las escaleras y pisó el campo, un estruendo unificado cayó desde la tribuna, sin importar los colores, como una confirmación de esas cosas que sólo tienen los genios, capaces unir dos mundos que a menudo y en condiciones normales viven enfrentados.

El silbante Manuel Amaro, vestido perfectamente de negro, dio inicio al partido ante la algarabía, sin embargo, la fiesta fue menguando con el correr de los minutos, y lo que antes era euforia poco a poco se convirtió en incertidumbre. Los fantasmas dentro de la cabeza del ídolo crecían con cada oportunidad perdida. Incluso la tragedia parecía más viva que nunca cuando un disparo de esos que casi siempre entran aquella vez no entró, y el balón pegó en el travesaño ante un grito contenido.

Entonces tuvieron que pasar 78 eternos minutos para que el mundo se detuviera por completo. Fue en una jugada aislada cuando Pelé fue derribado dentro del área y el árbitro no dudó en marcar la pena máxima. El goleador se paró de inmediato, tomó el balón, lo colocó en el manchón y a paso lento comenzó a escribir la historia.

Con la tensión a tope, el argentino Edgardo Aranda simulaba a un gigante bajo el arco. Las temblorosas piernas de Pelé parecían papeles agitados por el viento. Detrás de la portería, la imagen de cientos de periodistas y fotógrafos amontonándose para retratar el momento daban cuenta de la locura que se vivía en el Maracaná.

Entonces Pelé volvió a respirar hondo y en el acto se descubrió humano de nuevo. Lo que nunca, se sentía nervioso, casi responsable del latido de la gente. Lentamente el ídolo tomó vuelo y a la carrera amagó con detenerse, pero ya todo estaba dicho. De pierna derecha definió al poste izquierdo de Andrada, quien atinó en su lance, pero quedó ligeramente corto para el rechace. La pelota, con la costumbre de quien lo ha hecho tantas veces, besó la red y puso fin al martirio. El gol mil de Edson Arantes do Nascimento había llegado.

Pelé, más por reflejo que por otra cosa, fue a buscar el balón al fondo de la portería, al tiempo que los cientos de periodistas y fotógrafos invadieron el campo en busca de sus primeras impresiones. Entonces vino otra muestra de grandeza. Lejos de lo que todo mundo imaginaba, las palabras del brasileño clamaban por ayuda para los niños necesitados. Era el deseo del hombre antes que el del jugador.

La ovación era ensordecedora. La locura se apoderó por completo del estadio. Miles de aficionados ingresaron a la cancha. Al ídolo le llovían playeras de ambos equipos con su nombre y el número mil a la espalda. Envuelto en lágrimas, Pelé paseaba en hombros por los misteriosos rincones del Maracaná, mientras besaba repetidamente el balón que minutos antes lo había hecho tan feliz.

Casi media hora después, Manuel Amaro por fin ordenó la reanudación del encuentro, pero el resto fue anecdótico. Santos se llevó la victoria con marcador de 2-1.

¿Qué se piensa en los momentos más determinantes de nuestra vida? Según Pelé el verdadero secreto no está en pensar, sino en sentir, aunque sean nervios.

¿Qué se piensa en los momentos más determinantes de nuestra vida? ¿Qué se escucha? Hay quien dice que el silencio se parece a una película en cámara lenta. Pelé estaba sentado solo en el vestidor, hablaba poco y tenía en la mirada esa sombra que sale cuando los pensamientos están en otro lado. Nadie lo decía, sin embargo, era fácil saber que por primera vez en muchos años al genio se lo comían los nervios.

Llevaba las agujetas desamarradas y las calcetas a medio subir. Las tibias voces del vestuario a pocos minutos del partido se perdían con el rugido de las gradas del mítico estadio Maracaná. Por la radio, que iba contando la crónica de un día para la historia, decían que eran poco más de 65 mil los espectadores que aquel miércoles 19 de noviembre de 1969 se habían dado cita para ver el gol mil del inigualable Pelé, aunque, a decir verdad, el mundo entero estaba pendiente de la hazaña del Rey.

El ídolo se puso de pie y tras un breve suspiro enfiló al campo. De entre las tantas cosas que pensó mientras recorría ese túnel kilómetro sólo hay algo seguro: de su mente no salía lo ocurrido durante el partido pasado, en Salvador de Bahía, cuando la mala fortuna, tan desconocida como ajena, le robó la gloria y le impidió marcar el anhelado gol. Entonces, a partir de ese momento, los fantasmas fueron recurrentes y crueles, capaces incluso de hacer dudar a quien nunca había dudado.

Era una noche cálida en Río de Janeiro. Vasco da Gama y Santos pintaron de blanco y negro las gradas del gigante brasileño. Apenas Pelé subió las escaleras y pisó el campo, un estruendo unificado cayó desde la tribuna, sin importar los colores, como una confirmación de esas cosas que sólo tienen los genios, capaces unir dos mundos que a menudo y en condiciones normales viven enfrentados.

El silbante Manuel Amaro, vestido perfectamente de negro, dio inicio al partido ante la algarabía, sin embargo, la fiesta fue menguando con el correr de los minutos, y lo que antes era euforia poco a poco se convirtió en incertidumbre. Los fantasmas dentro de la cabeza del ídolo crecían con cada oportunidad perdida. Incluso la tragedia parecía más viva que nunca cuando un disparo de esos que casi siempre entran aquella vez no entró, y el balón pegó en el travesaño ante un grito contenido.

Entonces tuvieron que pasar 78 eternos minutos para que el mundo se detuviera por completo. Fue en una jugada aislada cuando Pelé fue derribado dentro del área y el árbitro no dudó en marcar la pena máxima. El goleador se paró de inmediato, tomó el balón, lo colocó en el manchón y a paso lento comenzó a escribir la historia.

Con la tensión a tope, el argentino Edgardo Aranda simulaba a un gigante bajo el arco. Las temblorosas piernas de Pelé parecían papeles agitados por el viento. Detrás de la portería, la imagen de cientos de periodistas y fotógrafos amontonándose para retratar el momento daban cuenta de la locura que se vivía en el Maracaná.

Entonces Pelé volvió a respirar hondo y en el acto se descubrió humano de nuevo. Lo que nunca, se sentía nervioso, casi responsable del latido de la gente. Lentamente el ídolo tomó vuelo y a la carrera amagó con detenerse, pero ya todo estaba dicho. De pierna derecha definió al poste izquierdo de Andrada, quien atinó en su lance, pero quedó ligeramente corto para el rechace. La pelota, con la costumbre de quien lo ha hecho tantas veces, besó la red y puso fin al martirio. El gol mil de Edson Arantes do Nascimento había llegado.

Pelé, más por reflejo que por otra cosa, fue a buscar el balón al fondo de la portería, al tiempo que los cientos de periodistas y fotógrafos invadieron el campo en busca de sus primeras impresiones. Entonces vino otra muestra de grandeza. Lejos de lo que todo mundo imaginaba, las palabras del brasileño clamaban por ayuda para los niños necesitados. Era el deseo del hombre antes que el del jugador.

La ovación era ensordecedora. La locura se apoderó por completo del estadio. Miles de aficionados ingresaron a la cancha. Al ídolo le llovían playeras de ambos equipos con su nombre y el número mil a la espalda. Envuelto en lágrimas, Pelé paseaba en hombros por los misteriosos rincones del Maracaná, mientras besaba repetidamente el balón que minutos antes lo había hecho tan feliz.

Casi media hora después, Manuel Amaro por fin ordenó la reanudación del encuentro, pero el resto fue anecdótico. Santos se llevó la victoria con marcador de 2-1.

¿Qué se piensa en los momentos más determinantes de nuestra vida? Según Pelé el verdadero secreto no está en pensar, sino en sentir, aunque sean nervios.

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