Desde que Jesús Corona atajó de manera dramática el penalti en los segundos finales del Clásico Joven entre América y Cruz Azul, el 15 de marzo pasado, la pelota no rodó más, como si el futbol hubiera elegido una jugada cargada de emoción para despedirse por un tiempo. A un mes de que se suspendieran todas las actividades deportivas en México debido al coronavirus, la incertidumbre se mantiene. Pasan los días, sin embargo, el panorama aún es desconocido.
No hay fecha de regreso, pero la esperanza es lo último que se escapa.
Lo que en un principio parecía un rumor, finalmente se hizo realidad. A partir de la suspensión de la Liga MX, los eventos cayeron uno tras otro, como una avalancha que arrasó con todo a su paso. Algunos torneos se quedaron a la mitad, con esa nostalgia que siempre queda cuando algo que debía terminar no termina. Algunos más, sin embargo, ni siquiera pudieron comenzar. En los deportivos se ahogaron, de golpe, los gritos de gol.
El calendario se quedó congelado en el 15 de marzo de 2020, como si fuera imposible pasar la hoja, aunque no es que el tiempo no se mueva, al contrario, se mueve, pero le ocurre poco. Han sido cuatro semanas complicadas, de noticias difíciles. El mes cumplido llega en lo que debía ser una semana de Clásicos.
El próximo domingo se jugaba el Chivas vs. América en el estadio Akron, en cambio, queda el recuerdo. En el norte, el Universitario se apagó como la Mujer Dormida, a la espera de su Tigres contra Rayados de Monterrey, una contienda de mucha pasión.
Los estadios, sin embargo, reposan en la eterna espera de la normalidad. En sus gradas vacías aguarda la esperanza de retomar el ritmo, que los gritos de gol retumben. En la Arena México el eco de la gente aún se escucha. En el Harp Helú el olor de la cochinita evoca a los tiempos felices y buenos. El Comité Olímpico Mexicano espera impaciente el momento de que Tokio sea un sueño hecho realidad para sus atletas.
El deporte busca en su esencia motivos para creer, pese a la incertidumbre que genera la pandemia.