En el minuto 90, cuando la derrota ya parecía inalterable, el mexicano Héctor Herrera surgió dentro del área en un saque de esquina para cabecear el 2-2 del Atlético de Madrid contra el Juventus, un premio merecido para su equipo, capaz de rebelarse y nivelar el 0-2 con el que le había golpeado su rival.
Una recompensa a la fe, a la insistencia, de un equipo que sintió el castigo del 0-2 como una afrenta inexplicable, pero que no decayó, que reiteró en sus ataques para, primero, reengancharse al duelo con el 1-2 de Stefan Savic, también de cabeza, y rescatar un punto que era suyo sin matices con el 2-2 del medio centro mexicano.
Hay partidos que transcienden a la primera fase. A ella pertenece en este caso el Atlético-Juventus, pero es mucho más que un choque por los tres puntos, por el pulso del liderato o por marcar un terreno que luego el avance de la competición determinará si es de uno o de otro. Es un duelo que dimensiona y refuerza al ganador.
Porque, por mucha competición que reste, por tanto y tanto que haya aún que ganar después para alcanzar un objetivo que ni en uno ni en otro admite nada más que la gloria del triunfador, un partido así y la medida que ofrece es un baremo irrefutable, el mejor para determinar todos los mecanismos a mejorar o mantener en el futuro.
El Atlético salió fortalecido del empate. Sin duda. Derrotado hace tres días por la Real Sociedad, su reacción fue en la medida que se espera de un aspirante por todo, al que se le exige ganar cada día, porque hasta tal punto ha elevado sus pretensiones, pero sobre todo competir sea cual sea el adversario... hasta el final.
Hace seis meses, en Turín, no lo hizo. No hay peor crítica para un equipo como él. Este miércoles, bajo la iluminación de su Wanda Metropolitano, sí fue el bloque que se espera, capaz de mirar de tú a tú a su rival, de manejar muchos registros, de jugar muchos partidos en uno, y de someter en muchos tramos al Juventus.
También a Cristiano Ronaldo. Un futbolista temible para el Atlético. Le había hecho 25 goles en los 33 choques precedentes ante él. Pero no tanto este miércoles en el Wanda Metropolitano, apartado de las zonas donde más daño hace, acechado por las ayudas de Koke y la vigilancia de Trippier y sin el más mínimo margen para golpear... salvo en el último instante, cuando su tiro se marchó fuera.
No sólo logró eso el Atlético, sino mucho más en el primer tiempo; en cuanto logró ajustar sus líneas y dirigir el partido hacia su terreno. Primero como un bloque compacto cuando había que defender, cuando la posesión entonces cansina del Juventus circulaba en mitad de campo, y después con recursos para atacar.
Uno es una tradición, el contragolpe, fiel a ese juego directo, más aún cuando dispone en su equipo de Diego Costa o Joao Félix, que culminó una carrera de 40 metros -terminó rodeado de cinco rivales- con un tiro repelido por Szczesny; otro también, el balón parado, con un par de cabezazos de Jose María Giménez, pero hay varios más.