Hace 50 añosse cristalizó una excepcional aventura bajo el símbolo de la Paz, no obstante los conflictos sociales en el mundo, entre ellos el Movimiento Estudiantil del 2 de octubre, a 10 días de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de México 1968 y ante la reticencia del Comité Olímpico Internacional y de algunos de sus miembros dispuestos a boicotearlos,la celebración se llevó a cabo y representó una catarsis que nadie imaginó a partir de la fiesta ofrecida por nuestro país a la juventud de los cinco continentes.
México, de acuerdo con el protocolo, fue el último contingente en desfilar, mientras se escuchaba la marcha de Zacatecas, entre las 112 delegaciones participantes. El contingente de Checoslovaquia fue una de la más ovacionadas, el público se puso de pie a su paso en el desfile de las naciones - citan las reseñas que el Presidente también aplaudió en el palco de honor -, todas fueron vitoreadas, “ese público bullente, vociferante, que en momentos cala en el delirio”, describió el periodista de la época Carlos Denegri en su crónica de la ceremonia de apertura.
Se leyó en el tablero electrónico: “México ofrece y desea la amistad entre todos los pueblos del mundo”.El arquitecto Ramírez Vázquez, en su mensaje de bienvenida, afirmó conocedor de las raíces de este fenómeno social: “Hoy los Juegos Olímpicos representan la única oportunidad que tiene la juventud del mundo de reunirse para una convivencia pacífica y armoniosa”.
Entre los testigos de ese mensaje estuvieron presentes el atleta Jesse Owens y el boxeador Max Schmeling, en una celebración que se recuerda como muy mexicana: Hospitalaria, ruidosa, alegre y colorida, tanto que es un referente desde entonces por su calidez humana y diversas innovaciones que han sido un verdadero modelo, desde entonces.