/ domingo 25 de julio de 2021

La neta de los 80 o cómo saltarte una canción del cassette

Andreas Zanetti tiene justamente uno de los shows más populares sobre aquella época, donde recuerda que era una verdadera odisea saltarse una canción del cassette

Andreas Zanetti dice que si su papá lo hubiera cachado fumando cuando era adolescente, seguro hoy no se atrevería a contar chistes porque no tendría dientes.

“Eran otros tiempos”, asegura en entrevista con la Organización Editorial Mexicana este humorista y standupero que creció en los años ochenta, una década que genera nostalgia como pocas, pero que sobre todo mueve a una economía del entretenimiento muy activa, entre reencuentros de grupos, obras de teatro, shows de stand up y moda.

Zanetti tiene justamente uno de los shows más populares sobre aquella época en la que, recuerda, sólo había una marca de shampoo para bañarse y era una verdadera odisea saltarse una canción del cassette.

“Hubo un boom en el humor. Antes de los ochenta no había tantos comediantes. Las generaciones anteriores no tuvieron tantos espacios para pararse sobre un escenario y contar chistes”, afirma este hombre que ha sido considerado como El mejor showman de México por la Asociación de Críticos de Teatro.

Según él, ese auge de los espectáculos cómicos se debió, en gran medida, a que las normas morales comenzaron a relajarse.

“Evidentemente, el ambiente familiar era mucho más rígido y conservador que ahora. Sin embargo, fue el comienzo de un relajamiento generalizado de la moral, las costumbres y los principios y la autoridad… Y eso es algo que percibimos en toda la música que se hizo en aquella época: nunca antes se habían explorado y utilizado tantos ritmos”, comenta Zanetti.

Y es que fue justamente en los ochenta cuando llegaron las primeras canciones pop abiertamente homosexuales, como I want to break free, de Queen, o Mujer contra mujer, de Mecano, banda insigne de la liberación sexual, primero en España y luego en México.

“Si la gente de los cincuenta o los sesenta hubiera tenido las plataformas que se tuvieron en los ochenta para el entretenimiento, seguramente hubiéramos tenido mucho más comediantes de aquellos años”, dice el showman. “En cambio, los hijos de los ochenteros, que son los millennials, hoy tienen un gran abanico de opciones; estoy seguro que la mitad de los millennials están convencidos que nacieron para ser standuperos y la otra mitad para ser coach de vida”.

Desde niño, Andreas Zenetti fue diagnosticado con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Eso explica por qué sus espectáculos no tienen una estructura lineal. Zanetti puede estar contando chistes por unos minutos pero es cuestión de segundos para que se pase al piano y empiece a interpretar una canción. Es como un niño arriba del escenario.

“Una de las cosas que contribuyen a que exista un sentimiento de nostalgia por los ochenta es que nuestra generación ha aprendido a reírse de sí misma, de lo que vivimos cuando éramos niños y jóvenes. Yo no recuerdo a otro comediante haciendo lo mismo, pero de los cincuenta o los sesenta”, comparte.

Zanetti es más que un standupero: en sus shows combina la música, el humor, la convivencia y la reflexión. Como músico de profesión (estudió piano en Bellas Artes), sabe que la disciplina es tan necesaria como el juego mismo. Desde muy pronto, Zanetti supo que no estaba destinado a ser el típico intérprete de conservatorio. Lo suyo era la libertad creativa, el desparpajo. En pocas palabras, ser un showman.

De su madre heredó el gusto por el piano; de su padre, el apego a la ironía, el sarcasmo y el humor. Esa fue la semilla que marcó el inicio de lo que hoy es él: una mezcla de cultura, entretenimiento e ingenio verbal.

“Hay comediantes (de mi edad) que ya descubrieron la fórmula para encajar con el público de hoy: decir groserías y hacer chistes agresivos. No es lo mío. Yo, así como estoy, me siento perfecto. Quizá porque soy de una generación más conservadora, pero me cuesta más trabajo soltar la lengua”, explica Zanetti.

Pero eso no quiere decir que Andreas sea un hombre acartonado. Mucho menos aburrido. Antes de ser showman, Zanetti trabajaba ofreciendo recitales de piano. Una noche, en un bar, la gente le dijo al dueño que lo dejaran subir al escenario a tocar el piano. Andreas, ya ambientado, aceptó el reto y, literalmente, se trepó en un piano carísimo Steinway & Sons y empezó a tocar Great balls of fire, de Jerry Lee Lewis. En ese momento se dio cuenta que tenía una vocación por hacer del entretenimiento, del relajo, una vida profesional.

“De alguna forma los años en que crecí me ayudaron a liberarme. Los ochenta fueron, en palabras de la doctora Leticia Varela, una época de mucho ritmo. El padre dejó de ser ‘el padre’ para pasar a ser ‘el papá’. La figura de autoridad comenzó a devaluarse. La cultura se fue abriendo paso entre todos, los jóvenes adoptaron libremente sus propias tendencias y los papás tuvieron que aceptarlas poco a poco. Y para concluir con una frase más que ochentera: los ochenta fueron la neta del planeta”.


Andreas Zanetti dice que si su papá lo hubiera cachado fumando cuando era adolescente, seguro hoy no se atrevería a contar chistes porque no tendría dientes.

“Eran otros tiempos”, asegura en entrevista con la Organización Editorial Mexicana este humorista y standupero que creció en los años ochenta, una década que genera nostalgia como pocas, pero que sobre todo mueve a una economía del entretenimiento muy activa, entre reencuentros de grupos, obras de teatro, shows de stand up y moda.

Zanetti tiene justamente uno de los shows más populares sobre aquella época en la que, recuerda, sólo había una marca de shampoo para bañarse y era una verdadera odisea saltarse una canción del cassette.

“Hubo un boom en el humor. Antes de los ochenta no había tantos comediantes. Las generaciones anteriores no tuvieron tantos espacios para pararse sobre un escenario y contar chistes”, afirma este hombre que ha sido considerado como El mejor showman de México por la Asociación de Críticos de Teatro.

Según él, ese auge de los espectáculos cómicos se debió, en gran medida, a que las normas morales comenzaron a relajarse.

“Evidentemente, el ambiente familiar era mucho más rígido y conservador que ahora. Sin embargo, fue el comienzo de un relajamiento generalizado de la moral, las costumbres y los principios y la autoridad… Y eso es algo que percibimos en toda la música que se hizo en aquella época: nunca antes se habían explorado y utilizado tantos ritmos”, comenta Zanetti.

Y es que fue justamente en los ochenta cuando llegaron las primeras canciones pop abiertamente homosexuales, como I want to break free, de Queen, o Mujer contra mujer, de Mecano, banda insigne de la liberación sexual, primero en España y luego en México.

“Si la gente de los cincuenta o los sesenta hubiera tenido las plataformas que se tuvieron en los ochenta para el entretenimiento, seguramente hubiéramos tenido mucho más comediantes de aquellos años”, dice el showman. “En cambio, los hijos de los ochenteros, que son los millennials, hoy tienen un gran abanico de opciones; estoy seguro que la mitad de los millennials están convencidos que nacieron para ser standuperos y la otra mitad para ser coach de vida”.

Desde niño, Andreas Zenetti fue diagnosticado con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Eso explica por qué sus espectáculos no tienen una estructura lineal. Zanetti puede estar contando chistes por unos minutos pero es cuestión de segundos para que se pase al piano y empiece a interpretar una canción. Es como un niño arriba del escenario.

“Una de las cosas que contribuyen a que exista un sentimiento de nostalgia por los ochenta es que nuestra generación ha aprendido a reírse de sí misma, de lo que vivimos cuando éramos niños y jóvenes. Yo no recuerdo a otro comediante haciendo lo mismo, pero de los cincuenta o los sesenta”, comparte.

Zanetti es más que un standupero: en sus shows combina la música, el humor, la convivencia y la reflexión. Como músico de profesión (estudió piano en Bellas Artes), sabe que la disciplina es tan necesaria como el juego mismo. Desde muy pronto, Zanetti supo que no estaba destinado a ser el típico intérprete de conservatorio. Lo suyo era la libertad creativa, el desparpajo. En pocas palabras, ser un showman.

De su madre heredó el gusto por el piano; de su padre, el apego a la ironía, el sarcasmo y el humor. Esa fue la semilla que marcó el inicio de lo que hoy es él: una mezcla de cultura, entretenimiento e ingenio verbal.

“Hay comediantes (de mi edad) que ya descubrieron la fórmula para encajar con el público de hoy: decir groserías y hacer chistes agresivos. No es lo mío. Yo, así como estoy, me siento perfecto. Quizá porque soy de una generación más conservadora, pero me cuesta más trabajo soltar la lengua”, explica Zanetti.

Pero eso no quiere decir que Andreas sea un hombre acartonado. Mucho menos aburrido. Antes de ser showman, Zanetti trabajaba ofreciendo recitales de piano. Una noche, en un bar, la gente le dijo al dueño que lo dejaran subir al escenario a tocar el piano. Andreas, ya ambientado, aceptó el reto y, literalmente, se trepó en un piano carísimo Steinway & Sons y empezó a tocar Great balls of fire, de Jerry Lee Lewis. En ese momento se dio cuenta que tenía una vocación por hacer del entretenimiento, del relajo, una vida profesional.

“De alguna forma los años en que crecí me ayudaron a liberarme. Los ochenta fueron, en palabras de la doctora Leticia Varela, una época de mucho ritmo. El padre dejó de ser ‘el padre’ para pasar a ser ‘el papá’. La figura de autoridad comenzó a devaluarse. La cultura se fue abriendo paso entre todos, los jóvenes adoptaron libremente sus propias tendencias y los papás tuvieron que aceptarlas poco a poco. Y para concluir con una frase más que ochentera: los ochenta fueron la neta del planeta”.


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