El 8 de febrero de 1834 (27 de enero en el antiguo calendario usado en el Imperio Ruso), hace 190 años, nació en la ciudad de Tobolsk, Rusia, Dmitri Ivánovich Mendeléiev. Quien desde joven trabajó en la fabrica de vidrio de la familia, lo que lo impulsó a sus estudios posteriores.
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Años después, en el verano de 1867, Mendeléiev de 33 años, fue invitado a ocupar la cátedra de Química General en la hermosa y distinguida Universidad de San Petersburgo. Con entusiasmo preparó sus conferencias, se sepultó en montañas de libros, repasó sus notas de años de trabajo intenso. Se sumergió en un mar interminable de hechos, leyes y experimentos. Mendeléiev notó que mientras más se sumergía en esta ciencia, más desordenada le parecía.
Cuando inició el curso en otoño, sus conferencias fueron un éxito, el aula estaba apiñada de alumnos, maestros y personas de otras instituciones. Mendeléiev era un magnífico conferenciante y sus lecciones fueron modelo pedagógico para la enseñanza de las ciencias.
Pero Mendeléiev tenía la sensación de entrar en una espesa selva química, sin huellas, ni caminos, ni orden. Además, pensaba que existían más elementos que los 63 conocidos entonces.
A petición de los alumnos, las notas de Mendeléiev se convirtieron en un texto, titulado: Principios de Química, en donde incluía su idea sobre la dificultad de establecer un método que permitiera conocer las relaciones de los compuestos, sales y soluciones con ciertas reglas del manejo de los elementos; puesto que las combinaciones de los elementos daban centenares de sustancias: óxidos, sales, ácidos, gases, líquidos, metales y variadas cristalizaciones, había sustancias incoloras, deslumbrantes, olorosas, pesadas, livianas, estables, inestables y ninguna era igual a otra.
Al respecto Mendeléiev escribió: “Hace tiempo que se conocen numerosos pequeños grupos de elementos parecidos. Existen los análogos del oxigeno o del nitrógeno o del carbono ... Su conocimiento conduce a dos preguntas: ¿Cuál es la causa de esta semejanza?, ¿Cómo se relacionan entre si estos grupos? Mientras no lo respondamos será fácil caer en un error al tratar de caracterizar los diferentes grupos; porque el grado de semejanza es relativo y al compararlo no se aprecia ni exactitud ni cambios abruptos”, y prosigue: “Por ejemplo, el litio es semejante en unos aspectos al potasio pero en otros lo es al magnesio; el berilio es semejante al magnesio y también al aluminio. En el talio, como observaron sus descubridores, hay mucha semejanza con el mercurio y el plomo, pero algunas de sus propiedades podrían pertenecer al litio y al potasio”, y continua: “Por supuesto, es ahí donde se puede realizar una medición exacta, por fuerza debe ponerse límites a la comparación, fundada como está en indicios seleccionados con arbitrariedad ...”
Entrando al laberinto
Mendeléiev razonaba: “debe existir una característica fundamental para todos los elementos, algo común sin excepción, una característica que indique lo que los hace similares pero que a la vez contraste sus diferencias ... si llegamos a conocerla, ordenaremos los elementos y ... sus infinitas combinaciones en un orden regular, tal como se alinean los soldados de acuerdo a su talla”.
Una tarde, después de un arduo día de trabajo, Mendeléiev se retiró a dormir, y en sus sueños encontró el orden buscado. El laberinto del subconsciente lo llevó a ordenar el laberinto químico. El indicador, la pauta buscada estaba frente a sus ojos, el peso atómico.
Cada elemento tiene un peso atómico único, que indica cuántas veces es más pesado su átomo respecto al átomo de hidrógeno, el más liviano de todos los elementos, y el peso atómico de cada elemento no varía nunca bajo ninguna circunstancia. Es una etiqueta de cada elemento. Lo llamó Ley Periódica.
Mendeléiev tenía la sensación de entrar en una espesa selva química, sin huellas, ni caminos, ni orden
Al ordenar los elementos según su peso atómico, Mendeléiev observó que cada siete elementos se repetían características. Además, encontró errores en algunos pesos atómicos medidos por otros químicos. Gracias a su Ley Periódica, intuyó en dónde colocar cada elemento, corrigiendo su peso atómico, que después se corroboró.
Fue entonces que Mendeléiev se dio cuenta que debían existir otros elementos aún no descubiertos, su Ley Periódica le dio la seguridad para dejar algunas casillas vacías para los elementos desconocidos. Pocos años después (1875), la fama le explotó cuando en Francia se descubrió el Galio, que quedaba bien acomodado en la Tabla de los Elementos y con las características que Mendeléiev había predicho para su posición. La comunidad científica reconoció la genialidad del trabajo de Mendeléiev.
El 17 de febrero de 1869 durante una nevada, Dmitri Mendeléiev estando por salir de viaje, esbozó un esquema en donde acomodaba los elementos químicos en una tabla, situó dichos elementos en orden creciente de sus pesos atómicos y observando con detenimiento descubrió que se repetían las propiedades de acuerdo con los pesos atómicos, lo mismo que las propiedades de sus compuestos. El 1 de marzo de ese año envió su trabajo a varios químicos, impreso en forma de tabla, en el que agregaba: “Los elementos dispuestos según sus magnitudes de su peso atómico, presentan una periodicidad explicita de sus propiedades”.
Su descubrimiento fue presentado el 6 de marzo de 1869, en la sesión de la Sociedad Química de Rusia. Es la más importante ordenación que se ha hecho en la ciencia: La Tabla Periódica de los Elementos. Fragmento del artículo Mendeléiev El Ordenador del Laberinto Químico de Germán Martínez Hidalgo. german@astropuebla.org.