Exploradores israelíes, mientras estudiaban a uno de los ancestros del hombre llamado Homo naledi, descubrieron evidencia clara de que utilizaron fuego para cocinar y moverse por las cuevas oscuras donde habitaban hace 230 mil años.
El hallazgo sorprende a los científicos, pues esta especie tenía un cerebro diminuto, apenas un tercio del nuestro, lo que indica que a pesar de no estar tan desarrollados eran lo suficientemente inteligentes.
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“Tenemos evidencia masiva. Está en todas partes. Enormes trozos de carbón, miles de huesos quemados, hogares gigantes y arcilla cocida”, dijo Lee Berger de la Universidad de Witwatersrand en Sudáfrica.
Esto podría cambiar la idea que hasta ahora se tenía de que los comportamientos complejos, como el uso del fuego para cocinar o iluminar zonas oscuras, porque se creía que eran exclusivos de especies con cerebros grandes, como los humanos modernos y los neandertales.
Los datos obtenidos se suman a la poca información sobre el uso del fuego y en ésta se descubrió que Homo naledi cocinaba pescado, lo que es lógico al estar cerca del río Jordán, que albergaba anteriormente un lago.
¿Cómo era H. naledi?
De acuerdo con un artículo en New Scientist, H. naledi fue descubierto en 2013 en el sistema de cuevas Rising Star en Sudáfrica cuando espeleólogos localizaron un pasaje increíblemente estrecho y se aventuraron a entrar a esa zona jamás explorada.
Ahí dentro encontraron miles de huesos fósiles, que en 2015 se declaró que pertenecían a una especie nueva.
Ahora se sabe que H. naledi medía unos 144 centímetros en promedio y pesaba alrededor de 40 kilogramos.
Lee Berger lo describe como una especie con extraños rasgos entre primitivos y modernos, con hombros parecidos a los de un simio y un cerebro un poco más grande que una naranja.
Vivió hace aproximadamente hace poco tiempo, entre 230 mil y 330 mil años, lo que significa que pudo haber coexistido con el Homo Sapiens.
Otra de las grandes dudas
Dentro de las cuevas, surgió la duda de cómo H. naledi atravesaba la complejidad del laberinto de pasajes que están en completa oscuridad y requieren de maniobras para poder caminar entre ellas.
Simplemente los científicos tuvieron que apoyarse de compañeros pequeños, con complexión delgada y en particular Berger, que mide 188 centímetros, decidió arriesgarse a entrar en este laberinto, perdiendo 25 kilogramos de peso.
Estando ahí dentro, Berger miró hacia arriba y se dio cuenta de que el techo estaba ennegrecido y con restos de hollín, mientras que en otra cueva descubrió una pequeña chimenea con huesos de antílope quemados.
“La capacidad de hacer y usar el fuego finalmente nos muestra cómo el Homo naledi se aventuró tan profundamente en espacios peligrosos y explica cómo pudieron haber trasladado a sus parientes muertos a esos espacios, algo probablemente imposible sin luz. También insinúa que una cultura naledi compleja se vuelve visible para nosotros”, concluyen.
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