Con una temperatura de 4 grados bajo cero y una inusual caída de nieve, la Ciudad de México fue testigo de una nevada histórica que ocurrió aproximadamente 55 años.
El 11 de enero de 1967 los capitalinos vieron algo que jamás pensaron que podría ocurrir: sus calles, azoteas, edificios, monumentos como el Ángel de la Independencia se pintaron de blanco por la nieve.
Dos días antes, algunos estados del norte habían registrado una fuerte helada, por lo que la ciudad, conocida como Distrito Federal, fue alcanzada por estas bajas temperaturas que provocaron, por primera vez, la caída de copos de nieve.
San Jerónimo, Mixcoac, Lomas de Chapultepec, Ciudad Universitaria, Magdalena Contreras y el Desierto de los Leones fueron los lugares donde empezó a registrarse la nevada.
Al transcurrir unas horas, la nieve alcanzó los cinco centímetros de espesor, mientras que en algunas localidades del Ajusco como La Cima y Parres, la nieve llegó a los 60 centímetros de altura.
Aunque para muchos curiosos fue un momento único y especial, para otros ciudadanos fue totalmente un caos. No solo sufrieron afectaciones viales, muchos automovilistas quedaron atascados por la nieve y otros simplemente no pudieron salir de sus casas.
Debido a que la infraestructura de la capital del país no soportó una nevada de tal magnitud, cientos de personas quedaron incomunicadas debido a que las líneas telefónicas y los servicios de luz presentaron fallas.
En ese entonces, el periódico La Prensa dio a conocer que, a causa de las bajas temperaturas, cerca de 15 personas en situación de calle perdieron la vida y otros más fallecieron por la intoxicación de monóxido de carbono generado por el humo de los anafres que se encendieron para no resentir tanto el frío.
Por otro lado, se reportaron al menos dos personas muertas en accidentes de tránsito: una fue por impactar su vehículo y la segunda fue atropellada.
Este hecho histórico quedó en la memoria de los mexicanos que se asombraron al ver la capital cubierta de nieve, y a pesar de las consecuencias, jamás olvidarán el paisaje que se podía observar a través de sus ventanas.
Publicado originalmente en La Prensa