/ lunes 28 de junio de 2021

Desertificación de suelos, un riesgo inminente para México

Las pérdida de sales, la alteración del ciclo hidrológico y el uso indiscriminado de químicos son algunos de los factores que degradan suelos históricamente fértiles

Desde hace más de 10 mil años, en territorio mexicano se practica la agricultura. En estas tierras, olmecas, mayas, teotihuacanos, zapotecas y mexicas lograron cultivar 59 razas distintas de maíz gracias a que conservaron la diversidad biológica del suelo, un recurso natural que brinda diversos servicios ambientales.

No obstante, en la actualidad el 70% del territorio nacional, esto es 98 de 140 millones de hectáreas, se ha convertido suelos pobres debido al uso intensivo de fertilizantes de síntesis química, insecticidas y fungicidas que degradan a tierra, que es patrimonio del país para la producción de alimentos.

En el México prehispánico se reincorporaba al suelo la materia orgánica. Con la llegada de la Revolución Verde en los años 50' y 60' del siglo XX desaparecieron los microorganismos: algas, bacterias, actinomicetos, y se interrumpieron los ciclos biogeoclínicos, mermando ese almacén de alimentos que es el suelo.

Hay que sumar el cambio climático, que es una amenaza para la sociedad mundial contemporánea.

Así, lo explica didácticamente el profesor Gerardo Noriega Altamirano, agrónomo egresado del Departamento de Suelos de la Universidad Autónoma de Chapingo, en entrevista con EL SOL DE MEXICO.

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Puntualiza que hoy, con el cambio climático, el suelo es fundamental, porque en él se almacena carbono. Es una estrategia para poder abatir el CO2 y regular la temperatura. El suelo es básico para la regulación climática.

El suelo es indispensable en el paisaje urbano, porque si no hay suelo, no hay vegetación y si no hay vegetación, vamos hacia la degradación, “digamos vamos a llegar a un desierto”.

De igual manera, el ciclo hidrológico interviene en ese proceso –y se relaciona con el suelo–, porque si no se filtra el agua y ocurre la recarga de los mantos freáticos, todo ese líquido se escurre hasta el gran almacén que son los océanos.

Foto: Cuartoscuro

En suma, dice el profesor Noriega Altamirano, el suelo cumple diversas funciones ambientales, y en el caso de la producción de alimentos, que es lo más concreto que podemos ver, resulta alarmante el ritmo al que se degrada.

Tan es así que la ONU, el 17 de junio de 1994, aprobó la lucha contra la desertificación. Este fenómeno es la degradación del suelo húmedo en zonas áridas y semiáridas, principalmente “por la forma en que hacemos uso del suelo. Digamos por causas del hombre y también por cuestiones climáticas”.

➡️ Ante sequía proponen construir Acueducto Nacional para aprovechar lluvias en todo el país

Producción de alimentos en armonía con la naturaleza

Recordó el especialista en suelos que en Mesoamérica los sistemas de producción de alimentos estaban en armonía con la naturaleza. El ejemplo más icónico son las chinampas.

“En un ambiente adverso, nuestros ancestros para producir alimentos desarrollaron toda una estrategia sobre las partes menos profundas del Lago y crearon estos islotes. El sedimento lo acomodaron de una manera bastante ordenadita. Es el legado de Xochimilco”, precisó.

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¿Qué hacer para detener esta degradación del suelo?

–Primero, inventariar nuestro patrimonio y reconocer que hicimos mal las cosas. La Revolución Verde ni nos sacó de la pobreza ni garantizó la alimentación sana para la sociedad. En cambio, nos dejó un patrimonio degradado.

Los suelos, por los impactos de los fenómenos hidrometeorológicos –tormentas tropicales y huracanes, que nos llegan del Atlántico y del Pacífico– pierden sales, calcio, magnesio y potasio, al recibir grandes cantidades de agua.

La capa superficial del suelo se erosiona y pierde fertilidad. Dentro de los daños, el suelo se acidifica. Hoy, el 31% de los suelos mexicanos tienen ese problema de acidez que limita la producción de alimentos.

Ya tenemos dos factores que merman la generosidad del suelo: pérdida de materia orgánica y una serie de sales, más los procesos de clima, de temperatura, los contaminantes y luego le metemos pesticidas al suelo ya acidificado.

¿A eso obedece la baja en la producción de granos?

–Hoy el 70% de los suelos tienen baja capacidad para la producción. Si se aplica un kilogramo de fertilizante fosforado, sólo se aprovechan 100 gramos, los otros 900 quedan inmovilizados en el suelo.

¿Eso a que nos lleva?

–A que el costo de producción se incrementa, a que los rendimientos son bajos. Y esta degradación nos lleva a la desertificación.

¿A nivel gobierno qué se debe hacer?

–Construir una política pública, donde el gobierno federal invierta en la restauración del patrimonio de suelo. De no hacerlo, para el año 2050 nos vamos a comenzar a ver en serios problemas.

¿Es una seria advertencia?

–Sí. Hoy ya tenemos gran cantidad de pobres, de niños con desnutrición. Los problemas se van a incrementar y la hambruna será más intensa. Además, nuestra capacidad de producir alimentos se irá reduciendo mientras la población incrementará.

Desde hace más de 10 mil años, en territorio mexicano se practica la agricultura. En estas tierras, olmecas, mayas, teotihuacanos, zapotecas y mexicas lograron cultivar 59 razas distintas de maíz gracias a que conservaron la diversidad biológica del suelo, un recurso natural que brinda diversos servicios ambientales.

No obstante, en la actualidad el 70% del territorio nacional, esto es 98 de 140 millones de hectáreas, se ha convertido suelos pobres debido al uso intensivo de fertilizantes de síntesis química, insecticidas y fungicidas que degradan a tierra, que es patrimonio del país para la producción de alimentos.

En el México prehispánico se reincorporaba al suelo la materia orgánica. Con la llegada de la Revolución Verde en los años 50' y 60' del siglo XX desaparecieron los microorganismos: algas, bacterias, actinomicetos, y se interrumpieron los ciclos biogeoclínicos, mermando ese almacén de alimentos que es el suelo.

Hay que sumar el cambio climático, que es una amenaza para la sociedad mundial contemporánea.

Así, lo explica didácticamente el profesor Gerardo Noriega Altamirano, agrónomo egresado del Departamento de Suelos de la Universidad Autónoma de Chapingo, en entrevista con EL SOL DE MEXICO.

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Puntualiza que hoy, con el cambio climático, el suelo es fundamental, porque en él se almacena carbono. Es una estrategia para poder abatir el CO2 y regular la temperatura. El suelo es básico para la regulación climática.

El suelo es indispensable en el paisaje urbano, porque si no hay suelo, no hay vegetación y si no hay vegetación, vamos hacia la degradación, “digamos vamos a llegar a un desierto”.

De igual manera, el ciclo hidrológico interviene en ese proceso –y se relaciona con el suelo–, porque si no se filtra el agua y ocurre la recarga de los mantos freáticos, todo ese líquido se escurre hasta el gran almacén que son los océanos.

Foto: Cuartoscuro

En suma, dice el profesor Noriega Altamirano, el suelo cumple diversas funciones ambientales, y en el caso de la producción de alimentos, que es lo más concreto que podemos ver, resulta alarmante el ritmo al que se degrada.

Tan es así que la ONU, el 17 de junio de 1994, aprobó la lucha contra la desertificación. Este fenómeno es la degradación del suelo húmedo en zonas áridas y semiáridas, principalmente “por la forma en que hacemos uso del suelo. Digamos por causas del hombre y también por cuestiones climáticas”.

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Producción de alimentos en armonía con la naturaleza

Recordó el especialista en suelos que en Mesoamérica los sistemas de producción de alimentos estaban en armonía con la naturaleza. El ejemplo más icónico son las chinampas.

“En un ambiente adverso, nuestros ancestros para producir alimentos desarrollaron toda una estrategia sobre las partes menos profundas del Lago y crearon estos islotes. El sedimento lo acomodaron de una manera bastante ordenadita. Es el legado de Xochimilco”, precisó.

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¿Qué hacer para detener esta degradación del suelo?

–Primero, inventariar nuestro patrimonio y reconocer que hicimos mal las cosas. La Revolución Verde ni nos sacó de la pobreza ni garantizó la alimentación sana para la sociedad. En cambio, nos dejó un patrimonio degradado.

Los suelos, por los impactos de los fenómenos hidrometeorológicos –tormentas tropicales y huracanes, que nos llegan del Atlántico y del Pacífico– pierden sales, calcio, magnesio y potasio, al recibir grandes cantidades de agua.

La capa superficial del suelo se erosiona y pierde fertilidad. Dentro de los daños, el suelo se acidifica. Hoy, el 31% de los suelos mexicanos tienen ese problema de acidez que limita la producción de alimentos.

Ya tenemos dos factores que merman la generosidad del suelo: pérdida de materia orgánica y una serie de sales, más los procesos de clima, de temperatura, los contaminantes y luego le metemos pesticidas al suelo ya acidificado.

¿A eso obedece la baja en la producción de granos?

–Hoy el 70% de los suelos tienen baja capacidad para la producción. Si se aplica un kilogramo de fertilizante fosforado, sólo se aprovechan 100 gramos, los otros 900 quedan inmovilizados en el suelo.

¿Eso a que nos lleva?

–A que el costo de producción se incrementa, a que los rendimientos son bajos. Y esta degradación nos lleva a la desertificación.

¿A nivel gobierno qué se debe hacer?

–Construir una política pública, donde el gobierno federal invierta en la restauración del patrimonio de suelo. De no hacerlo, para el año 2050 nos vamos a comenzar a ver en serios problemas.

¿Es una seria advertencia?

–Sí. Hoy ya tenemos gran cantidad de pobres, de niños con desnutrición. Los problemas se van a incrementar y la hambruna será más intensa. Además, nuestra capacidad de producir alimentos se irá reduciendo mientras la población incrementará.

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