¿A quién no le gusta viajar? Todos en algún momento del año buscamos salir de nuestro contexto para darnos un respiro de la rutina diaria. Algunas personas trabajan para viajar, otras viajan para trabajar, pero la conclusión es la misma: viajar es esencial porque queremos tener la certeza de haber conocido las maravillas de este planeta.
Las experiencias en la naturaleza suelen ser de las favoritas para quienes tienen este espíritu viajero. Por eso, la península de Baja California (en México) es un destino atractivo: paisajes llenos de contrastes de cactus y playas, senderos para avistamiento de aves, expediciones en el mar con mamíferos marinos libres de cautiverio. Es también un lugar lleno de riquezas culturales: antepasados, pinturas rupestres, misiones en medio de la sierray comunidades de pesca ribereña que son parte de este ecosistema biodiverso.
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No sólo es llamativo para los visitantes. Emprendedores y grandes inversionistas ven el potencial de desarrollar aquí infraestructuras para ofrecer actividades turísticas, mientras que las comunidades locales, como los pescadores ribereños, encuentran en el turismo una nueva alternativa de sustento económico frente a la escasez de recursos naturales, el aumento de los precios del mercado y la devastación ocasionada por la pesca industrial.
Sin embargo, en este proceso de reconocer los potenciales de la región, se ha hecho evidente que una de las principales amenazas de la zona es el mismo turismo, que envuelve a todos los actores involucrados ya mencionados en una dinámica desenfrenada y de competencia.
Un modelo insostenible
Los viajes nos ayudan a restaurar nuestra relación con la naturaleza, pero para nadie es un secreto que muchos modelos de turismo están basados en la explotación de recursos naturales y humanos para el beneficio exclusivo de los dueños de los negocios que en su estrategia de expansión gentrifican los lugares. Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), en la mayoría de los paquetes turísticos “todo incluído”, el 80 por ciento del dinero se va al extranjero, lejos de las comunidades locales”.
Cuando esto pasa, los habitantes del lugar son excluidos o son considerados sólo como prestadores de servicio en las actividades y no como actores de estos nuevos estilos de vida que empiezan a satisfacer sus necesidades. “Es dinero que las comunidades locales podrían emplear en restaurar la naturaleza, apoyar los medios de subsistencia locales, proteger las tradiciones culturales o mantener infraestructuras vitales”, de acuerdo con la misma OMT.
Las experiencias de turismo en la naturaleza despiertan un amor inmenso hacia este planeta y tienen el poder de cambiar profundamente nuestras relaciones con el entorno, con otras especies y entre seres humanos.
Estos modelos son también alimentados por las exigencias o expectativas de los visitantes, que no contemplan el impacto ambiental que generan sus viajes.
Esta realidad abre puntos de tensión: ¿estamos alimentando la causa del problema? ¿Cómo reducimos el impacto? ¿Cómo garantizamos que los beneficios queden en las comunidades y no impacten negativamente a la naturaleza?
Y como estamos en el ojo del huracán debemos asumirnos como agentes activos en este ecosistema que nos transforma más rápido de lo que pensamos.
Transformaciones ecosistémicas
No cabe duda de que la transición hacia estas actividades turísticas debe ser liderada por las comunidades de los territorios, como las de pesca ribereña, que empiezan a fortalecer su capacidad de resolución de conflictos frente a las nuevas amenazas.
En este nuevo panorama, resignifican su identidad y desarrollan otras capacidades de cuidado e interacción con su propio ecosistema, que se convierten en la base fundamental de otras perspectivas de protección y cuidado. Entre éstas, estaría el reconocimiento de sus prácticas tradicionales, la diversificación de actividades económicas, delimitación de áreas naturales protegidas y regularización de prestadores de servicio, así como la implementación de códigos de conducta para protección de la fauna y flora.
En la transformación turística de una zona tan biodiversa (como la península de Baja California), debe entonces existir organización colectiva desde ámbitos sociales, científicos, políticos y ambientales que aseguren el bienestar del ecosistema incluyendo a todas las especies locales (humanas y no). Un turismo alternativo que tiene “como fin realizar actividades recreativas en contacto directo con la naturaleza y las expresiones culturales que le envuelven con una actitud y compromiso de conocer, respetar, disfrutar y participar en la conservación de los recursos naturales y culturales”.
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En ORGCAS estamos convencidas de que las experiencias de turismo en la naturaleza despiertan un amor inmenso hacia este planeta y tienen el poder de cambiar profundamente nuestras relaciones con el entorno, con otras especies y entre seres humanos.
Un día completo en el mar, nadando entre arrecifes coloridoso sólo viendo el horizonte mientras comes un ceviche fresco preparado por un pescador ribereño que te comparte sus historias en el océano es memorable para cualquier persona que le guste viajar y quiera descubrir las maravillas de esta Tierra a la que llamamos hogar.
Coordinadora de turismo de ORGCAS | @orgcas*