Los insectos forman ya parte de la lucha contra el cambio climático, la inseguridad alimentaria y el desperdicio de comida pero, además, se han convertido en un negocio boyante que atrae cada vez a más inversores.
La empresa francotunecina Netxprotein produce proteínas en polvo a partir de larvas de mosca destinada a la alimentación animal, principalmente para piensos de mascotas o alimento de peces, una alternativa sostenible frente a otras materias como la soya y la harina de pescado.
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El binomio formado por una antigua consultora de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Syrine Chaalala, y su marido e ingeniero químico, Mohamed Gastli, lanzó este proyecto en 2014.
Cuando Syrine viajó a Madagascar en una de sus misiones para la FAO, presenció la invasión de langostas que devoraban los campos de cultivo ante la mirada impotente de sus agricultores. A partir de ahí, la pareja comenzó a hacer ensayos en el garaje de sus padres, que se transformó en un laboratorio para cultivar moscas en cubetas de plástico.
La elección de esta especie, la mosca “soldado negra”, no se debe al azar: se encuentra en todos los rincones del planeta, no transmite zoonosis (enfermedades transmitidas por animales salvajes) y tiene un periodo de vida muy corto, entre 10 y 18 días en promedio.
Una granja sostenible
En esta granja a escala industrial, situada en Grombalia, a 40 kilómetros de la capital de Tunez, todo se reutiliza con el objetivo de producir cero desechos. Tras la puesta de huevos y su incubación- cada hembra puede poner un mínimo de mil larvas- comienza el proceso de engorda en el que permanecen una semana hasta pasar de dos milímetros a cerca de dos centímetros.
Tropas formadas por millones de larvas ingieren un puré hecho de restos de frutas y verduras sin vender que recuperan los transportistas de la zona. Una receta realizada por dietistas y celosamente protegida por sus creadores mientras que el equipo de biólogos controlan todos los parámetros del microclima de este criadero: su temperatura, humedad, ventilación y luminosidad.
Pero es también una nueva actividad económica para los vecinos de la región, asegura Gastli, en una economía fuertemente dependiente del sector turístico y cuya tasa de paro alcanza actualmente 18 por ciento. Además de una solución para los agricultores, que hasta ahora no sabían cómo deshacerse de los desperdicios.
“Los residuos orgánicos se utilizan en el proceso de metanización (producción de energía) o vuelven a enterrarse a modo de abono, pero pocos habían pensado en reintroducirlos de nuevo en la cadena alimenticia”, afirma el emprendedor.
Una vez alcanzado el tamaño ideal, se pasa por el tamiz para recuperar los excrementos de moscas y los residuos orgánicos que serán utilizados como biofertilizante mientras las larvas son transformadas en aceite y harina gracias a una maquinaria inédita, creada a medida.
Entre las ventajas, enumera Chaalala, la agricultura en vertical, en la que las cubetas se posicionan una encima de otra para maximizar el espacio; su corto ciclo de vida permite recolectar los huevos diariamente mientras que la recolecta de soya- la proteína vegetal más utilizada en la alimentación- es una o dos veces al año; y, por último, un ambiente controlado frente a las inclemencias del tiempo.
Según sus cálculos, una instalación de insectos de 100 metros cuadrados es capaz de producir la misma proteína que 100 hectáreas de un terreno de soya.
Mercado europeo de insectos
La entomofagia (consumo de insectos) se considera todavía una práctica exótica de destinos remotos, aunque un informe de la FAO publicado en 2013 defendió su consumo como una dieta nutritiva y rica en proteínas además de un posible sustitutivo de la carne y el pescado.
Existen en total cerca de dos mil especies comestibles- escarabajos, hormigas y saltamontes entre las favoritas- aunque, como apunta Chaalala, Occidente todavía no está preparado para ello pese a que la mitad del planeta los come diariamente.
Esta pareja de insectos en la cuarentena forma parte de la Plataforma de Insectos para Alimentos y Piensos (IPIFF), un lobby del sector en la Unión Europea que busca aprobar una legislación comunitaria para comercializar insectos para el consumo humano.
Desde 2017, la Comisión Europea permite el uso de harinas hechas a partir de insectos para las piscifactorías. Este mercado, formado por tan sólo una decena de compañías en el mundo, produce anualmente mil millones de toneladas.
“Nuestras moscas saben a pipas”, dice Chaalala con una sonrisa.
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