El Covid-19 llevó casi a la tumba al California Dancing Club, o El Califa, pero por su gravedad no falleció, por eso el salón de baile preferido de los capitalinos superó esa enfermedad y los sábados, domingos y lunes, abre sus puertas para quienes gustan gastar suela.
A su entrada, sobre la calzada de Tlalpan, hay fotografías de las grandes orquestas, danzoneras, cantantes y artistas que han pisado su escenario para hacer bailar a su clientela, están ahí Rigo Domínguez y su grupo Audaz, Rigo Tovar y su Costa Azul, y hasta Yuri, entre otros.
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Quienes aún acuden a ese lugar, ubicado en la colonia Portales, y que también sobrevivieron a las olas sucesivas de la pandemia, recuerdan que su mejor época fue en los años cincuenta del siglo pasado.
En esa época, ellos acudían al local vestidos elegantemente, algunos todavía conservaban y portaban sus trajes de pachuco, con zapatos de café con leche (de dos colores), sus sacos largos, pantalones al estilo zoot suit, sombrero con su pluma y una cadenota.
Ellas, también iban elegantemente vestidas, su falda debajo de la rodilla, zapatillas, peinadas a la moda y blusas, con el abanico en la mano hacían fila para entrar al lugar, que abría sus puertas a las 17:00 horas y las cerraba a las 10 de la noche.
Parroquianos de aquel entonces recordaron que las trabajadoras domésticas de las zonas de Polanco, las Lomas o la Anzures llegaban con vestidos, abrigos, zapatillas y bolsos de marcas de lujo, que por esa noche sustraían de los roperos y closets de sus patronas para lucirlos ante los galanes.
Una película, llamada Los mediocres (Servando González, 1966), protagonizada por Enrique Lucero en el papel de Arcadio Buendía, aunque no es el mismo personaje del libro de Gabriel García Márquez, acude con su novia al salón con un carnet musical encabezado por el legendario Consejo Valiente, mejor conocido como Acerina.
En la cinta, es posible ver como es el salón, que en su parte de abajo tiene los escenarios, las pistas para bailar, rodeada de sillas, donde ellas esperan pacientemente a que algún caballero, les extienda la mano y les dijera “me permite esta pieza”, la dama accede y los dos caminaban para buscar un lugar en la pista y empezar a bailar un sabroso danzón, un movido mambo, danzar al ritmo de la cumbia y a últimas fechas la salsa, el ritmo de moda.
El lugar no vende bebidas alcohólicas y tiene un mezzanine en donde los clientes pueden acudir a comer o tomar un refresco, mientras ven como los otros bailan y uno que otro ejecuta el paso de “la patita de ángel” a la hora de bailar el danzón Rigoletto o ellas mueven sus caderas cadenciosamente siguiendo el ritmo de Teléfono a larga Distancia.
Sobre su entrada hay una marquesina para anunciar el carnet musical de los grupos y orquestas que acudirán a tocar el domingo, el día grande y de lujo de El Califa, que en otros tiempos protagonizaba La Sonora Santanera, Mike Laure y sus Cometas, la orquesta de Carlos Campos, o danzoneras como la de Carlos Campos, Emilio B. Rosado, El Acapulco Tropical, la Sonora Siguaraya, Rigo Tovar y su Costa Azul y Carmen Rivero.
Sobrevivió al Covid-19 y El California reabrió sus puertas para que los bailadores y bailadoras acudan el domingo para gastar suela con los grupos de moda de ahora, como son Cañaveral, Perla Colombiana, la Sonora Dinamita, Los Caminantes y a últimas fechas hasta conjuntos norteños, por ejemplo, Los Cadetes de Linares y la Patrulla 81.
Como antes y ahora, las mujeres vestidas elegantemente pagan religiosamente su boleto para entrar, toman un lugar en las sillas que rodean las pistas esperanzadas a que un caballero las saque a bailar, si no es así entonces les gusta ver bailar a los demás, los aplauden cuando los hacen con maestría, pero los critican si no saben llevar el ritmo.
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Finalmente, en la película, a Arcadio Buendía, un apocado que no sabía bailar, le ponen alcohol en su refresco y ya ebrio baja al centro de la pista para intentar danzar, aunque sin fortuna y del que todos se burlan.