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Todos los hemos escuchado. A veces expresado como método de enseñanza, crianza y perspectiva familiar: en mis tiempos sólo teníamos un auto, una televisión y si querías algo especial, tenías que trabajar para comprártelo.
El grueso de la generación millennial vivió de forma directa la aceleración de la industria tecnológica. Una transformación que nos llevó de la cultura de la previsión y el ahorro, al consumo incontrolable y desecho de herramientas que, hasta hace algunos años, eran centrales y duraderas.
Un ejemplo claro son los automóviles. Además de jugar un papel crucial en el desarrollo económico del país durante el siglo XX, la industria automotriz enmarcó la imagen de prosperidad y alto poder adquisitivo hacia las familias.
Según datos de la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz ( AMIA), tan solo de 1995 al año 2000, pasó de 900,000 unidades totales a casi 2,000,000. En ventas, la industria tuvo un auge a partir del siglo XXI, alcanzando 977,558 unidades vendidas en el 2002, 66% más que durante 1994.
Este fenómeno se tradujo en una presencia fuerte de automóviles en casa. Aumentó el promedio de vehículos por familia y puso a cada vez más jóvenes mexicanos detrás de un volante. Por las fechas referidas, esos jóvenes eran millennial.
La tendencia materialista que acompañó a los millennial en el camino hacia la adultez se vive con mayor intensidad que nunca. Celulares y laptops imposibles de reparar, actualizaciones de software y firmware que lanzan tus dispositivos portátiles hacia la obsolescencia, y una depreciación acelerada de vehículos automotores que obligan a la renovación constante.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, señala en el consumismo es el que se presenta al evaluar la capacidad de la sociedad para mantenerse a la altura de sus propias aspiraciones. Enfatizando en que “la felicidad no está determinada por la gratificación de los deseos ni por la apropiación y el control que aseguren confort, sino más bien por un aumento permanente en el volumen y la intensidad de los deseos”.
Los padres que conforman la sociedad actual enfrentan un reto de orientación sin precedentes: formar a los adultos del futuro con una noción de valor intangible, alejada de los preceptos económicos y que confronta la visión generalizada de que el consumo es central para la inclusión social, equiparado de forma efectiva al dinero con la pertenencia, como advierte David Buckingham en su libro “La infancia materialista. Crecer en la cultura consumista”.
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