Todos lo hemos visto y escuchado, a veces provocado. El niño comienza a hablar y su papá empieza a decirle groserías para que las repita. Lo graba, lo comparte, se ríen todos menos la mamá, enojada.
Como mexicanos, la mayoría de los niños alcanzarán una edad en la cual las groserías sean parte central de su vocabulario. Lo que hoy enfrentan los padres de familia es la sobreexposición a estas palabras, algo que en el pasado no sucedía.
Los primeros acercamientos a las malas palabras suelen llegar fuera del núcleo familiar y en espacios de convivencia como la escuela o el vecindario. La generación millennial, cuya mayoría creció frente a programas de televisión abierta, altamente regulados. Las groserías, por decirlo de alguna forma, no eran públicas.
Hasta hace poco, era muy inusual encontrarlas en la televisión. Fue hasta 2018 cuando la Suprema Corte de Justicia de México, determinó que la fracción IX del artículo 223 de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión (LFTR), relativa a que en las transmisiones se debía “propiciar” un “uso correcto del lenguaje”, era inconstitucional, “porque pretende que el Estado se erija en una autoridad lingüística y determine el uso correcto de las palabras en los medios de comunicación”.
A medida que la producción y difusión de contenido aumenta, se ha diversificado el lenguaje público. Actualmente, se debe tomar en cuenta lo que podrían estar leyendo y escuchando los niños en plataformas como YouTube, así como la cantidad inconmensurable de comentarios en línea.
La recomendación de algunos expertos no gire en torno a la total prohibición de las groserías ni a las reprimendas por usarlas. Considerando que es inevitable proteger a los niños de este tipo de vocabulario, la estrategia de crianza debe orientarse al acompañamiento y explicación, propiciando un uso inteligente del lenguaje.
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