Apenas el siglo pasado, después de la Revolución Mexicana, un pachuqueño podía emborracharse con menos de 50 pesos si le gustaba el ron o el tequila, pues las cubas costaban cuatro pesos. Al menos eso es lo que recuerda Mateo Martínez, cantinero de larga trayectoria y pionero en la elaboración de la botana en las cantinas de Pachuca.
Él es padre de Alejandro “Mateo” Martínez, quien lleva 28 años como dueño y atendiendo a los clientes de la cantina Salón Pachuca, una de las más antiguas de la capital de Hidalgo, y quien, acompañado de su hermano Mateo, comparte recuerdos en este lugar, a la que algunos parroquianos le llaman “El Nido Águila”, por la afición de los hermanos al Club América.
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Ubicada en la calle Venustiano Carranza de la capital del estado, primero se le conoció como Salón de Diana, que fundó “El Pajarito” (no recordaron su nombre), quien lo traspasó a Ramón González, “El Bigotón”, un cantinero que tuvo como sus principales consumidores a los mineros, funcionarios de la Procuraduría del Estado y trabajadores de una embotelladora que estaba enfrente, al cruzar la calle.
Él le cambió el nombre como se le conoce hasta ahora.
“Mateo” fue “bautizado” así por quienes fueron sus primeros clientes, al suponer que se llamaba igual que su papá, quien fue uno de los pioneros en introducir la botana que acompañaba a las bebidas, cuando atendió y era dueño de La Reforma (avenida Cuauhtémoc). En aquel entonces su hijo les ayudaba a lavar los vasos y para alcanzar el fregadero se subía a dos cajas de madera (hoy de plástico) donde ponían los envases de refrescos.
Después de “El Bigotón”, que ponía a la orden de los paladares pescado y huevo duro, se lo traspasa a Mario Juárez, que trabajaba en la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, popularmente conocida como Conasupo, y tenía taxis.
La historia de esta cantina se sigue fraguando cuando asume la propiedad el “Licenciado Cosio” y para las recientes generaciones, desde hace 28 años, el lugar lo atiende Alejandro “Mateo”.
Si sus paredes hablarán, esos gruesos muros hechos de piedra, con su original barra y contrabarra, darían cuenta de personajes que estuvieron ahí, “doblando el codo”, de los más actuales y vivos, han dicho salud quienes han sido gobernadores del estado o secretarios de estado, pero que ahí asistieron cuando sólo eran funcionarios de medio nivel o alcaldes. Otros, aún siendo candidatos o ya como diputados federales, no se han resistido en regresar de vez en cuando.
El tiempo no perdona, los vasos de vidrio ahora son más delgados que los del siglo pasado; el mobiliario de ser gratuito y que promociona la marca de las “bebidas espirituosas”, hoy es vendido por las empresas etílicas o refresqueras; aunque los limones parecieran un lujo, se colocan de forma masiva, “porque es un ingrediente fundamental para las cubas y botana”, refiere Marín, hermano de “Mateo”.
Una forma de percibir cómo ha mermado el poder adquisitivo con el paso de un siglo en el parroquiano “común y de a pie”, apunta “Mateo”, es que ya no consume como antes, en la época “más chingona” del Salón Pachuca cuando la fundaron, comparó.
Con la pandemia por el Covid-19 todavía vigente, no hay tantos vasos y botellas en las mesas y sobre esa histórica barra y contrabarra, que están hechas de una madera que no se observa apolillada y sí se conserva lo más original posible.
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Como fiel devoto de Dios y San Judas Tadeo, “Mateo” cree firmemente que vendrán tiempos mejores, aunque ese nuevo coronavirus se haya llevado a “muchos” de sus clientes, ya entraran por esas puertas tradicionales de cantina a tomarse “dos o tres tragos” los parroquianos que seguramente platicarán sobre esa terrible enfermedad que cambio la forma de convivir.