|| Esta investigación se realizó como parte del Programa Piloto de Apoyo al Periodismo de Investigación en México de la Unesco ||
Se sintió observada.
Un vació en el estómago la invadió, mientras la angustia se tornaba en lágrimas ante la ansiedad desbordada. Agorafobia cosechada en la pandemia de Covid-19. Era el regreso presencial de Valentina a la preparatoria, donde resistió 40 minutos antes de regresar a su casa.
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El regreso es parcial, pues ha asistido a actividades extraescolares, pero lleva un año y medio con clases en línea. Tiene 17 años, hoy la desesperanza alimentada en la contingencia sanitaria se combina con su participación en una fundación que ayuda a niños con cáncer.
“Me obligó a socializar, a entrar a los salones y dar información, no porque yo quiera, sino porque así se va a ayudar a los niños; esa parte del proyecto me ha ayudado bastante”, dice Valentina, quien estudia en el municipio de Metepec, Estado de México.
Sigue una ruta generacional marcada por la contingencia sanitaria, donde es incipiente o lejana alguna política gubernamental en materia de salud mental, sin embargo, infantes y adolescentes como Valentina aprenden a sanar las emociones en la soledad de la pandemia. O lo han intentado, entre sacudidas, tirones, sobre la marcha de una nueva normalidad donde son pioneros en casi todo.
El SARS-CoV-2 pausó sus vidas. Un vuelco emocional sin virus, ni vacuna, donde las restricciones sanitarias y el aislamiento social dejan secuelas psicológicas, cuya dimensión varía según el equilibrio de cada familia.
Restricciones que en los últimos dos años han impactado la salud mental de toda la población, pero marcan una huella más visible en los menores de 18 años, en las edades de mayor formación emocional.
Secuelas que tardarían hasta 10 años en revertirse, advierten especialistas, mientras autoridades adolecen de diagnósticos integrales y políticas con mayor permeabilidad en la sociedad, además de admitir retos en la salud mental de las nuevas generaciones. Problemática que desnudó y agravó la pandemia de Covid-19.
A LA BAJA, PERO…
Catalina Gómez Olaya, jefa de Política Social del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en México, advierte que con base en la encuesta Encovid-19 Infancia, entre mayo de 2020 y octubre de 2021, bajaron del 39% al 25% los hogares mexicanos con infantes y adolescentes, donde una persona manifestaba síntomas severos de ansiedad.
“Pero no quiere decir que sea aceptable porque estamos viendo que en el 25% de los hogares, con niños y niñas, por lo menos un miembro sigue teniendo una afectación o ha presentado una afectación con síntomas severos de ansiedad”, expresa. “No quiere decir que estemos llegando a unos niveles normales”, insiste.
En el caso de la depresión, los hogares con infantes y adolescentes, donde una persona presenta síntomas de este padecimiento, han mantenido una tendencia alta, aunque en la última medición se registró una reducción.
En junio de 2020 esta situación se registraba en el 25% de los hogares encuestados y para octubre de 2021 se ubicó en 22%.
La funcionaria de Unicef México apunta que la reducción en los hogares, con una persona con síntomas severos de ansiedad y depresión, puede interpretarse a partir de las alternativas que han buscado las familias para recuperar sus ingresos económicos, además del aprendizaje para manejar la incertidumbre que deja la pandemia.
No obstante, para los infantes y adolescentes es distinto.
Y es que la encuesta Encovid-19 Infancia también revela otra realidad emocional, donde registran repuntes comportamientos asociados en infantes y adolescentes, los cuales son secuelas no muy visibles de la pandemia.
Dicha encuesta, que fue realizada por el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (Equide) de la Universidad Iberoamericana y Unicef México, consistió en llamadas telefónicas que contestaron padres, madres y los cuidadores de los infantes y adolescentes. La recopilación de datos comenzó desde mayo de 2020 y el último levantamiento fue en octubre de 2021.
De esta manera pudieron conocerse comportamientos asociados en infantes y adolescentes, registrados durante la pandemia.
“Tener pesadillas frecuentes, en mayo de 2020, habíamos empezado con un 2% y a octubre de 2021 hay un 9%.
“En otro tipo de comportamiento asociado, en junio de 2020 tenías el 4% de hogares con niños y niñas que reportaron por lo menos un niño que dejó de comer o perdió el apetito. Y en octubre de 2021 es del 11%”, puntualiza Gómez Olaya.
Por el contrario, comer en exceso o subir mucho de peso en agosto de 2020 se reportó un 8%, mientras en octubre de 2021 subió a 18%.
Adicionalmente, no dormir o despertarse por la noche, en mayo de 2020 comenzó en 8% y en el último levantamiento de la citada encuesta llegó a 14%.
Una actitud agresiva o terca en infantes y adolescentes ha bajado, pero sigue alto el porcentaje. Comenzó en 12% en mayo de 2020. Para marzo de 2021 llegó a 24%, mientras en octubre del año pasado se ubicó en 21%.
Con similares altibajos se encuentra el estar muy triste o con falta de ánimo, pues comenzó en 10%, tuvo un punto máximo de 27%, y en la última medición se ubicó en 20%.
La misma encuesta indica que tener miedos nuevos o recurrentes subió del 2% al 16%.
Gómez Olaya refiere que la disminución de hogares donde hay una persona con ansiedad severa, y el repunte o niveles altos en comportamientos asociados en infantes y adolescentes, puede explicarse con distintos factores como las etapas de mayor confinamiento y la disminución en el ingreso familiar, lo cual detona conflictos al interior del núcleo familiar.
“Casi un 60% de los hogares con niños y niñas todavía reportan tener menos ingresos ahora que antes de la pandemia, entonces la afectación continúa”, indica.
Además, advierte, detectaron una mayor afectación en hogares con infantes y adolescentes, comparado con las familias donde no hay menores de edad.
CONFINAMIENTO
Valentina volaba el 19 de marzo de 2020. Con su familia llegaba a México procedente de Venezuela, justo cuando iniciaba la pandemia de Covid-19. Fue un doble confinamiento, pues su primer destino, durante tres meses, fue un departamento de Polanco en la Ciudad de México. Después se mudaron a Metepec en el Estado de México.
La empresa de su padre, dedicada a la rama de la química, lo había transferido a México.
“Para mí fue una época muy fuerte de mi vida porque aparte de que nos estábamos mudando de país, pasó todo eso del Covid, fue un cambio no sólo mundial, sino a nivel completo de mi vida”, indica.
En Venezuela ya cursaba el primer año de la Preparatoria, pero en México debió esperar hasta septiembre de 2020 para reiniciar clases en el mismo grado.
“Esos meses de marzo a septiembre fue nada más estar en mi casa y mi vida social se fue en picada, estaba el Covid, no tenía clases y no salíamos, mi vida social fue completamente nula”, indica. El camino obligado era el virtual, pero nunca le ha gustado.
Previo a la pandemia ya había registrado crisis de ansiedad, detonadas por el bullying escolar. El rompimiento social la hizo regresar a esos escenarios.
En una primera entrevista, realizada en los últimos meses de 2021, refería que salir de su casa le causaba ansiedad. Un padecimiento leve de agorafobia, rechazo a lugares abiertos, pero en ella se detona al ver muchas personas en el exterior.
“Es una sensación de nerviosismo constante, no hay tranquilidad, es como un vacío en el estómago, leve, pero todo el rato mientras estoy afuera de mi casa, de pensar que me pueden estar juzgando, que me puede causar algo, miedo leve”, explica Valentina, quien además de su padre y madre vive con su hermano de 15 años.
También apunta la dificultad para tener esperanza en el entorno de la pandemia. Además, le enoja.
“Me ha costado mucho mantenerme con una esperanza, de poder imaginarme algo a futuro. No puedo, porque yo estoy muy enfrascada en lo del Covid, a lo que no le tengo mucha esperanza”, comenta la adolescente, quien acude a una escuela privada.
Sin embargo, entre las olas de la pandemia terminó por estudiar a su generación, pues realizó una investigación escolar sobre el efecto de la depresión en el aprovechamiento escolar. Fue un espejo donde mirarse y salvarse.
Nadie lo imaginó hace dos años. Ni la pandemia, ni la necesidad de buscar tablas de salvación. A cientos de kilómetros de Valentina, la contingencia sanitaria encontró a Alenka en su paso a la secundaria.
“No tengo ganas de vivir”, suelta en los primeros minutos de la entrevista. Ella vive en Monterrey, Nuevo León.
A los cambios físicos de su edad agregó el aislamiento obligado y las dificultades para socializar. Fue víctima de ciberbullying y se hizo más retraída, anuncio de una depresión.
Alenka también fue diagnosticada con síndrome de Asperger, lo cual la hace aislarse más y no soportar el ruido.
“Pensé que nos íbamos a morir todos”, relata, al explicar el estrés que provocó la pandemia y la incertidumbre del futuro.
Sin embargo, tiene una afición que la salva: el dibujo, la cual combina con el uso de las redes sociales. Descubrió que le gusta mucho dibujar, es una terapia para sobrellevar los cambios sembrados por la pandemia de Covid-19.
“Uso Instagram donde subo mis dibujos y también a Twitter”, expresa. “Quiero ser diseñadora gráfica, eso descubrí durante el encierro”.
Cuando fue entrevistada continuaba con clases en línea, lo cual también aprovechaba para hacer ediciones y ganar seguidores digitales.
“Tengo Tik tok donde subo ediciones y gracias a ello tengo 19 mil seguidores y aprendí a editar videos”, comenta la adolescente, quien encuentra un respiro en medio de la pandemia.
En las entrevistas con los menores de edad emerge una constante: poco o nada han conocido de programas gubernamentales de sus estados o del Gobierno federal para atender el impacto emocional y psicológico de la pandemia.
“No he escuchado”, dice Juan, quien conforme avanzó la contingencia sanitaria tenía más episodios de irritación. Después vino la depresión. Hoy sigue sin muchas respuestas.
“Una de las razones fue por estar tanto tiempo fuera de este mundo, porque me mantenía mucho tiempo en lo que eran los videojuegos y me alejaba de la gente. Y el encierro, verdaderamente no sé”, apunta.
Vive en el municipio de Chiapilla, Chiapas. Al momento de la entrevista tenía 14 años y cursaba el tercer año de secundaria.
Al iniciar la contingencia sanitaria los primeros cambios fueron inocentes. Primero levantarse tarde, después vinieron los enojos y el rechazo a estudiar o continuar en la escuela.
Antes jugaba fútbol, pero en la pandemia pasaba hasta cuatro horas en los videojuegos, lo cual causaba conflictos con su familia, pues le exigían limitar el tiempo digital.
Tiene una hermana menor y sus padres están separados. Su comportamiento mejoró cuando pasó un tiempo con su padre en Tuxtla Gutiérrez. Hoy asegura que trata de concentrarse para tener buenas relaciones familiares y escolares. Le gusta que alguien le escuche.
Como una pandemia invisible, el impacto emocional también dispara distintos comportamientos que alteran el destino de las infancias.
En la Ciudad de México, Frida Sofía vivió la pandemia de cerca. Su familia enfermó de Covid-19 y en una temporada el encierro fue mayor. Tiene 7 años, ya conoce de ansiedad y del hastío de las clases en línea. Ella empezó a subir de peso.
“Sentía que no era suficiente la comida. Prefiero cosas dulces. Me da angustia no comer”, narra. A través de una pantalla no entendía y mucho menos terminaba las tareas. Vivió un estrés difícil de controlar y comprender.
Cuando sus padres volvieron al trabajo presencial vino el aburrimiento y tristeza por no poder salir. No sabía qué hacer, al estar sola con su hermano mayor.
El bálsamo fueron juegos de mesa y visitas a sus abuelos en Puebla. Ella no baja la guardia, pide a los adultos seguir usando cubre bocas. No quiere volver al semáforo rojo.
COMO UNA CASCADA
A casi dos años del inicio de la pandemia de Covid-19, los adolescentes también buscan cubrir los huecos que deja la contingencia, el rompimiento emocional que suele obviarse y ser invisible.
En la mente de Mariana quedó marcado el último día de sus clases presenciales. Antes de que todo comenzara, cuando la vida era un juego más fácil.
“Había hecho un juego con un amigo, él había perdido, me debía un chocolate. Ese día le mandé un mensaje y le dije: no viniste, me lo debes. Mañana te lo doy, me contestó.
“Y justo ese día nos llamaron al auditorio para decirnos que no nos íbamos a ver en dos semanas y que después vendrían las vacaciones de Semana Santa”, recuerda la estudiante de preparatoria. El chocolate quedó en el olvido.
En ese entonces Mariana iba en segundo semestre. Cuando acepta la entrevista tiene 17 años, vive en el Valle de Toluca.
Antes de la pandemia era muy sociable, pero al llegar el virus SARS-CoV-2 se enfrentó al dilema de estar sólo con ella. Y controlar las emociones, sin saber de dónde llegan, resulta complicado.
“Fue estar a solas tanto tiempo conmigo, quedarme sola en mi cuarto, me perdía, ya no sabía para dónde ir, sabía que estaba estudiando la prepa, que tenía que sacar buenas calificaciones, sabía que era yo, pero en esa parte del quién soy, qué es lo que me gusta, en esa parte me empecé a perder”, indica.
Después vino la cascada que nadie pudo frenar. Comenzó a faltarle el aire, tenía dificultades para respirar. Era el inicio de los ataques de ansiedad.
“Se me iba la respiración, justo por esta impotencia de convivir tanto tiempo conmigo, tenía que sacar las emociones, el enojo de no poder salir, la frustración porque ya no podía ver a mis amigos, hablar libremente”, expresa.
En ese momento, el hogar ya no era un lugar seguro para las emociones.
“Me sentía muy controlada, vigilada por mi familia”, refiere Mariana. El calendario avanzaba sin fecha para decir adiós a la pandemia, mientras el confinamiento hacía más evidentes las cuatro paredes en las cuales permanecía.
Su actividad física también disminuyó, en ocasiones salía a correr, pero con miedo.
“Ni siquiera era diario, era correr la cuadra y regresarte por el miedo de que alguien te fuera a pegar algo”, expresa.
Una válvula de escape era el teléfono celular. Lo llegó a usar hasta 10 o 11 horas al día, sólo lo dejaba para dormir, motivo también de discusiones con su madre y de más emociones a discreción, además el temor crecía con las noticias de la pandemia.
“Me ponía a ver mis fotos y entonces me ponía triste, una montaña rusa de emociones”, indica.
Refiere que en comerciales llegó a escuchar de programas gubernamentales de ayuda emocional, pero lo más cercano para ella fue ingresar al Movimiento Buena Voluntad de Neuróticos Anónimos. Ahora es el espacio para controlar su ansiedad, además del aliento para reconectar nuevamente con su familia.
“Hablando de los sentimientos que yo pueda sentir, como que el enojo directo no lo traigo con mi mamá, eso nos ayudó a conectarnos, aprender a convivir otra vez con ella o con mis hermanos”, comenta.
También ayuda el regreso presencial a clases, aunque retorna a un mundo totalmente diferente, no existe la cercanía de antaño con sus compañeros, pero es preferible a la educación en línea. “Puedo verlos”, dice Mariana.
Ella vive con su madre, una hermana de 12 años y un hermano de 21 años. Previo a la pandemia su padre ya no vivía con ellos.
Secuelas
Paulina Vázquez Jaime, enlace en la Dirección General de los Servicios de Atención Psiquiátrica (SAP) de la Secretaría de Salud, indica que el confinamiento y disminución de la sociabilidad, así como el posterior regreso a clases han originado síntomas depresivos y cambios conductuales en adolescentes e infantes.
Conforme avanza la pandemia, explica, se perciben síntomas similares, pero cambian las causas y reacciones de los menores.
“Trastornos de estrés agudo y postraumático y cambios conductuales, sobre todo en los pequeños. Y en los adolescentes situaciones afectivas, sobre todo como depresión y ansiedad, es lo que más se evidencia (...)
“En el regreso a clases vienen también los mismos fenómenos, pero por diferentes causas, viene incrementada la ansiedad, pero ahora por el regreso a clases, por los nuevos estresores que aparecen. Y por la situación económica que ha sido desfavorecida en este último año”, refiere la también psiquiatra infantil y de la adolescencia.
La pandemia sigue. A finales de 2021, los datos referían una mayor afectación en los adolescentes.
Edilberto Peña de León, neuropsiquiatra por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y director del Centro de Investigaciones del Sistema Nervioso (Cisne), señala que con datos del Hospital Psiquiátrico Infantil “Dr. Juan N. Navarro”, ubicado en la Ciudad de México, la depresión en adolescentes registraba un aumento de hasta el 25%, mientras los cuadros de ansiedad crecieron un 40%.
“En datos que han empezado a fluir aquí en México, cuando menos del Hospital Juan N. Navarro que es el Hospital Psiquiátrico Infantil que rige la formación de psiquiatras infantiles en México, hablan de un 20%, 25% de incremento en los cuadros depresivos.
“En cuanto a los cuadros de ansiedad un 40% de incremento y los trastornos alimenticios que también se incrementaron en un 12% a 15%”, detalla.
El especialista advierte que se requerirán de hasta 10 años para regresar a los niveles de psicopatologías, que existían previo a la pandemia de Covid-19.
“La expectativa de los expertos es que regresemos a los niveles de prevalencia de psicopatologías, más o menos dentro de ocho o 10 años, si hacemos las cosas de forma adecuada”, indica.
Otros padecimientos con incrementos son las ideas suicidas y los suicidios.
La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2020 sobre Covid-19 refiere que el pensamiento suicida en adolescentes se ubicaba en el 6.9% de este segmento poblacional. Cifra mayor al 5.1% reportado en la Ensanut 2018-19.
La edición 2020, de esta encuesta, destaca que las mujeres reportaron mayor prevalencia de este tipo de pensamientos, esto en algún momento de su vida, al ubicarse en el 8.8%, mientras los adolescentes hombres estaban en el 5.1%.
Esta misma medición indicaba que el 6% de la población adolescente reportaba haberse hecho daño con el fin de quitarse la vida. Mayor al nivel de la Ensanut 2018-19, cuando fue del 3.9%.
Por género, la tasa también era superior en las mujeres, quienes se ubicaban en el 10%, mientras los hombres registraban el 2.1%.
La Ensanut 2020 sobre Covid-19, cuyo periodo de levantamiento fue del 17 de agosto al 14 de noviembre de 2020, destaca que en el 40.5% de las mujeres con esta incidencia, el intento de suicidio ocurrió en el último año, mientras en los adolescente hombres fue en el 26.8%.
Ante este panorama, una alternativa inmediata de autoridades estatales y federales ha sido priorizar el regreso a clases presenciales o híbridas para atender la salud mental de los menores.
El 13 de agosto de 2021, la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración del gobierno de México reconoció afectaciones graves en los infantes del país derivado del confinamiento, las restricciones de movilidad y la suspensión de clases presenciales. Además de daños en sus etapas de desarrollo y salud mental por la falta de convivencia comunitaria y la segregación social.
La dependencia federal reportó que durante 2020 hubo mil 150 suicidios de niños, niñas y adolescentes. Una cifra récord. La variación con respecto a 2019 fue de 4.63% a 5.18%, variación que resulta mayor con las cifras de la Ensanut 2020 sobre Covid-19, para el caso de la población adolescente.
Reinicio
En una segunda entrevista con Valentina, efectuada en enero de 2022, continuaba con las clases en línea. Estaba lista para el aprendizaje presencial, pero en la escuela privada donde estudia continuaban con la vía remota.
En febrero inició el cuarto semestre de preparatoria. Tiene atención médica particular y fortalece la disciplina para mantener sus proyectos personales.
Su investigación sobre el efecto de la depresión en el aprovechamiento escolar le permitió obtener una excelente nota.
Ella recomienda a infantes y adolescentes enfocarse en ellos. Despertarse temprano, tomar agua, meditar, escribir los primeros pensamientos, caminar aunque sea en la sala de su casa, no sentarse sólo frente a una pantalla. Todo en un ejercicio constante de drenar el cerebro antes de continuar con la vida de pandemia.
“No dejes pasar tus días sin hacer nada, aunque dan ganas de eso, yo más que nadie lo sé, pero me he dado cuenta que no va a llevar a nada.
“Es valorar cada emoción que tienes, cada pensamiento, ponerte a tí primero, hacer que tú seas la persona más importante de tu vida, porque lo único real y permanente en tu vida vas a ser tú”, expresa. Afuera la pandemia continúa.