/ viernes 25 de febrero de 2022

Las nuevas generaciones aprenden entre turbulencias

Las nuevas generaciones aprenden entre turbulencias, ya que lo que mostró la pandemia fueron los vacíos que ya existían, sobre todo las faltas alrededor de los problemas de acceso tecnológico en la población más pobre y vulnerable

|| Esta investigación se realizó como parte del Programa Piloto de Apoyo al Periodismo de Investigación en México de la Unesco ||


Sin una mente en orden es un problema recibir conocimientos, menos cuando la pandemia llevó la escuela a los hogares, donde las emociones y necesidades económicas terminaron por desbordarse.

Te puede interesar: La tarea pendiente de la pandemia: la salud emocional de los infantes y adolescentes en México

Así, las consecuencias de la pandemia de Covid-19 en el ámbito educativo van desde el rezago hasta el abandono escolar.

Esperanza, maestra de una primaria del municipio de Metepec, Estado de México, vivió el caso extremo. Una de sus estudiantes simplemente dejó de acudir a clases virtuales y desapareció de la pantalla.

“Ya no puedo con la escuela”, le comentó la madre de la alumna, quien un día dejó de ser un cuadro más en la pantalla del celular de Esperanza. Al iniciar la pandemia ella impartía clases en el tercer año de primaria.

“Tengo otras necesidades que atender”, fue el último mensaje que recibió la profesora. Después sólo silencio y mensajes que no fueron ni vistos.

La encuesta Encovid-19 Infancia, realizada por el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (Equide) de la Universidad Iberoamericana y Unicef México, señala que el 8% de los hogares con integrantes de 4 a 17 años reportaron que algún menor no se inscribió a la escuela durante el actual ciclo escolar, que inició el 30 agosto de 2021.

Catalina Gómez Olaya, jefa de Política Social del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en México, estima que ese 8% representa a 1.9 millones de menores en el país.

Del total que abandonaron sus estudios un 50% tienen entre 14 y 17 años, mientras el 53% son hombres.

Por nivel escolar, el 44% abandonaron en primaria, 19% de secundaria y 26% corresponden a la preparatoria.

Gómez Olaya indica que estas cifras profundizan la crisis de aprendizaje que había antes de la pandemia.

“Esta deserción sí está muy relacionada con la afectación al ingreso (económico)”, apunta.

La funcionaria de Unicef México aclara que al iniciar la pandemia, la respuesta gubernamental en materia educativa fue un esfuerzo masivo e importante, aunque hubo fallas por los atrasos que ya existían.

“Lo que mostró la pandemia fueron los vacíos que ya existían, sobre todo las faltas alrededor de los problemas de acceso (tecnológico) en la población más pobre y vulnerable, ahí hay un elemento para mejorar”, señala.

Con el regreso presencial, recomienda medir los niveles educativos de los menores de edad, pues no todos han aprendido de manera igual.

Gómez Olaya comenta que en la atención emocional a los menores de edad hay medidas que se deben adoptar desde las familias o escuelas.

En el entorno de la pandemia, apunta que existen programas gubernamentales de atención, pero deben permear más.

“Deberían permear más en la población, primero de que haya una conciencia sobre la importancia de estos temas”, indica. Además, normalizar y hablar de padecimientos como depresión y ansiedad en adultos y niños.

“Puede que sí haya programas y servicios, tanto a nivel federal como estatal, y a nivel más pequeño, sí hay iniciativas; pero les faltan escala y todavía mucho más énfasis para reconocer que son fenómenos más masivos y amplios”, apunta la funcionaria de Unicef México. “Les falta llegar a más gente y ser más oportunos”.

Adicionalmente, expresa, falta capacitar a los docentes para identificar casos donde los infantes y adolescentes presentan algún padecimiento emocional.

BRECHA EDUCATIVA

Aunque el regreso presencial a clases representa una alternativa para gradualmente recuperar el terreno perdido, maestros y maestras advierten la estela de rezago que dejó la modalidad digital.

“De 688 alumnos, 147 estuvieron en trabajos intermitentes y 55 alumnos que ni se conectaron, ni desarrollaron sus actividades”, indica Jazmín Flores Salgado, directora de una primaria federal de San Mateo Atenco en el Estado de México.

En su comunidad estudiantil, relata, la salud emocional fue impactada por complicaciones económicas, muerte de familiares y el abandono de padres hacia los hijos por salir a trabajar. Impartir clases en estas condiciones aumentó el grado de dificultad.

“Hicimos llamadas, visitas a sus casas o búsquedas por medio de sus compañeros. También la comunidad de maestros y administrativos nos reunimos para elaborar manuales o cuadernillos para desarrollar las actividades. Fue un acuerdo colectivo con los padres de familia”, explica Flores Salgado.

Comenta que las autoridades educativas los dejaron solos, incluso sin presupuesto para el mantenimiento de las aulas.

El protocolo que siguieron durante la pandemia deriva del programa “Convive” y el libro “Vida saludable”, sin embargo, no hubo estrategias adicionales o presupuesto extra para atender la salud emocional de los estudiantes.

Angélica Solís, directora de una telesecundaria de la capital mexiquense, indica que el 40% de su alumnado estaba en alguna situación de discapacidad y en las clases digitales se llegaba a registrar la mitad de la asistencia.

“Trabajé mucho con emociones. Hicimos excursiones virtuales, la semana de la investigación con documentales y el 80% de los maestros me siguieron”, refiere, al comentar que para atraer a los estudiantes ofrecieron talleres de literatura, robótica, pensamiento crítico y vida saludable.

Apunta que en su comunidad estudiantil advirtió casos de depresión, incluso conocieron de un intento de suicidio de una alumna.

Como escuela estatal, señala, contaron con dos programas enfocados a la salud mental: el que deriva de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular (USAER), enfocado a canalizar problemas psicológicos desde la escuela y el manual operativo para apoyo socioemocional.

Además, el gobierno mexiquense puso en marcha el programa “MITE Encuéntrame” para localizar a alumnas y alumnos que abandonaron la escuela.

No obstante, aclara que no fue suficiente.

“Todo hubiera sido más fácil si siguieran existiendo redes abiertas como México conectado o siguiéramos siendo una escuela de tiempo completo”, afirma.

La maestra de artes, Lidia Bonilla Espinoza, quien imparte clases en Tapachula, Chiapas, explica que durante la pandemia se agravaron problemáticas que afectan a la educación como las familias desintegradas, soledad del alumnado y las carencias económicas.

“Había mucha apatía por no estar presencialmente”, indica la maestra de secundaria.

Detalla que el mayor grado de deserción ocurre entre quienes viven con los abuelos, pues sus padres trabajan en Estados Unidos.

“Los planes de estudio no contemplan lo rural o a las comunidades indígenas. En Chiapas la infraestructura es paupérrima. La tecnología es una necesidad y hay muchas zonas marginadas sin esa posibilidad”, esgrime Bonilla Espinoza.

Refiere que hay un abandono general de las autoridades educativas, no sólo en lo en el aspecto emocional.

El profesor de bachillerato, Mikhail Carbajal, explica que de un total de 25 alumnos por materia que tenía en clases presenciales, se redujo a cinco o seis conectados durante las clases en línea.

“Me comentan que no se concentraban, hay muchas tentaciones como revisar el celular o ver películas. No aprendían nada y les daba vergüenza participar al no tener un espacio propio”, relata el profesor de literatura y filosofía de la Preparatoria 3 de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

HOGARES EN EMERGENCIA

Y en los hogares, las sacudidas por aprender terminaron en una constante batalla emocional que sigue, aún con el regreso presencial a las aulas, pues dicho retorno ha sido parcial en muchos casos.

“A mi hija desde que dejó la escuela (presencial) le afectó mucho porque ya no quiere hacer nada... No tiene la misma emoción”, comenta Fabiola, mamá de Frida Sofía.

Fabiola, quien también trabaja, notó cambios extremos en el carácter de su hija: de ser tranquila y obediente se volvió berrinchuda y gritaba más. Comenzó a perder cabello y sufrió una dermatitis.

Durante la pandemia su trabajo como madre de familia se incrementó, pues no sólo debió ajustar los hábitos del hogar, sino captar los cambios emocionales de sus hijos.

Massiel, mamá de Alenka, es madre soltera. Durante la pandemia buscó una fuente de ingresos virtual para atender a sus tres hijos. No obstante, hubo complicaciones.

“Lo malo empezó cuando notamos problemas en la niña. La llevamos al psicólogo... es muy introvertida y se puso muy triste porque no tuvo su fiesta de graduación, ni su primer día en la escuela”, indica Massiel, al referir la depresión que vivió su hija mayor.

Esperaba que los maestros fueran más comprensivos, pero no fue así. Sólo una docente habló con su hija del cuadro depresivo que presentaba.

“Se debería recuperar la parte emocional. En línea sólo eran un número y en presencial sí los ubican y les hablaban por su nombre. La relación en línea es ajena.

“Hay un panorama muy superficial, irresponsable y muy desigual. Debería haber más educación en las emociones y artística para sobrellevar la mente y la realidad. Empatía por los alumnos. Todo ha cambiado menos el sistema educativo”, argumenta.

Para ella, hubo un abandono total en la salud emocional de los infantes.

Sin embargo, durante la pandemia también hay casos de éxito, donde los menores aprendieron nuevas formas de convivencia.

Es el caso de Alex y Helena, hermanos que no entendían qué pasaba al inicio del confinamiento, pero sus papás priorizaron la salud emocional frente al rendimiento escolar.

Su mamá, Sofía Flores, lejos de caer en pánico por la pandemia, decidió que sus hijos trabajaran en otros aspectos.

“Fue una oportunidad para desarrollar la resiliencia. Que no lo vean como una tragedia, sino como algo diferente, que da la perspectiva de valorar lo que tienen” explica la madre regiomontana.

Así, realizaron actividades al aire libre y no perdieron contacto social. Incluso emprendieron una actividad de venta de galletas.

|| Esta investigación se realizó como parte del Programa Piloto de Apoyo al Periodismo de Investigación en México de la Unesco ||


Sin una mente en orden es un problema recibir conocimientos, menos cuando la pandemia llevó la escuela a los hogares, donde las emociones y necesidades económicas terminaron por desbordarse.

Te puede interesar: La tarea pendiente de la pandemia: la salud emocional de los infantes y adolescentes en México

Así, las consecuencias de la pandemia de Covid-19 en el ámbito educativo van desde el rezago hasta el abandono escolar.

Esperanza, maestra de una primaria del municipio de Metepec, Estado de México, vivió el caso extremo. Una de sus estudiantes simplemente dejó de acudir a clases virtuales y desapareció de la pantalla.

“Ya no puedo con la escuela”, le comentó la madre de la alumna, quien un día dejó de ser un cuadro más en la pantalla del celular de Esperanza. Al iniciar la pandemia ella impartía clases en el tercer año de primaria.

“Tengo otras necesidades que atender”, fue el último mensaje que recibió la profesora. Después sólo silencio y mensajes que no fueron ni vistos.

La encuesta Encovid-19 Infancia, realizada por el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (Equide) de la Universidad Iberoamericana y Unicef México, señala que el 8% de los hogares con integrantes de 4 a 17 años reportaron que algún menor no se inscribió a la escuela durante el actual ciclo escolar, que inició el 30 agosto de 2021.

Catalina Gómez Olaya, jefa de Política Social del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en México, estima que ese 8% representa a 1.9 millones de menores en el país.

Del total que abandonaron sus estudios un 50% tienen entre 14 y 17 años, mientras el 53% son hombres.

Por nivel escolar, el 44% abandonaron en primaria, 19% de secundaria y 26% corresponden a la preparatoria.

Gómez Olaya indica que estas cifras profundizan la crisis de aprendizaje que había antes de la pandemia.

“Esta deserción sí está muy relacionada con la afectación al ingreso (económico)”, apunta.

La funcionaria de Unicef México aclara que al iniciar la pandemia, la respuesta gubernamental en materia educativa fue un esfuerzo masivo e importante, aunque hubo fallas por los atrasos que ya existían.

“Lo que mostró la pandemia fueron los vacíos que ya existían, sobre todo las faltas alrededor de los problemas de acceso (tecnológico) en la población más pobre y vulnerable, ahí hay un elemento para mejorar”, señala.

Con el regreso presencial, recomienda medir los niveles educativos de los menores de edad, pues no todos han aprendido de manera igual.

Gómez Olaya comenta que en la atención emocional a los menores de edad hay medidas que se deben adoptar desde las familias o escuelas.

En el entorno de la pandemia, apunta que existen programas gubernamentales de atención, pero deben permear más.

“Deberían permear más en la población, primero de que haya una conciencia sobre la importancia de estos temas”, indica. Además, normalizar y hablar de padecimientos como depresión y ansiedad en adultos y niños.

“Puede que sí haya programas y servicios, tanto a nivel federal como estatal, y a nivel más pequeño, sí hay iniciativas; pero les faltan escala y todavía mucho más énfasis para reconocer que son fenómenos más masivos y amplios”, apunta la funcionaria de Unicef México. “Les falta llegar a más gente y ser más oportunos”.

Adicionalmente, expresa, falta capacitar a los docentes para identificar casos donde los infantes y adolescentes presentan algún padecimiento emocional.

BRECHA EDUCATIVA

Aunque el regreso presencial a clases representa una alternativa para gradualmente recuperar el terreno perdido, maestros y maestras advierten la estela de rezago que dejó la modalidad digital.

“De 688 alumnos, 147 estuvieron en trabajos intermitentes y 55 alumnos que ni se conectaron, ni desarrollaron sus actividades”, indica Jazmín Flores Salgado, directora de una primaria federal de San Mateo Atenco en el Estado de México.

En su comunidad estudiantil, relata, la salud emocional fue impactada por complicaciones económicas, muerte de familiares y el abandono de padres hacia los hijos por salir a trabajar. Impartir clases en estas condiciones aumentó el grado de dificultad.

“Hicimos llamadas, visitas a sus casas o búsquedas por medio de sus compañeros. También la comunidad de maestros y administrativos nos reunimos para elaborar manuales o cuadernillos para desarrollar las actividades. Fue un acuerdo colectivo con los padres de familia”, explica Flores Salgado.

Comenta que las autoridades educativas los dejaron solos, incluso sin presupuesto para el mantenimiento de las aulas.

El protocolo que siguieron durante la pandemia deriva del programa “Convive” y el libro “Vida saludable”, sin embargo, no hubo estrategias adicionales o presupuesto extra para atender la salud emocional de los estudiantes.

Angélica Solís, directora de una telesecundaria de la capital mexiquense, indica que el 40% de su alumnado estaba en alguna situación de discapacidad y en las clases digitales se llegaba a registrar la mitad de la asistencia.

“Trabajé mucho con emociones. Hicimos excursiones virtuales, la semana de la investigación con documentales y el 80% de los maestros me siguieron”, refiere, al comentar que para atraer a los estudiantes ofrecieron talleres de literatura, robótica, pensamiento crítico y vida saludable.

Apunta que en su comunidad estudiantil advirtió casos de depresión, incluso conocieron de un intento de suicidio de una alumna.

Como escuela estatal, señala, contaron con dos programas enfocados a la salud mental: el que deriva de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular (USAER), enfocado a canalizar problemas psicológicos desde la escuela y el manual operativo para apoyo socioemocional.

Además, el gobierno mexiquense puso en marcha el programa “MITE Encuéntrame” para localizar a alumnas y alumnos que abandonaron la escuela.

No obstante, aclara que no fue suficiente.

“Todo hubiera sido más fácil si siguieran existiendo redes abiertas como México conectado o siguiéramos siendo una escuela de tiempo completo”, afirma.

La maestra de artes, Lidia Bonilla Espinoza, quien imparte clases en Tapachula, Chiapas, explica que durante la pandemia se agravaron problemáticas que afectan a la educación como las familias desintegradas, soledad del alumnado y las carencias económicas.

“Había mucha apatía por no estar presencialmente”, indica la maestra de secundaria.

Detalla que el mayor grado de deserción ocurre entre quienes viven con los abuelos, pues sus padres trabajan en Estados Unidos.

“Los planes de estudio no contemplan lo rural o a las comunidades indígenas. En Chiapas la infraestructura es paupérrima. La tecnología es una necesidad y hay muchas zonas marginadas sin esa posibilidad”, esgrime Bonilla Espinoza.

Refiere que hay un abandono general de las autoridades educativas, no sólo en lo en el aspecto emocional.

El profesor de bachillerato, Mikhail Carbajal, explica que de un total de 25 alumnos por materia que tenía en clases presenciales, se redujo a cinco o seis conectados durante las clases en línea.

“Me comentan que no se concentraban, hay muchas tentaciones como revisar el celular o ver películas. No aprendían nada y les daba vergüenza participar al no tener un espacio propio”, relata el profesor de literatura y filosofía de la Preparatoria 3 de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

HOGARES EN EMERGENCIA

Y en los hogares, las sacudidas por aprender terminaron en una constante batalla emocional que sigue, aún con el regreso presencial a las aulas, pues dicho retorno ha sido parcial en muchos casos.

“A mi hija desde que dejó la escuela (presencial) le afectó mucho porque ya no quiere hacer nada... No tiene la misma emoción”, comenta Fabiola, mamá de Frida Sofía.

Fabiola, quien también trabaja, notó cambios extremos en el carácter de su hija: de ser tranquila y obediente se volvió berrinchuda y gritaba más. Comenzó a perder cabello y sufrió una dermatitis.

Durante la pandemia su trabajo como madre de familia se incrementó, pues no sólo debió ajustar los hábitos del hogar, sino captar los cambios emocionales de sus hijos.

Massiel, mamá de Alenka, es madre soltera. Durante la pandemia buscó una fuente de ingresos virtual para atender a sus tres hijos. No obstante, hubo complicaciones.

“Lo malo empezó cuando notamos problemas en la niña. La llevamos al psicólogo... es muy introvertida y se puso muy triste porque no tuvo su fiesta de graduación, ni su primer día en la escuela”, indica Massiel, al referir la depresión que vivió su hija mayor.

Esperaba que los maestros fueran más comprensivos, pero no fue así. Sólo una docente habló con su hija del cuadro depresivo que presentaba.

“Se debería recuperar la parte emocional. En línea sólo eran un número y en presencial sí los ubican y les hablaban por su nombre. La relación en línea es ajena.

“Hay un panorama muy superficial, irresponsable y muy desigual. Debería haber más educación en las emociones y artística para sobrellevar la mente y la realidad. Empatía por los alumnos. Todo ha cambiado menos el sistema educativo”, argumenta.

Para ella, hubo un abandono total en la salud emocional de los infantes.

Sin embargo, durante la pandemia también hay casos de éxito, donde los menores aprendieron nuevas formas de convivencia.

Es el caso de Alex y Helena, hermanos que no entendían qué pasaba al inicio del confinamiento, pero sus papás priorizaron la salud emocional frente al rendimiento escolar.

Su mamá, Sofía Flores, lejos de caer en pánico por la pandemia, decidió que sus hijos trabajaran en otros aspectos.

“Fue una oportunidad para desarrollar la resiliencia. Que no lo vean como una tragedia, sino como algo diferente, que da la perspectiva de valorar lo que tienen” explica la madre regiomontana.

Así, realizaron actividades al aire libre y no perdieron contacto social. Incluso emprendieron una actividad de venta de galletas.

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