Desde que transité a “señora”, he tenido que reinventar la manera en que me relaciono con las generaciones inmediatas más jóvenes a la mía que, a veces, me resultan tremendamente irrespetuosas con los que somos mayores. Eso me ha pasado en particular con personas entre los 28 y los 38 años que suelen hablarme como si fuera yo una mujer de edad muy avanzada.
Mi pregunta es: a mis 45 años de edad, realmente, estoy más cerca de las personas de 60 años que de aquellos que cumplieron 38. Los más jóvenes quizá se identifican más con Karol G, una cantante colombiana que comenzó a sonar fuerte en el mercado estadounidense y que es 14 años menor que Shakira. A pesar de la diferencia de edad, a sus 44 años, Shakira aún tiene una carrera que seguir alimentando.
Con los niños es divino cuando les digo mi edad. Invariablemente, hacen la cuenta sobre cuántos años les llevo de ventaja sobre este planeta. Luego comparan mi edad con la de sus padres y madres. Les da lo mismo si tienes 40 ó 50 ó 60, porque para cualquier niño de 10 años, tener 30 años es realmente bastante más mayor.
En La ciencia de la larga vida, los autores —Valentín Fuster y Josep Corbella— insisten en que la edad es sólo un número. Como lo ven los niños. Un número que a los chiquillos les sirve para hacer aritmética básica y poder pasar a otro tema. Muy distinto a cómo lo ven las personas adultas.
Fuster, como investigador médico, y Corbella, como periodista, son una mancuerna de lujo que ofrece un libro de prosa tan amena que le ayudará no sólo a practicar el buen hábito de la lectura, sino que además le hará aprender mucho sobre divulgación científica de manera divertida y amena.
Me parece un texto atractivo para quienes ya pasamos el umbral de fantasear con la juventud eterna. Sus casi 300 páginas son una guía completa de educación sexual integral que nos prepara para el duelo que representa dejar de ser joven y comenzar a habitar un cuerpo maduro. Lo que coloquialmente se diría “la juventud perdida”, pero lo que este libro más me ha dejado claro es que nuestro hardware se deteriorará en la medida en que dejemos de darle mantenimiento.
No podemos evitar morir, pero podemos frenar el desgaste del cuerpo, porque tampoco se trata de vivir más años, sino de vivirlos con buena salud.
Este libro editado por Planeta —con un costo de 250 pesos mexicanos en pasta blanda y 70 pesos en ebook— es, sin duda, un texto que volveré a leer y releer, porque me ha servido para entender qué son las hormonas sexuales, cómo funcionan las neuronas y los neurotransmisores, la importancia del ADN, las enzimas, las proteínas, los telómeros y los cromosomas. Todas palabras íntimamente relacionadas con el buen funcionamiento del cuerpo.
En las primeras páginas ofrece una frase contundente: “La edad es un tabú”.
Con todo y mis 45 añotes, yo no me siento vieja. Sin embargo, mi cara se ha alargado y ya no tiene una forma circular y cachetona que a los 30 años me hacía parecer de 20. Creo que estas facciones más afiladas me sientan mejor.
En mi caso, tengo la peculiaridad de representar una edad distinta a la que realmente tengo. Aún puedo contar exactamente el cabello que se me va poniendo blanco: 28 canas, en enero de 2022. En el 2021, apenas sumaban 5 canas. Dejaré de contarlas cuando sumen 45 y no las pintaré para identificar qué mensajes me manda mi cuerpo respecto a cómo lo estoy tratando.
Además, quiero estar lista para dar la bienvenida a la menopausia y tratarla con respeto. Me tocó una época en la que, inconscientemente, nos enseñaban a odiar la menstruación. En vez de decirnos que ésta es la evidencia del fin de un ciclo saludable. También me he topado con ginecólogos que —sin ningún tacto y con total altanería— se refieren a las mujeres que dejan de menstruar como mercancía que “ya va de salida”.
Cuando recibí el libro que me envió Mariana Avilés, responsable de difusión de Planeta, me fui directo al capítulo “El sexo no tiene edad” que, en resumen, se refiere a cómo mantener una vida sexual activa pese a los prejuicios y a los cambios fisiológicos.
En unas cuantas páginas, los autores tienen un postulado fundamental: Con la edad, no hay motivo para renunciar a una vida sexual plena sólo porque el resto del mundo lo ignora o lo desaprueba. Muestran las estadísticas de algunos estudios que confirman que, sin ser universal, es bastante normal que las personas mayores mantengan su interés por la actividad sexual.
Tanto para el hardware masculino como para el femenino, la clave para mantener la salud en todos los sentidos —incluida la sexualidad— se repite una y otra vez por los médicos: comer saludable, hacer 20 minutos de ejercicio diario, evitar la vida sedentaria y reducir los niveles de estrés.
Para los hombres, una dieta rica en flavonoides —que contienen alimentos como brócoli, manzanas, cítricos y uvas, por decir algunos— ayuda a prevenir la disfunción eréctil. En todo caso, los malos hábitos como el tabaquismo y la obesidad afectan el rendimiento sexual masculino en 50%, el primero, y en 90%, el segundo.
En el caso de las mujeres, la vida sexual ya es un tabú en sí mismo. Así que con la edad, peor aún. Sin embargo, los autores subrayan la importancia de las hormonas sexuales femeninas y su acción antioxidante.
Cuando se dejan de producir estas hormonas, no implica que esas mujeres “vayan de salida”, significa que deben de recibir la atención necesaria para reducir el riesgo de enfermedades asociadas con la edad, como las cardiovasculares, las neurodegenerativas, la osteoporosis y las cataratas, especialmente cuando han dejado de producir los estrógenos que naturalmente las protegían.
Hablar sin tabú permitirá tener una sociedad más saludable. Así que vengan más libros como éste para seguir rompiendo mitos. Y también bienvenidas las secuelas de series como Sex & the City que muestran a protagonistas sobre los 55 años aún experimentando con su sexualidad.
*Educadora Sexual Infantil
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