Con plantas traídas originalmente de Israel a Estados Unidos y en 1970 a Baja California Sur, el cultivo de la higuera se ha consolidado como uno de los de mayor tradición y arraigo en el Valle de Vizcaíno, en el municipio de Mulegé, en donde hay establecidas aproximadamente 200 hectáreas, de las cuales algunas parcelas aún conservan un buen estado y en plena producción de árboles que se plantaron hace 52 años.
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Se trata de higo blanco de la variedad White Kadota que luego de cosecharse se seca al sol y posteriormente se envía al mercado para su consumo siendo China el principal consumidor, con producciones que varían desde 5 hasta 15 toneladas en fresco por hectárea, que se convierten en una tercera parte una vez deshidratados.
En la actualidad, al menos la mitad de las huertas se encuentran decaídas debido al paso del tiempo, a los daños causados por plagas y enfermedades y a la falta de recursos para atender los requerimientos del cultivo; de la plantación original de 150 hectáreas establecidas en 1970, en los últimos 10 años apenas ha aumentado a 200.
Abrir nuevas superficies de este cultivo no ha sido fácil. En 52 años los árboles se han aclimatado a las condiciones de una región caracterizada por un microclima en donde se registran fuertes olas de calor durante los días de verano, pero noches frescas que favorecen el desarrollo de la planta y un suelo arenoso que permite una fácil capilaridad.
Han sido muchos los intentos para trasladar este cultivo a otras regiones de Baja California y Baja California Sur. Sin embargo, los resultados no han sido del todo favorables, ya que las plantas no se desarrollan de manera adecuada o los frutos son escasos y de baja calidad. Y no es un intento fácil; se calcula que establecer una hectárea tiene un costo aproximado de 12 mil dólares y hay que esperar tres años para el inicio del retorno de la inversión con la primera producción en forma. Antes, la planta ensayará, pero con una raquítica cosecha.
Renovación, útil herramienta
En los últimos años una generación de herederos de los primeros sembradores está renovando huertas y abriendo nuevas superficies, en un modelo del que aún sobrevive el diseño de los ingenieros israelíes que proyectaron un pueblo de campesinos similar a los kibutz de aquel país.
Se trata de un ejido colectivo en donde cada familia fue dotada con dos hectáreas; una para huerto familiar de autoconsumo y otra para producción de excedentes que fue plantada con higueras, parcelas en donde aún se sigue empleando toda la familia, solo contratando mano de obra durante la recolección del fruto.
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Esa forma de explotación familiar prevalece aún y ha sido condición de éxito del cultivo y por tanto, sería la razón por la que ni agroempresas ni grandes productores han incursionado en el cultivo.