Bajo el agua, en el desierto, en el hielo de un glaciar: de vez en cuando, los artistas se atreven a trasladar sus trabajos a terrenos difícilmente accesibles. Trevor Paglen quiere ir un paso más allá. Está previsto que su satélite reflectante y brillante “Orbital Reflector” comience a orbitar alrededor de la Tierra a mediados de noviembre.
La escultura volará 580 kilómetros por encima de la superficie terrestre y transformará el espacio en un museo al aire libre para los habitantes de nuestro planeta. El proyecto, sin embargo, se ha topado con el rechazo de algunos científicos que alertan de los riesgos de tener chatarra espacial inútil.
Según datos de la ONU (Organización de las Nsciones Unidas), más de mil 800 satélites orbitan actualmente alrededor de nuestro planeta. Sólo en 2017 se registraron 550 nuevos objetos. Recopilan datos meteorológicos, ayudan en la navegación o espían objetivos enemigos. También dirigen el tráfico marítimo o sincronizan el tiempo en las redes eléctricas, los bancos y los circuitos informáticos.
”Orbital Reflector”, en cambio, está ideado meramente como “gesto artístico” y “no sirve a fines militares, comerciales o científicos”, dice el video de presentación del proyecto. “Es lo contrario de cualquier satélite que haya sido puesto en órbita jamás”, añade.
Precisamente esta libertad de objetivos es lo que ha enfadado a algunos astrónomos. Cuando en enero se puso en el espacio un satélite similar a una gran bola de discoteca llamado “Humanity Star”, también como objeto artístico, algunos temieron por la exactitud de sus mediciones.
”Es la analogía espacial de una valla publicitaria de color neón directamente frente a tu habitación”, dijo entonces el astrofísico Jonathan McDowell, del Centro de Astrofísica (CfA, por sus siglas en inglés), que está gestionado por la Universidad de Harvard y el Instituto Smithsonian. La revista online Gizmodo incluso llegó a pedir: “Hey, artistas, dejen de poner mierdas brillantes en el espacio”.
Pero la “mierda brillante” de Paglen podría embelesar a al menos algunos entusiastas del espacio. En cuanto la autoridad competente estadounidense, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), autorice el lanzamiento, un cohete “Falcon 9” de la compañía de Elon Musk Space X servirá de taxi en la órbita, en la que se abrirá un globo de 30 metros de largo con forma de diamante. La superficie reflectante del mismo arrojará luz solar también a la zona de sombra de la Tierra y podría ser visible sin telescopio en el cielo nocturno.
"Este proyecto no contribuye a lo que ya tenemos”, escribió en Twitter el científico Mark Mc Caughrean, de la Agencia Espacial Europea (ESA). “Muchas personas valorarían un poquito más de respeto al mundo natural en vez de añadir una nueva construcción artística”, dice también Caleb Scharf, director del Centro de Astrobiología de Columbia en Nueva York.
Paglen no comprende por qué el problema es justamente su satélite, que es uno entre cientos. El proyecto promete “no dejar ninguna huella” porque después de varias semanas la escultura penetrará en la atmósfera y se desintegrará.
En la web del proyecto se habla de una “gesta espacial temporal”. Paglan quiere animar con ello a “observar el cielo nocturno con un nuevo asombro, comprobar nuestro lugar en el Universo y reflexionar de nuevo sobre cómo convivimos en este planeta”. Y si el arte en la Tierra no debe tener otro fin que el suyo propio, ¿no debería ocurrir lo mismo en el espacio?